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Autorretrato de un idioma


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llegar el caso de que se concluya: y para que se emiende y perficione, pone oy la Real Académia Españóla à vista del Orbe literário este primer volúmen de su obra, con la satisfacción de haver vencido tantos, y de tan graves embarazos como havían ocurrido para su logro: y sírvala de mérito, para disculpa de sus omissiones involuntárias, su ardiente zelo por la glória de la Nación. [i.IX]

      …

      La normatividad implica estratificación, es decir, una disposición en capas de la sociedad en la que, en consecuencia, se distinguen niveles superiores e inferiores. El artificio de imponer una norma supone una nueva dimensión de la estratificación social derivada del conocimiento o desconocimiento de la norma lingüística definida como estándar o estándar culto. Penny defiende que «las variedades habladas por grupos política y económicamente poderosos son las únicas con probabilidades de ser seleccionadas como base de una lengua estándar»,2 por lo que la selección del estándar siempre estará relacionada con ciertas élites. De estos grupos de poder depende la imposición de la norma y en función del desconocimiento de este estándar de prestigio se inicia un proceso de descrédito e infravaloración que lleva a la estratificación social. La fundación de la Real Academia Española (en adelante RAE) ha de analizarse en este sentido desde un punto de vista crítico como el inicio de una relación de eterna tensión entre la norma y el uso, entre lo culto y lo coloquial o vulgar, que estratifica, más allá de lo socioeconómico, a partir de lo lingüístico.

      De todas las obras de la RAE, sin duda el ya conocido como Diccionario de Autoridades constituye el germen de la entronización de lo prescriptivo desde una posición institucionalizada. Fue esta obra la que dio sentido inicialmente a la creación de la Academia, y por todo ello constituye en conjunto una obra clave de la historiografía lingüística del español. El texto que se comenta es el «Prólogo» realizado a esta obra, un texto fundamental si se busca conocer de primera mano la posición lingüística e ideológica académica, así como sus principios fundacionales.

      Como advierte Del Valle «las representaciones ideológicas del lenguaje son inseparables de las circunstancias de su producción, del contexto en el cual están insertas»,3 y es por ello que es necesario realizar una lectura glotopolítica del texto que presentamos teniendo en cuenta el contexto histórico en el que se fundó la Academia y en el que se publicó el Diccionario de Autoridades.

      Entre los elementos paratextuales que conforman la megaestructura de los repertorios lexicográficos,4 es decir, el conjunto de elementos heterogéneos que circundan y conforman la corteza de los diccionarios más allá del lemario y los artículos lexicográficos, destacan, sin duda, los prólogos como discursos en los que las personas responsables de un diccionario depositan la declaración de intenciones de la obra y aprovechan para destacar los principales valores de su trabajo. El prólogo al Diccionario de Autoridades resulta fundamental en cuanto que este repertorio constituía el principal objetivo de la RAE desde las reuniones previas a su fundación.

      Como decimos, el propósito inicial de la Academia —patente en el punto 1 de este «Prólogo»— era la realización de un diccionario prestigioso a la altura de los publicados por las academias francesa e italiana, por lo que, tras la primera sesión académica celebrada el 3 de agosto de 1713, los miembros fundadores de esta institución comenzaron los trabajos preparatorios para su diccionario. A finales de ese mismo año, Andrés González Barcia presentó la Planta y méthodo, con las normas lexicográficas que se establecerían para su realización.

      En 1717, y como relata Lázaro Carreter, se comienzan a planear los preliminares del diccionario. En concreto, «Pardo, Casani y Torreplana se encargan de traer sendos proyectos».5 Cuando en 1723 se hace urgente disponer ya de los prolegómenos, Gonzalo Machado, que tenía el encargo de refundir los proyectos presentados, se percata de que ha perdido todos estos papeles, por lo que en 1724 se solicitan proyectos nuevos a Acevedo, Connink y Cardona, que refunde Casani en un proyecto único. Lázaro Carreter refiere que el encargado finalmente de redactar el «Prólogo» fue Fajardo, al que por tanto corresponde la autoría del texto, a pesar de que la infraestructura ideológica fuese compartida por el conjunto de miembros iniciales de la institución.

