Brian McClellan

Promesa de sangre (versión latinoamericana)


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otro se puso de pie en una fracción de segundo y lanzó su puño, seguido de sus ciento sesenta kilos, contra la bonita cara de Formichael. El impacto levantó al joven del suelo. Su cuerpo quedó horizontal en el aire, luego rebotó como un juguete contra los tablones de madera y cayó al suelo. Se estremeció una vez y luego se quedó quieto. SouSmith le escupió la espalda y luego se volvió, subió la escalera a paso lento y se dirigió a los puestos para los luchadores. Recibió palmadas de felicitaciones en la espalda e insultos por las apuestas perdidas.

      Adamat cobró sus ganancias y esperó hasta que hubo bastante gente yendo y viniendo para escabullirse hacia los puestos. Entró en el de SouSmith y cerró la cortina detrás de él.

      —Fue una gran pelea.

      SouSmith hizo una pausa, con una cubeta levantada por encima de la cabeza, y le echó una mirada a Adamat. Inclinó la cubeta y dejó que el agua lavara una capa de sudor y sangre, luego se restregó el cuerpo con una toalla sucia. Miró a Adamat ladeando la cabeza; tenía los ojos hinchados y magullados, los labios y las cejas partidos.

      —Sí. ¿Hiciste la apuesta correcta?

      —Por supuesto.

      —El desgraciado está tratando de matarme.

      —¿Quién?

      —El Propietario.

      Adamat rio, pero se dio cuenta de que SouSmith no estaba bromeando.

      —¿Por qué dices eso?

      SouSmith meneó la cabeza, estrujó la toalla para drenar el agua rojiza y la sumergió en una cubeta limpia.

      —Quiere que me hunda.

      SouSmith estaba lejos de ser un estúpido, pero siempre había hablado con frases cortas. Era difícil poner en orden las ideas después de pasar años recibiendo golpes en la cabeza.

      —¿Por qué? Eres un buen luchador. La gente viene a verte a ti.

      —Vienen a ver a los jovencitos. —Escupió en una de las cubetas—. Yo estoy viejo.

      —Formichael lo pensará dos veces la próxima vez que le pidan que luche contigo. —Adamat recordó el cuerpo inmóvil, tendido en el suelo del foso. Habían tenido que llevárselo entre varios—. Si es que todavía vive.

      —Vivirá. —Se llevó un dedo a la sien—. Tendrá miedo.

      —O quizás se asegurará de terminar rápido la pelea —dijo Adamat.

      SouSmith aspiró hondo, luego dejó escapar una risa que se convirtió en una mezcla de tos y gruñidos.

      —Ninguna me parece mal.

      Adamat miró un momento a su viejo amigo. Era el hombre que su apariencia insinuaba. Detrás de esos ojos pequeños y brillantes había una inteligencia aguda; detrás de los puños retorcidos, las manos suaves de un hermano y un tío. Muchos lo interpretaban incorrectamente, y ese era uno de los motivos de su récord de victorias. Sin embargo, había algo que nadie interpretaba mal: detrás de todo eso, más profundo incluso que su inteligencia o la lealtad hacia su familia, SouSmith era un asesino.

      —Tengo que hacerte una pregunta —dijo Adamat.

      —Pensaba que me echabas de menos.

      —Una vez me dijiste que formaste parte de la pandilla la Promesa Rota de Kresimir.

      SouSmith se quedó helado, con una de las puntas de la toalla todavía en la oreja. La bajó lentamente.

      —¿Te lo dije?

      —Estabas muy borracho. —De pronto, los movimientos del luchador se volvieron precavidos. Miró hacia el único escritorio en la habitación, a una gaveta donde sin dudas había ocultado una pistola. A pesar de que un hombre de su tamaño no necesitaba una. Adamat hizo un gesto tranquilizador—. Muy borracho —le repitió—. En su momento no te creí. Yo estaba allí cuando sacaron a esos muchachos de las cloacas. Creí que nadie había escapado a lo que fuera que había ido por ellos.

      SouSmith lo observó durante un momento.

      —Quizás uno no —dijo—. Quizás uno sí.

      —¿Cómo?

      SouSmith respondió con una pregunta.

      —¿Por qué?

      —Estoy llevando a cabo una investigación —dijo. Ya había decidido contarle toda la historia—. Para Tamas, el mariscal de campo. Quiere saber qué es la Promesa de Kresimir.

      SouSmith parecía impresionado.

      —Un hombre al que yo no querría contrariar —dijo.

      —Estoy de acuerdo. ¿Tienes idea de qué significa?

      SouSmith continuó limpiándose.

      —Nuestro líder era un fracasado de la camarilla real. —Abrió la gaveta del escritorio y extrajo una pipa vieja y mugrienta, y una tabaquera. Encendió la pipa antes de continuar—. Un bocón. Un imbécil. Buscaba llamar la atención. Decía que nuestro nombre les recordaría a los miembros de la camarilla real que eran mortales.

      Esa era la frase más larga que Adamat le había oído decir en años.

      —¿Les explicó qué significaba?

      —Rompe la Promesa de Kresimir —dijo SouSmith, fumando de su pipa. El aroma a tabaco de pistacho llenó la pequeña habitación—. Y se terminará el mundo.

      —¿Cuál es la promesa? —preguntó Adamat.

      SouSmith se encogió de hombros.

      Adamat se quedó pensativo. SouSmith se inclinó hacia atrás. No diría nada más, no sobre eso. Adamat dejó que sus pensamientos se deslizaran hacia Palagyi. Ese intento de banquero aún tenía hombres merodeando. Era impredecible. Un hombre del tamaño y la reputación de SouSmith podría mantener a raya a ese idiota. Al menos hasta que se venciera el plazo de pago y la ley estuviera del lado de Palagyi. Además, SouSmith podría resultar muy útil en lugares complicados, como los Archivos Públicos, detrás de las barricadas realistas.

      —¿Por casualidad no estarás buscando un trabajo? —le preguntó.

      SouSmith lo miró con sus pequeños ojos.

      —¿Qué clase de trabajo?

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