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El arte de la lectura en tiempos de crisis
A los facilitadores de libros y de historias,
a quienes les debo estas páginas
Liminar
ESTE LIBRO ESTÁ TEJIDO con multitud de voces que dan cuenta de experiencias en las que se ha manifestado el poder de la palabra escrita para reconstruir la vida de personas en desgracia. Esas voces han sido engarzadas por un pensamiento, al mismo tiempo discreto y brillante, que se propuso –lo podemos sentir en su ritmo pausado– apartarse de cualquier generalización. Un pensamiento que no se nutrió de experiencias ajenas para afirmar lo previamente conocido, sino que surgió del encuentro con el otro, y que lo celebra.
Buena parte de esas experiencias provienen de Iberoamérica: Michèle Petit tuvo conocimiento de ellas en numerosos viajes e intercambios epistolares que siguieron a la difusión en lengua española de su obra. Por esto la publicación de este libro en español es un retorno y a la vez una muestra más de la importancia del desvío, del viaje de uno al otro, para redescubrir la propia imagen y revitalizar su vida psíquica.
Al saludar su publicación en nuestro idioma, quisiera resaltar que esta obra sobre el poder de la lectura en espacios en crisis se aparta de los sobados discursos sobre la crisis de la lectura, tan comunes hoy. No se encontrará aquí un lamento por un supuesto pasado glorioso, ni la añoranza de un modelo lector al que las prácticas actuales de lectura son ajenas, particularmente entre la población joven o poco escolarizada. Como en las otras obras de Petit, aquí la atención se centra en la experiencia de los lectores, en sus sorprendentes apropiaciones, y en la manera en que estas desencadenan procesos psíquicos y narrativos profundamente revitalizadores. Tal vez por eso su obra ha tenido tanta resonancia en países como los nuestros en los que con demasiada frecuencia los discursos que alaban a los libros inhiben un acercamiento personal a la lectura.
En el momento en que escribo estas líneas el mundo se ha transformado en un espacio en crisis de gravedad insospechada. En esta situación será más importante y necesario apoyar programas y proyectos como los que inspiraron esta obra. Sin embargo es altamente probable que, por el contrario, la crisis haga peligrar la afluencia de recursos a proyectos que escapan a los criterios de rentabilidad inmediata. Ojalá que la lectura de esta obra permita comprender que la literatura, la cultura y el arte no son productos suntuarios para endulzar la vida espiritual, sino algo que reactiva la ensoñación, el pensamiento y la disposición inventiva “para que uno pueda elaborar un espacio en donde encontrar lugar, vivir momentos un poco tranquilos, poéticos y creativos, y no sólo verse sometido a evaluaciones en un universo productivista; para participar en el devenir compartido y entrar en relación con otros de manera menos violenta, menos brusca, más apaciguada”, como tan bien lo dice Michèle.
DANIEL GOLDIN, 23 DE FEBRERO DE 2009
Prefacio a la edición de bolsillo
Han pasado trece años desde la primera vez que se publicó este libro y, sin embargo, el interés por los usos de la lectura en tiempos de crisis sigue siendo un tema vigente. Durante los meses siguientes a su aparición, en 2009, la economía mundial cayó en una grave recesión, y desde entonces, bajo múltiples formas, las “crisis” no han cesado, ya sea en forma de atentados terroristas, sismos, inundaciones o incendios de enorme magnitud, o de guerras que provocan desplazamientos de poblaciones completas… Y a partir del inicio de 2020 la humanidad entera ha sido presa de una pandemia que ha amenazado todo aquello sobre lo cual está construida la vida en sociedad, y que ha contribuido a profundizar gravemente la desigualdad.
Curiosamente, una vez que salimos de aquella enorme recesión económica, o en las semanas siguientes a los atentados terroristas, la gente se lanzó en tropel a las librerías, como lo hizo también después del 11 de septiembre de 2001, a pesar de que las pantallas ocupan un lugar cada vez más importante en nuestra vida cotidiana. Al día siguiente del temblor del 19 de septiembre de 2017 en México surgieron múltiples iniciativas que tenían como centro las lecturas compartidas. Durante la pandemia, después de un primer momento de conmoción en el que resultaba difícil pensar en leer, el tiempo de la lectura regresó:1 en numerosos países se inventaron múltiples formas de lectura compartida, en familia o de forma virtual con amigos, desconocidos, maestros, bibliotecarios, promotores de lectura… Y una vez que terminó el confinamiento las librerías experimentaron un alza espectacular en ventas de libros, particularmente de obras de fondo, clásicos literarios, ensayos complejos.