      La impresión de este Diccionario comienza en octubre de 1724 y, entre 1726 y 1739, ven la luz los seis tomos que componían la obra con el título completo de: Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases ó modos de hablar, los proverbios ó refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua.

      Como se ha comentado en innumerables ocasiones, el paradigma académico nació a partir de la suma de diversas tradiciones heredadas de siglos pasados. Estas tradiciones explican, en gran medida, el purismo que la institución refleja en su proceder en cuanto a temas como la inclusión de nuevas palabras o de extranjerismos, entre otros. Estas tradiciones se recogen en la obra de Fries, Limpia, fija y da esplendor. La Real Academia Española ante el uso de la lengua, y se pueden resumir en tres líneas principales: (i) la idea de que las lenguas se desarrollan de manera semejante a los organismos vivos, (ii) la competición lingüística internacional y (iii) el cuidado institucionalizado de la lengua. El prólogo de Autoridades emana estas tres ideas en los diferentes puntos, e insiste de este modo en su propia identificación con la salvaguardia institucionalizada y legitimada de la lengua.

      Con el tiempo, el Diccionario de la lengua castellana o Diccionario de Autoridades, publicado por la RAE, que contaba con aproximadamente 37.600 entradas, se colocó en un lugar de privilegio dentro del panorama lexicográfico europeo, incluso por encima de la Academia della Crusca y de la Académie Française, lo cual también suponía un reto para los miembros de la RAE que habían evaluado las lenguas en términos imperialistas de cantidad, calidad, reconocimiento y prestigio. El desafío de realizar una foto fija a la lengua en el estado que consideraban de más alta perfección estaba conseguido, y con esa victoria llegó el inicio de la construcción del imaginario de prestigio de la lengua a través de su fijación normativa, estandarizada e institucionalizada.

      El texto analizado posee una gran relevancia desde la perspectiva glotopolítica. La lexicografía académica, identificada como entidad que salvaguarda los valores de la pretendida grandeza de la lengua española, es central en la conformación de la identidad nacional y transnacional. En términos identitarios, el diccionario académico constituye un elemento de importancia radical como parte del imaginario de prestigio y unidad de los hablantes de la lengua española, especialmente en España, y de forma más discutibles en el resto del ámbito hispanohablante. Desde luego, la lengua española en contextos anglófonos también proporcionará a sus hablantes, desde el punto de vista identitario, un lastre como lengua sumamente racializada y estigmatizada. Pero, más allá de la identificación entre lengua e imperio y de la conversión de valores según los contextos, el diccionario académico significó y significa un referente legitimador en el uso culto, lo cual implica, como se advirtió al inicio, un nuevo nivel de estratificación social a partir del uso de la lengua. Todas estas ideas están expresadas de multitud de formas distintas en algunas de las líneas que conforman el «Prólogo», que podrían sintetizarse en consonancia con los puntos que lo dividen como: (1) competición lingüística internacional, (2) novedad sin (casi) precedentes, (3) selección de autoridades de prestigio, (4) referentes extranjeros, (5) gloria de la lengua a través de su pureza, (6) la fijación de la ortografía, (7) la dificultad de las etimologías, (8) un diccionario general y de uso, no especializado, (9) la inclusión de voces propias de provincias y reinos de España, (10) la inclusión de voces de germanía, (11) las autoridades como forma de acreditar los usos castizos y elegantes, (12) la sinonimia en el diccionario, (13) la presencia de formas derivadas apreciativas, (14) restricciones del lemario, (15) significación de la tipografía, (16-17) paremiología, (18) equivalencias latinas, (19) identificación de las citas, (20) lematización de verbos, (21) lematización, (22-23) alternancia ortográfica y (24) captando benevolencia y glorificando la nación. El análisis de este texto desde una perspectiva crítica ha de centrarse principalmente en los puntos 1, 14 y 24.

      El punto 1 constituye un exceso valorativo, un derroche de ornamento en la descripción de la lengua española acorde con la consideración capitalista