quienes las pasaban a miembros de su pequeño grupo. Anteriormente, en ese mismo año, por los buenos oficios de la enfermera Edna McD. y el reverendo Kitterer, administrador del hospital Deaconess, A.A. tuvo su entrada en esa institución. Pero este hospital por sí solo no pudo ni empezar a hacer frente a la situación de Cleveland. Durante varias semanas, con una urgencia desesperada, los A.A. fueron apresurándose para hacer visitas de Paso Doce al siempre creciente número de posibles miembros. Fue necesario ingresar a una gran cantidad de estos candidatos en varios hospitales de Cleveland, como por ejemplo, Post Shaker, la clínica del Este de Cleveland y otros más. Cómo se pagaron la cuentas, nadie lo sabría decir.
Inspirados por el ejemplo de Clarence y Dorothy, los médicos y clérigos del área empezaron a ofrecernos una gran ayuda. El padre Nagle y Sor Victorine, del Hospital de la Caridad de San Vicente, se enfrentaban a la oleada de nuevos pacientes con amor y paciencia, así como lo hacía Sor Mercedes, del Hospital San Juan. Dr. Dilworth Lupton, el eminente clérigo protestante, dio sermones y escribió artículos muy favorables acerca de nosotros. Este fino caballero había tratado una vez de ayudar a Clarence a lograr la sobriedad y al ver que A.A. pudo hacerlo se quedó maravillado. Publicó un folleto de amplia difusión en Cleveland titulado “El Sr. X y Alcohólicos Anónimos”. “El Sr. X”, por supuesto, era Clarence.
Pronto se hizo muy evidente que sería necesario formular un plan de apadrinamiento personal para los nuevos miembros. A cada nuevo se le asignó un miembro de A.A. que llevaba algún tiempo sobrio, que lo visitaba en el hospital, le enseñaba los principios de A.A. y lo acompañaba a su primera reunión. Pero dados los centenares de solicitudes que había, no había una cantidad de “padrinos” suficiente para suplir la demanda. Los A.A. que llevaban sobrios un mes solamente o tan siquiera una sola semana, tenían que apadrinar a alcohólicos que se estaban desintoxicando en los hospitales.
Se celebraban las reuniones en los hogares de los miembros. La primera reunión de Cleveland se inició en junio de 1939 en la casa de Abby G. y su mujer, Grace. El grupo estaba compuesto por Abby y otros once o doce miembros que habían estado viajando a Akron para reunirse en la casa de los Williams. Pero pasado poco tiempo no había espacio suficiente para el grupo de Abby. Así que algunos miembros de ese grupo empezaron a reunirse en la casa del financiero de Cleveland, el Sr. T. E. Borton, por generosa invitación suya. Otros miembros encontraron espacio en un salón en la sección Lakewood de Cleveland y ese grupo se conoció por el nombre de Grupo Orchard Grove. Y un tercer brote de la reunión de Abby se puso el nombre de Grupo Lee Road.
A estas reuniones cada vez más numerosas y con cada vez más miembros se les estaba acabando el espacio en casas particulares y los A.A. empezaron a buscar sitio en pequeñas salas y sótanos de iglesias. Afortunadamente, el libro de A.A. había salido de la imprenta hacía seis meses, y también había algunos folletos disponibles. Estos sirvieron de guías que nos ahorraban bastante tiempo y probablemente evitaban que la situación frenética se convirtiera en confusión y anarquía total.
Nosotros los veteranos de Nueva York y Akron habíamos visto el desarrollo de este fenómeno fantástico con una preocupación profunda. ¿No nos había costado cuatro años enteros, con incontables fracasos, producir cien buenas recuperaciones? No obstante, allí en Cleveland, como consecuencia de los artículos publicados en The Cleveland Plain Dealer, vimos a unos 20 miembros, con muy poca experiencia, enfrentados de repente con el desafío de centenares de principiantes. ¿Cómo iban a lograr afrontar la situación? No sabíamos.
Pero pasado un año, lo supimos. Porque para ese entonces, Cleveland contaba con unos treinta grupos y varios centenares de miembros. Los dolores de crecimiento y los problemas de los grupos habían sido tremendos; pero no había sufrimiento ni riña suficientemente graves como para apagar la demanda masiva de la sobriedad. Sí, los resultados de Cleveland fueron los mejores. De hecho fueron tan buenos, y el número de miembros de A.A. en otras partes tan pequeño, que muchos miembros de Cleveland creían que A.A. había nacido en esa ciudad.
Los pioneros de Cleveland habían demostrado tres cosas de crucial importancia: el valor del apadrinamiento personal; la gran utilidad del libro de A.A. para indoctrinar a los recién llegados; y, finalmente, la tremenda realidad de que A.A., si se difundiera el mensaje eficazmente, podría contar con crecer seguramente hasta llegar a un tamaño considerable.
