Diego Genoud

El peronismo de Cristina


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al destino del egresado del Cardenal Newman. Sería el final de una carrera de cuarenta años en el peronismo y un cuarto de siglo en el Congreso.

      No está claro cómo ni a través de quién, pero un día de la década del setenta Miguel Ángel Pichetto llegó a Río Negro. El abogado nacido en Banfield y graduado en la Universidad de La Plata aterrizó recién casado en el kilómetro 1250 de la ruta 3 y decidió arraigarse en el clima crudo de la Patagonia junto con su esposa, María Teresa Minassian. Llegó para trabajar en Hipasam, la empresa minera de Fabricaciones Militares, el Banco Nacional de Desarrollo y la provincia de Río Negro que explotaba el yacimiento de hierro más grande de América Latina. Hipasam era una leyenda en ascenso: tenía noventa y seis kilómetros de túneles, casi quinientos metros de profundidad, dos áreas industriales unidas por un ferroducto de tresinta y dos kilómetros y un muelle con plataforma giratoria. Creada por la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1969, en 1970 se habían iniciado las grandes obras de excavación de las galerías, la construcción de las plantas de preconcentración y concentración y los hornos para fabricar pellets de hierro y el muelle para embarcarlos. La empresa tenía su sede a quince kilómetros de Sierra Grande, una localidad que entonces tenía cuatrocientos habitantes y donde se habían edificado complejos de viviendas para el personal y sus familias. El antropólogo Juan Gouarnalusse recordó en una nota para la Agencia Paco Urondo que durante esos años arribaron miles de jóvenes trabajadores que vivieron en los campamentos administrados por Hipasam y sus contratistas. Era una época excepcional con explosión del crédito barato en la que se pavimentó la ruta 3 hasta Río Gallegos y se cambió su trazado, nació Aluar –en 1970– y los gobiernos militares pensaban que el conflicto con Chile era inminente. Se inauguraron líneas de fronteras en el mar y en la cordillera y se crearon nuevos batallones de seguridad. La Patagonia tuvo un protagonismo creciente.

      En Sierra Grande, vivía un abogado cordobés formado por los jesuitas, que trabajaba en el Ministerio de Trabajo del único gobierno peronista de la historia de Río Negro. Se llamaba Víctor Sodero Nievas y su nombre marcaría la vida de Pichetto. La dirigencia de la provincia coincide: Sodero Nievas es la figura central para entender la génesis del político Pichetto. La historia quiso que el funcionario del gobernador Mario Franco (1973-1976) tuviera un diferendo con una compañía subcontratista de Hipasam y se viera obligado a resolverlo en el área de reclamaciones, donde trabajaba ese joven abogado nacido en Banfield. Tres años después, en plena dictadura militar, Pichetto daría un paso decisivo para su futuro y se incorporaría al estudio que Sodero Nievas tenía en Sierra Grande. El exfuncionario de Franco, que muchos años después se convertiría en juez del Tribunal Superior de Justicia de la provincia, lo recibió con una consigna principal: “Acá se trabaja todos los días, en lo posible veinte horas por día, y solo se descansa los domingos a la tarde”. Moldeado en el sacrificio, Pichetto no dudó: al día siguiente, comenzó a trabajar. Estaba convencido de que su ciclo como administrativo estaba concluido y quería ejercer la profesión. Sodero Nievas todavía lo recuerda, como si fuera hoy.

      –¿Qué le vio?

      –Y… le vi el voluntarismo. No tenía conocimientos muy profundos de Derecho, pero era un hombre muy práctico, muy antiguo. Le vi el linaje.

      –¿Por qué dice que era antiguo?

      –Es un perfil antiguo, hasta el día de hoy.

      –Pero cuando era joven ¿también lo tenía?

      –También. A los 25 años ya era antiguo. Era conservador. Su diario de cabecera era La Nación, siempre fue más liberal que yo. A mí me gustaba Clarín –dice.

