Brian McClellan

Promesa de sangre (versión latinoamericana)


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      —Siéntese aquí —dijo Nila, colocándole una manta limpia y seca cerca del fuego—. Solo por unos minutos, y luego regresará a la cama antes de que Ganny se despierte.

      El niño se acomodó sobre la manta y observó mientras Nila calentaba la plancha en la estufa y extendía la ropa de su padre. Pronto los ojos comenzaron a pesarle y se recostó.

      Nila llevó una enorme cubeta y la colocó a un lado de la olla de hierro. Estaba a punto de echar el agua cuando la puerta volvió a abrirse.

      —¡Nila!

      Ganny estaba en la entrada a la cocina, con las manos en la cadera. Tenía veintiséis años y era bastante severa para su edad, muy adecuada para ser la institutriz del heredero de un ducado. Llevaba su cabello color cacao en un rodete bien ceñido, detrás de la cabeza. Aun con la ropa de dormir, Ganny tenía una apariencia más formal que Nila, con su vestido simple y sus rebeldes rizos oscuros.

      Nila se llevó un dedo a los labios.

      —Sabes que él no debería estar aquí —dijo Ganny bajando la voz.

      —¿Qué debo hacer? ¿Decirle que no?

      —¡Por supuesto!

      —Déjalo en paz, por fin se durmió.

      —Se enfermará ahí en el suelo.

      —Está recostado junto al fuego —replicó Nila.

      —¡Si la duquesa lo encuentra aquí, se pondrá furiosa! —Ganny levantó un dedo y lo agitó—. No te defenderé cuando ella te deje en la calle.

      —¿Alguna vez me has defendido?

      Los labios de Ganny formaron una línea rígida.

      —Esta noche le recomendaré a la duquesa que te eche. No eres más que una mala influencia para Jakob.

      —Y yo… —Nila echó una mirada al niño dormido y cerró la boca. No tenía familia ni contactos. Ya le desagradaba a la duquesa. El duque Eldaminse tenía el hábito de acostarse con las sirvientas, y últimamente la miraba con más frecuencia. Nila no necesitaba tener problemas con Ganny, aunque fuera una bravucona—. Lo siento, Ganny —dijo—. Lo llevaré de vuelta a la cama. ¿Tienes alguna prenda que necesitas que te lave?

      —Esa actitud es mejor —dijo Ganny—. Ahora… —Un golpeteo en la puerta principal la interrumpió. Era lo suficientemente fuerte como para oírse hasta el otro lado de la casa—. ¿Quién viene a estas horas de la madrugada? —Se acomodó la ropa de dormir y se dirigió al vestíbulo—. ¡Despertará al lord y a la lady!

      Nila apoyó las manos en las caderas y miró a Jakob.

      —Me meterá en problemas, joven amo.

      Los ojos del niño se abrieron.

      —Lo siento —dijo.

      Ella se arrodilló a su lado.

      —Está bien, vuelva a dormir. Déjeme que lo llevaré a la cama.

      Acababa de levantarlo cuando oyó un alarido que provenía del frente de la casa. Luego siguieron gritos y unos pasos que subían corriendo la escalera y pasaban al vestíbulo principal. Nila oyó voces masculinas, enérgicas, que no pertenecían al personal de la casa.

      —¿Qué pasa? —preguntó Jakob.

      Ella lo puso de pie para que él no sintiera que le temblaban las manos.

      —Rápido —le dijo—, en la cubeta.

      A Jakob le tembló el labio inferior.

      —¿Por qué? ¿Qué está sucediendo?

      —¡Escóndase!

      El niño obedeció; ella le echó la ropa sucia encima e hizo una pila alta, luego salió al vestíbulo.

      Chocó contra un soldado. Este volvió a hacerla entrar en la cocina de un empujón.

      Enseguida se sumaron otros dos hombres, y luego otro, que sostenía a Ganny de la nuca. La empujaron y Ganny cayó al suelo. Sus ojos reflejaban una mezcla de miedo e indignación.

      —Estas dos bastarán —dijo uno de los soldados. Llevaba el azul oscuro del ejército adrano, con dos tiras doradas sobre el pecho, y una medalla plateada que indicaba que había servido a la corona en el extranjero. Comenzó a aflojarse el cinturón y dio un paso en dirección a Nila.

      Ella tomó la plancha caliente de la estufa y le golpeó el rostro con fuerza. El soldado cayó ante los gritos de sus camaradas.

      Un soldado la tomó de los brazos y otro, de las piernas.

      —Es combativa —dijo uno.

      —Eso dejará una marca —acotó otro.

      —¡¿Qué significa esto?! —La institutriz había vuelto a ponerse de pie, por fin—. ¿Saben a quién pertenece esta casa?

      —Cállate. —El soldado al que Nila había golpeado se había puesto de pie, con una quemadura inflamada en la mitad del rostro. Le dio a Ganny un fuerte puñetazo en el estómago y se volvió hacia Nila—: Se acerca tu turno.

      Nila forcejeó contra unas manos demasiado fuertes. Se volvió hacia la cubeta, con la esperanza de que Jakob no viera eso, y cerró los ojos esperando el golpe.

      —¡Heathlo! —ladró una voz. Y cuando las manos que sostenían a Nila se aflojaron, ella volvió a abrir los ojos—. ¿Qué abismos está haciendo, soldado?

      El hombre que había hablado llevaba el mismo uniforme que los otros, salvo por un triángulo de oro enganchado en su solapa de plata. Tenía el cabello rubio y la barba pulcramente recortada. Le colgaba un cigarrillo en la comisura de la boca. Nila nunca había visto un soldado con barba.

      —Solo nos estamos divirtiendo un poco, sargento —Heathlo le echó una mirada amenazante a Nila y luego se volvió hacia el sargento.

      —¿Divirtiendo? Para nosotros no hay diversión, soldado. Este es el ejército. Ya han oído las órdenes del mariscal de campo.

      —Pero, sargento…

      El sargento se inclinó y recogió la plancha del suelo. Miró la parte de abajo y luego la quemadura que el soldado tenía en el rostro.

      —¿Quiere que le deje una marca parecida del otro lado?

      Los ojos de Heathlo se endurecieron.

      —Esta perra me golpeó.

      —Yo lo golpearé en un lugar más bonito que su cara la próxima vez que lo vea tratando de violar a una ciudadana adrana. —El sargento le apuntó con el cigarrillo—. Esto no es Gurla.

      —Informaré sobre esto al capitán, señor —repuso Heathlo con desdén.

      El sargento se encogió de hombros.

      —Heathlo, no lo presiones —dijo uno de los soldados—. Lo siento, sargento. Es nuevo en la compañía.

      —Manténganlo a raya —respondió el sargento—. Él será nuevo, pero espero más de ustedes dos. —Ayudó a Ganny a levantarse, luego se tocó la frente con el dedo en dirección a Nila a modo de saludo—. Señorita, estamos buscando al hijo del duque Eldaminse.

      Ganny miró a Nila.

      —Estaba contigo —dijo.

      Nila notó lo aterrorizada que estaba la institutriz. Se obligó a mirar los ojos azules del sargento.

      —Acabo de llevarlo a la cama.

      —Vayan. Encuéntrenlo —indicó el sargento a los soldados, y ellos salieron de prisa de la cocina. Él se quedó y observó la habitación lentamente—. No está en su cama.

      —Tiene la costumbre de deambular —explicó Nila—. Acabo de acostarlo, pero seguramente el ruido lo asustó. ¿Qué está sucediendo? —Aquello no