Muchos de los aspectos esenciales de A.A. como ahora los entendemos ya se encontraban en 1939 en los grupos pioneros de Akron, Nueva York y Cleveland. Pero todavía quedaba mucho por hacer y aún había muchas preguntas que contestar. Por ejemplo, ¿tendrían éxito en otros pueblos y ciudades los muchos A.A. que tuvieron que salir de los primeros grupos y trasladarse a otras partes? En aquella época, los primeros de nuestros miembros viajeros, precursores de miles de miembros, ya estaban empezando a moverse.
Observamos a un miembro, de nombre Earl T., volver a su hogar en Chicago en 1937 tras ser bien indoctrinado por el Dr. Bob y los A.A. de Akron. Con gran preocupación, habíamos seguido sus constantes pero infructuosos esfuerzos para iniciar un grupo allí, una lucha que duró dos años, a pesar del apoyo de Dick R., su primer “converso”, y Ken A., que había emigrado del grupo de Akron en 1938. Luego, a mediados de 1939, entraron en escena dos médicos de Chicago. El Dr. Dan Craske, amigo de Earl, le pasó un par de pacientes con muchas dificultades. Una paciente, de nombre Sadie, empezó a mantenerse sobria.
Poco tiempo después, el Dr. Brown, de Evanston, presentó algunos pacientes a Earl. Entre ellos figuraban Sylvia, Luke, y Sam y su mujer, Tee, todos los cuales se han mantenido sobrios hasta el presente. Pero Sylvia tuvo un lento comienzo. Desesperada, hizo visitas a Cleveland y Akron, los centros fundadores de Ohio. Allí conoció a Henrietta y al Dr. Bob y tuvo las atenciones de Clarence y Dorothy, los miembros más antiguos de Cleveland. Sin embargo, seguía bebiendo. Volvió a su casa en Chicago donde, por razones que sólo ella y Dios conocen, repentinamente dejó de beber y logró mantenerse sobria.
Chicago ahora tenía un sólido núcleo del que podría provenir su gran desarrollo futuro. Animados constantemente por el Dr. Brown, grandemente ayudados por la secretaria personal de Sylvia, Grace Cultice, y alentados por la mujer de Earl, Katie, los A.A. de Chicago se pusieron a buscar más posibles candidatos. Al poco tiempo empezaron a celebrar reuniones, en la casa de Earl y en la de Sylvia.
A medida que A.A. seguía creciendo lentamente y prosperando, Grace estaba continuamente atendiendo el teléfono de Sylvia y se convirtió en la primera secretaria del grupo. Cuando en 1941 apareció el artículo en el Saturday Evening Post, el volumen de solicitudes aumentó grandemente. La casa de Sylvia se parecía a una especie de Grand Central Station de Chicago, y así fue también la situación en la casa de Earl y Katie. Tenían que hacer algo al respecto. Por lo tanto, alquilaron una oficina de una sola sala en el Loop, y se instaló allí la secretaria, Grace, para encauzar debidamente el flujo de solicitudes para atenciones de Paso Doce, hospitalización u otro tipo de ayuda. Este fue el primer centro de servicios organizado de A.A., el precursor de las muchas asociaciones de Intergrupo que ahora tenemos en grandes ciudades. Muchos grupos de A.A. situados dentro de un radio de varios cientos de millas de Chicago se originaron gracias a los trabajos de aquel centro — entre los primeros se pueden mencionar los de Green Bay, Wisconsin, y Minneapolis, Minnesota.
Mientras tanto, Katie se dio cuenta de que muchas familias necesitaban el programa tanto como los mismos alcohólicos y vigorosamente siguió actuando conforme con el precedente sentado por Anne y Lois quienes, en sus hogares y en sus viajes con el Dr. Bob y conmigo, e incluso en el viejo club de la calle 24 de Nueva York, habían recomendado los Doce Pasos de A.A. a las esposas y esposos no alcohólicos como un medio para restablecer el equilibrio de su vida familiar.
Nadie puede decir con exactitud cuando se formó el primer Grupo Familiar. Uno de los más grandes, más vigorosos y mejor aceptados de los primeros centros familiares se desarrolló en Toronto, Canadá. Hicieron tan buen trabajo que los grupos de A.A. del área tienen la costumbre de invitar a oradores del Grupo Familiar a hablar en sus reuniones. Para 1950, el Grupo Familiar de Toronto había causado una impresión tan amplia y profunda que sus oradores fueron invitados a participar en la Convención Internacional de A.A. en Cleveland aquel año. Y lo mismo se puede decir del desarrollo de los de Long Beach, California y de Richmond, Virginia. De hecho,