particularmente propicio para el desarrollo de la personalidad[50]. Si bien en la sociedad de esos años, como se ha visto, la creación de un hogar descansaba sobre todo en la mujer, el fundador no pensó en las mujeres que ya eran del Opus Dei como protagonistas de ese ambiente, ni aparece entre las ocupaciones y apostolados femeninos que empezó a diseñar en sus Apuntes íntimos, a partir de 1930.
De hecho, organizó la gestión doméstica de la residencia sin contar con las mujeres. Pronto se dio cuenta que no era suficiente que las relaciones entre los miembros del Opus Dei tuvieran un carácter fraternal, sino que el ambiente de la casa —a través del orden, la limpieza, la decoración, la alimentación—, debía transmitir también ese tono familiar. En la residencia DYA había cubierto las tareas de limpieza, cocina o lavandería contratando personal masculino que trabajaba bajo la dirección de uno de los miembros de la Obra, que recibía el cargo de Administrador general. El número fue variable, pero llegaron a tener tres criados, un botones y una cocinera. Sin embargo, la experiencia no había resultado positiva. Eran frecuentes las advertencias de José María Escrivá sobre el ambiente de la residencia y la necesidad de cuidar los detalles pequeños de orden y limpieza para que aquello fuera un hogar[51].
El mismo Escrivá y algunos miembros del Opus Dei no tenían inconveniente en ocuparse de la limpieza, hacer las camas y recoger la cocina, en las temporadas en que carecían de personal doméstico. De hecho, llegaron a repartirse algunas tareas como la confección de menús, el abastecimiento y preparación de los desayunos. Para muchos de ellos eran trabajos que nunca habían hecho, puesto que, como ya se ha visto, en la sociedad de entonces no se contemplaba la idea de que los hombres se implicaran en el cuidado de la casa. José María Escrivá les enseñó a valorar esos trabajos domésticos y les insistía en la importancia de hacerlos con perfección, de manera que se convirtieran en un medio para crecer en virtudes y realizar un trabajo que ofrecer a Dios[52]. Fueron lecciones que no olvidarían nunca. Por ejemplo, Julia Bustillo, que empezó a trabajar en la casa de la calle Correo en Bilbao en 1945, quedó sorprendida de que estuviera tan ordenada y limpia. Allí vivía un pequeño grupo de chicos del Opus Dei que contrató a Bustillo como cocinera y para que se hiciera cargo de las tareas de la casa. «Al principio —recordaba— yo no tenía sitio para dormir allí y me iba a casa de mi familia: les dejaba aún cenando, y a la mañana siguiente me encontraba la vajilla limpia y recogida. Muchas veces me ayudaban a poner la mesa»[53].
Y, sin embargo, el fundador se daba cuenta de que no bastaba con el orden, la limpieza y tener las necesidades básicas cubiertas para que ese ambiente de familia fuera una realidad. Desde 1937, durante su confinamiento en la Legación de Honduras, le daba vueltas para encontrar la solución más adecuada. Algo empezó a entrever al observar cómo su madre y su hermana se ocupaban de los chicos que aparecían por su casa de la calle Caracas. Su madre les hacía sentirse acogidos y queridos[54]. Quizá esa idea era la que le rondaba la cabeza, ya en Burgos, cuando escribía a Amparo Rodríguez Casado: «No te olvides de rogar al Señor que, si es su voluntad, se sirva de conservar la vida de la Abuela, porque la necesitamos por unos años para trabajar por Él»[55].
Una vez acabó la guerra y Escrivá pudo volver a Madrid, instaló provisionalmente a su familia en la casa rectoral del Patronato de Santa Isabel. Es posible que el modo como Dolores Albás acogía a los que llegaban de los permisos militares o a las mujeres del Opus Dei que también acudían por allí —Dolores Fisac y Amparo Rodríguez Casado— acentuara su idea del papel de las mujeres para hacer de una casa, un hogar, un punto de referencia al que volver[56]. Percibió un don femenino para convertir un inmueble donde vivían un grupo de personas en un hogar, independientemente de quien se ocupase de los trabajos manuales o domésticos. Y así fue fraguando la idea de otorgar a la mujer un papel de liderazgo en el trabajo de hacer familia en los centros del Opus Dei y que, a la vez, se beneficiaran de ese ambiente las personas que participaran de las actividades apostólicas.
