Anonimo

Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad


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fue nuestra primera secretaria nacional y cuando se fue a principios de 1942, Bobbie B. asumió su puesto. Durante varios años Bobbie enfrentó casi por sí sola los numerosos problemas de los grupos que surgieron como consecuencia del artículo de Jack Alexander sobre A.A. publicado en The Saturday Evening Post. Escribiendo miles de cartas a individuos que luchaban por conseguir la sobriedad y a grupos nuevos y vacilantes, ella tuvo un gran impacto positivo durante aquella época en que parecía muy incierto que A.A. pudiera sobrevivir.

      Mientras yo seguía rememorando los días de antaño en Nueva York, fueron pasando por mi mente los nombres de otros amigos míos alcohólicos. Me acordé de Henry P., mi socio en Works Publishing y la empresa del libro. Entre todos los candidatos que el Dr. Silkworth me había indicado en el Hospital Towns, Henry, en 1935, fue el primero en lograr su sobriedad. Había sido un importante ejecutivo y vendedor, y dedicó su prodigioso entusiasmo a la formación del grupo de Nueva York. Muchos miembros de New Jersey también recordarán el impacto que tuvo allí. Cuando en 1938 la Fundación se dio cuenta de que no podía recaudar fondos suficientes para publicar el libro de A.A., fue principalmente la insistencia de Henry lo que nos hizo establecer Works Publishing, y mientras seguíamos trabajando en el libro, el mismo Henry, con su constante acoso a los suscriptores de Works Publishing, logró que llegara el suficiente dinero (apenas suficiente) para terminar el trabajo.

      Alrededor de esa época, apareció en la escena neoyorquina otro personaje, Fitz M., una de las personas más amables que A.A. haya conocido. Fitz era hijo de un pastor y profundamente religioso, un aspecto de su naturaleza que se revela en su historia publicada en el Libro Grande “Nuestro amigo sureño”. Fitz se metió enseguida en una acalorada discusión con Henry acerca del contenido religioso del libro que estábamos escribiendo. Un recién llegado de nombre Jimmy, quien como Henry era ex vendedor y antiguo ateo, también se metió en las contiendas. Fitz quería que fuera un documento poderosamente religioso; Jimmy y Henry no querían oír nada de eso. Querían un libro puramente psicológico que atrajera al lector; cuando por fin llegara a unirse a nosotros, habría tiempo suficiente para hablarle del carácter espiritual de nuestra sociedad. Mientras trabajábamos febrilmente en este proyecto, Fitz hizo varios viajes desde su casa de Maryland hasta la ciudad de Nueva York para insistir en dar un tono más espiritual al libro. De este debate surgieron la forma y sustancia espirituales del documento, especialmente la frase “Dios como nosotros Lo concebimos”, que resultó ser un golpe maestro. Como árbitro de estas disputas, yo estaba obligado a adoptar una postura intermedia, y escribir en términos espirituales y no en términos religiosos o puramente psicológicos.

      Fitz y Jimmy tenían el mismo entusiasmo para llevar el mensaje de A.A. Jimmy empezó el grupo de Filadelfia en 1940 y Fitz llevó las buenas noticias a Washington. La primera reunión en Filadelfia tuvo lugar en la casa de George S. George fue uno de los primeros solitarios de A.A. Logró su sobriedad después de leer el artículo “Los alcohólicos y Dios”, escrito por Morris Markey en 1935 y publicado en el número de septiembre de la revista Liberty por el entonces editor Fulton Oursler, quien posteriormente haría mucho por nosotros. El caso de George era muy grave, aun para aquellos días de “casos extremos”. Cuando llegó el número de Liberty, George estaba en la cama bebiendo whisky para combatir su depresión y tomando láudano para su colitis. El artículo de Markey tuvo en George tan repentino y poderoso efecto que dejó de beber y tomar láudano instantáneamente. George escribió una carta a Nueva York y pasamos su nombre a Jimmy, el vendedor, que viajaba por esa zona, y así empezó A.A. en la Ciudad del Amor Fraterno.

      Los A.A. de Filadelfia pronto atrajeron la atención de tres eminentes médicos de aquella ciudad, los Drs. A. Wiese Hammer, C. Dudley Saul y John F. Stouffer, este último del Hospital General de Filadelfia. La consecuencia de este interés fue que los alcohólicos recibieron el mejor tratamiento de hospital posible y que se estableció una clínica. Y gracias a la amistad del Dr. Hammer con el Sr. Curtis Bok, propietario de The Saturday Evening Post, se publicó el artículo de Jack Alexander. Estos amigos difícilmente podrían haber hecho más por nosotros.