¿Qué buscaban quienes corrieron hacia las librerías, o aquellos que formaron parte de los intercambios alrededor de los libros en situaciones extraordinarias? Construir sentido, encontrar puntos de referencia, aclarar lo incomprensible, transformar las tristezas en ideas —por usar las palabras de Proust—, y tal vez hasta en belleza. Porque somos animales poéticos, narrativos, sedientos de palabras, de historias, de imágenes que estén a la altura de lo que vivimos. Cuando el miedo se hace presente y el odio no está lejos, cuando el mundo parece estar a punto de fragmentarse, el libro es también, por excelencia, el objeto que sugiere un universo entero, articulado, que da la idea de una construcción sólida, firme, dotada de armonía; el libro aporta conocimiento y permite tener alguna noción de lo que nos espera, pero sobre todo nos da acceso a otra dimensión que hace más habitable ese mundo que parece tan caótico pero que llamamos real. Nos da al mismo tiempo un abrigo, un espacio íntimo y un horizonte, una lontananza, un mundo abierto.
En efecto, hoy como ayer, los lectores no comparan esta actividad con una fortaleza o un búnker, ni siquiera con una casa de piedra o de ladrillos, sino que lo hacen, de manera recurrente, con una cabaña. Ya sea que esté hecha de troncos, de ramas o de paja, la cabaña deja entrar los aullidos, los llamados y los aromas del bosque; la cabaña respira. La idea de la cabaña sugiere la lejanía, nos hace viajar: “Cuando hablamos de cabañas pensamos en algo que nos es muy próximo, muy familiar, y que al mismo tiempo evoca la lejanía, el campo, nos hace imaginar tierras de aventura”, escribe Gilles Tiberghien. Dice también de la cabaña que es el vector del deseo “entre lo cerrado y lo abierto, el interior y el exterior”.2 De manera similar, el escritor español Gustavo Martín Garzo asocia la literatura con “Una casa como la que Tarzán y Jane construyeron en la copa de un árbol, abierta a todas las llamadas de la vida”, con “un lugar que nos protege lo justo para no separarnos del mundo”.3 Viajar ahí permite reencontrar mejor el mundo después de haberlo olvidado, permite regresar sintiéndose menos perdido. Y en este complejo proceso entran en juego múltiples elementos, como veremos en los capítulos que siguen.
Si bien acudimos a los libros en contextos críticos, esto no los reduce al papel de un bálsamo o un remedio. Me parece importante insistir sobre esto porque en ocasiones se ha hecho uso de este Arte de la lectura para equiparar la lectura con un tratamiento, y legitimar la prescripción de textos supuestamente aptos para remediar tal patología o tal problema del alma. Me parece preocupante que hoy en día la lectura sea cada vez más instrumentalizada por sus efectos terapéuticos, tras haberlo sido por sus beneficios escolares (reales o supuestos) o su eventual aportación a la integración social.
No se trata de eso. Los mediadores cuyo arte se estudia en este libro poseen sobre todo un deseo de compartir, de hacer justicia, y una exigencia poética, como diría Calaferte. Están convencidos de que cada uno de nosotros tiene derecho al saber y a la información, pero también a la metáfora, a lo imaginario, a la belleza bajo múltiples formas, para nutrir sus sueños, su pensamiento, su creatividad. Y si las lecturas que sugieren permiten —entre otros efectos— alejarse de los contextos dolorosos u opresivos y adquirir un cierto margen de maniobra, me parece que es porque no se limitan a la dimensión del cuidado. La lectura ofrece mejores “curas” a quienes no buscan tal cosa. Es más, como veremos, es imposible predecir, anticipar, el efecto que tendrá un texto sobre una persona determinada, pues lo inesperado, la sorpresa, desempeñan