      Sierra Grande vivía un boom económico que no se volvería a repetir y trescientos profesionales y técnicos de origen extranjero trabajaban en las obras de la zona: suecos, alemanes, japoneses y canadienses vivían en la ciudad. La construcción y la minería empleaban a más de cinco mil obreros y los clientes iban solos al estudio del jesuita peronista. “Había que estar en el límite del conflicto gremial. Podía desbaratarse el proyecto en cualquier momento si se desbordaba la fuerza gremial. Eran muchos trabajadores. Ya había un precedente muy jodido que había sido El Chocón. Podía repetirse la historia”, evoca hoy Sodero Nievas, sentado en un café de Tribunales. Recuerda que la tarea que ejecutaban con Pichetto consistía en limitar mucho el accionar gremial de los que se querían ir “demasiado para la izquierda”. “Resolvimos quinientos convenios colectivos de trabajo y evitamos los paros. Logramos que estuvieran todos adentro. Salvo en la última etapa, cuando la toma del yacimiento de Sierra Grande, a finales de 1975. Se dijo que fue parte de la política de las empresas militares. En medio de la huelga, la empresa les pagó el salario a todos, con lo cual los obreros se relajaron, algunos dejaron la mina y en un operativo comando sorpresa fue recuperado el yacimiento. Hubo estado de sitio, detenidos y secuestrados, pero no hubo desaparecidos. En la zona pesaba la influencia del obispo [Miguel] Hesayne”.

      Sodero Nievas y Pichetto hicieron derecho del trabajo durante quince años y, según coinciden en la provincia, ganaron mucha plata. Pichetto se ocupaba del derecho previsional y podía llevar hasta doscientos expedientes al mismo tiempo. 1982 fue un año bisagra. Después de la guerra de Malvinas, el exfuncionario de Franco le sugirió al futuro senador que había llegado el momento de volcarse a la actividad política. “Afiliate al peronismo, no te queda otra”, le dijo. Sodero Nievas era secretario general del PJ rionegrino y confiaba en la capacidad de Pichetto para adaptarse a la nueva etapa.

      El abogado nacido en Banfield no dudó y comenzó con una militancia activa que incluiría actos, recorridas y viajes. En poco tiempo, se ganó un lugar en el partido, sin pensar que muy pronto vendrían nuevos desafíos. Corría 1985 y le propusieron ser candidato a presidente del Concejo Deliberante de Sierra Grande, el equivalente al intendente. Los memoriosos afirman que no quería saber nada: prefería no asumir funciones políticas y no se sentía preparado. Pero le insistieron hasta que aceptó. Era un domingo a la noche en la unidad básica del sector que respondía a Sodero Nievas, anotado para ser candidato a diputado nacional. Pichetto solo pidió ampliar el espacio con sectores independientes sin imaginar que estaba a las puertas de ganar la primera y única elección de la que sería su extensa carrera política.

      Desde entonces, Pichetto y su socio se alternarían en los cargos partidarios y compartirían todo: la vida, la abogacía, la política y hasta el fútbol. Sodero Nievas era delantero y el señor gobernabilidad era un excelente arquero. Más tarde, en 1991, ganaría otros comicios, esta vez internos, y se convertiría en el presidente del PJ provincial en una elección frente a la corriente ortodoxa de Jorge Franco, el hijo del exgobernador. El año 1993 abriría las puertas del Pichetto que hoy conocemos: sería electo diputado nacional y llegaría al Congreso para iniciar su ciclo de mayor notoriedad, a caballo del menemismo.

      En algún momento, se convirtió en peronista. A su manera, con el uso de la licencia que solo el movimiento puede brindar. Visto desde su entorno más cercano, a lo largo de una carrera que atravesó todos los fuegos, hubo en Pichetto más continuidad que cambio. Desde sus inicios, el político que llegaría a ser candidato a vicepresidente de Macri exhibió una serie de características que lo hacían especial. Lo cautivaba el acceso al poder que facilitaba el PJ de una manera única, pero le disgustaban algunos rasgos del folclore partidario. Recuerdan los militantes del peronismo rionegrino que no le gustaba participar de los actos que se organizaban en Sierra Grande para las fechas emblemáticas del 1º de Mayo y el 17 de Octubre. Tampoco se entusiasmaba demasiado con el baile popular de fin de año. La fiesta y el baño de inmersión entre el pueblo peronista no eran lo suyo. Aunque llevaba adelante en la justicia las causas de trabajadores en conflicto, prefería evitar el contacto con la muchedumbre y ahorrarse el esfuerzo de mezclarse con obreros y militantes. En el raro peronismo de Pichetto, se podía advertir un rechazo a los de abajo que, según quienes más lo conocían, era en realidad la voluntad de alejarse para siempre de su propio origen. Su padre había sido pescador primero y después carnicero, su familia era humilde y él mismo había trabajado como vendedor ambulante luego de terminar la escuela secundaria. De acuerdo con ese relato, sus declaraciones de campaña, treinta y cinco años después, en línea con la