      Fitz, que vivía cerca de Washington, D.C., no tuvo oportunidades parecidas. El fracaso estuvo rondando sus esfuerzos durante años. Pero finalmente plantó la semilla que acabó dando fruto y antes de su muerte en 1943, vio florecer aquella semilla. Su hermana Agnes participó en su alegría. Ella nos había prestado a él y a mí $1,000 de sus escasos recursos cuando, después del fracaso del libro de A.A. en 1939, el futuro nos parecía más oscuro que nunca. A ella le envío nuestra gratitud eterna.

      Ese año de 1939 marcó la llegada entre nosotros de otro personaje inolvidable, una alcohólica conocida por tantos de nosotros como Marty. En el sanatorio Blythewood de Greenwich, de Connecticut, había sido paciente del Dr. Harry Tiebout quien le entregó a ella una copia del manuscrito del libro de A.A. antes de su publicación. La primera lectura la puso muy rebelde, pero la segunda la dejó convencida. Poco tiempo después se presentó en nuestra sala de estar de la casa de la calle Clinton 182, y de allí volvió a Blythewood para pasar a un paciente compañero del sanatorio el siguiente mensaje clásico: “Grennie, ya no estamos solos”.

      Marty inició un grupo pionero en Greenwich al mismo comienzo de 1939, grupo que muchos creen que merece ser considerado el Grupo Número Tres de A.A. Con el apoyo del Dr. Harry y la Sra. Wylie, dueña de Blythewood, se celebraron las primeras reuniones en el recinto del sanatorio. Marty fue una de las primeras mujeres en probar A.A. y llegó a ser posteriormente una de las trabajadoras de servicio más activas que teníamos y una pionera en los campos de la educación y rehabilitación de los alcohólicos. Hoy tiene la plusmarca de sobriedad de mujeres. Hubo otra pionera, Florence R., que se unió a nosotros en 1937. Su historia apareció en la primera edición de Alcohólicos Anónimos. Con gran valor se puso a ayudar a Fitz en Washington pero cayó en la primera oleada de fracasos allí y murió de alcoholismo.

      Los veteranos del Medio Oeste que asistieron a la Convención sabían que mientras estaba sucediendo todo esto en Akron y Nueva York, se encendieron algunas velas en Cleveland que al poco tiempo se convertirían en una llama que se podía ver en todo el país. Algunos veteranos de Cleveland se podían acordar de ir a las reuniones de Akron que se celebraban en aquel entonces en la casa de T. Henry y Clarace Williams, miembros del Grupo Oxford. Allí conocieron al Dr. Bob y Anne y para su gran asombro vieron a alcohólicos que llevaban dos o tres años sobrios.

      Conocieron allí a Henrietta Sieberling y oyeron hablar a esta mujer no alcohólica que hacía tres años había arreglado en su casa el primer encuentro de Bill W. y el Dr. Bob — una persona que tenía una profunda comprensión y compasión y ya se consideraba uno de los más fuertes eslabones en la cadena de acontecimientos que la Providencia estaba desarrollando. En otras ocasiones, los de Cleveland habían visitado al Dr. Bob en su casa de Akron, para sentarse a la mesa de la cocina y tomar café con Bob y Anne. Allí, con avidez, respirando el maravilloso aire espiritual de ese lugar, fueron asimilando un más claro conocimiento de su problema y de su solución. Se habían hecho amigos del viejo Bill D., el A.A. número tres. El Dr. Bob les había llevado al Hospital Santo Tomás, donde conocieron a la Hermana Ignacia, y la vieron trabajar; y ellos, a su vez, habían hablado con los principiantes acostados en las camas. De regreso a Cleveland, fueron buscando a nuevos candidatos y llegaron a conocer por primera vez los dolores, la alegría y las satisfacciones del trabajo de Paso Doce.

      Clarence S. y su mujer, Dorothy, figuraban entre los primeros de Cleveland en llegar a la reunión de Akron. Para principios del verano de 1939, se empezó a formar un grupo alrededor de la pareja y para el otoño ya habían visto 20 o más recuperaciones muy prometedoras.

      En esa coyuntura el Cleveland Plain Dealer, un diario de esa ciudad, publicó una serie de artículos que marcaron el comienzo de una nueva época para Alcohólicos Anónimos, la de la producción masiva de la sobriedad.

      Elrick B. Davis, un articulista de profunda comprensión, fue autor de una serie de crónicas que aparecieron en la página editorial del Plain Dealer, crónicas que cada dos o tres días se publicaban acompañadas de comentarios extremadamente favorables de parte de la misma redacción. Efectivamente, el Plain Dealer estaba diciendo: “Alcohólicos Anónimos es algo bueno. Y funciona. Vengan a probarlo”.

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