El 6 de julio de 1939 se firmó el contrato de una casa para residencia universitaria masculina en la calle Jenner. El tercer piso quedaba reservado para Dolores Albás y sus hijos, Carmen y Santiago[57]. Ambas mujeres, madre e hija, aceptaron el reto que suponía crear un hogar en una residencia con las limitaciones y carencias propias de la posguerra española[58]. Su misión no era solo la coordinación de los trabajos que conllevaba la atención doméstica del centro sino también la de capacitar a las mujeres de la Obra que, a partir de 1940, empezaron a reunirse en esa zona más independiente. Además, contrataron a una cocinera y algunas empleadas de hogar[59].
Esta tarea específica de conseguir ese ambiente de familia constituía una prioridad para que el Opus Dei respondiera a lo que Escrivá consideraba era su carisma fundacional. Además, suponía un trabajo con un valor trascendente en sí mismo por su papel en la santificación de las personas. Por eso, transmitió a estas primeras mujeres que, con su dedicación a las tareas domésticas, contribuían a la creación de verdaderos hogares de familia y, por tanto, al desarrollo de la Obra.
Se trataba de un trabajo profesional, un modo apostólico y medio de santificación al que pronto se le dio un nombre técnico: la Administración. Lo que se entiende en el Opus Dei por este término se podría definir entonces como un modo apostólico, liderado por mujeres que, de forma profesional y económicamente sostenible, comunica a los fieles de la Obra y a quienes entran en contacto con sus apostolados, un espíritu de familia y de santificación de las realidades ordinarias profundamente entrañados en el Evangelio, que dinamiza la entera labor que las personas de la Obra realizan en medio del mundo. En otras palabras, la actual Secretaria Central del Opus Dei explicaba que,
en el caso del Opus Dei, tanto hombres como mujeres estamos llamados a cuidar las casas de la Obra. A todos compete la limpieza, el orden, y las distintas tareas necesarias para asegurar que ese espacio se reconozca como un hogar. Pero Dios ha querido comprometerse a que nunca falte quien con entrega de madre y con competencia profesional excelente, promueva y custodie el ambiente de familia, haciendo que nadie sume como un número anónimo, sino como alguien querido, conocido en sus gustos y atendido en sus necesidades. Esta es la misión específica que Dios dejó en manos de mujeres que escogen esta como su profesión[60].
Este planteamiento tan ambicioso llevaba consigo una prioritaria dedicación femenina a la Administración, puesto que era importante poner las bases, y retrasar un tiempo el desarrollo en otras áreas profesionales. Pero desde el primer momento, tanto el fundador como las mujeres del Opus Dei, eran conscientes de la importancia de esa dedicación y que no sería exclusiva de una forma permanente.
Nisa González Guzmán recordaba una clase que Escrivá les dio en 1943. Ahí les hablaba del futuro.
El panorama de apostolados que realizaríamos era impresionante. […] ‘Haréis, nos decía, las mismas labores apostólicas de la otra Sección y más’. Entonces un pequeñísimo porcentaje de mujeres iban a la universidad y el Padre [J. Escrivá] decía: ‘habrá hijas mías catedráticos, arquitectos, periodistas, médicos’; otra cosa que no necesitamos creer porque es realidad[61].
Con la vista puesta en el futuro, estas mujeres se pusieron a trabajar para hacer realidad ese panorama. Si bien se encontraron con muchas dificultades —que veremos más adelante— supieron afrontarlas con entusiasmo e iniciativa. Un entusiasmo que, a su vez, contagiaban a las chicas que se acercaban con interés de conocer el mensaje del Opus Dei.
[1] Estos ritmos en el crecimiento ha llevado en ocasiones a fechar erróneamente el comienzo de la incorporación de las mujeres al Opus Dei en 1941 (cfr., por ejemplo, Mónica MORENO, “Mujeres en la Acción Católica y el Opus Dei. Identidades de género y culturas políticas en el catolicismo de los años sesenta”, Historia y Política 28 [2012], p. 170).
[2] Cfr. Stanley G. PAYNE, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 27.
[3] Cfr. Ibídem, p. 25.