Adriana Patricia Fook

Conexiones


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Solo le quedó una manera: por medio de la intuición, que le hizo revivir algunos momentos de la historia de su familia en Asia.

      Se remontó hacia casi mitad del siglo xix, cuando se produjeron dos conflictos entre el Imperio británico y el Imperio de China (la guerra del Opio).

      En esa época, allí vivían los familiares de la escritora de este libro: eran trabajadores de la seda, gente con grandes principios, defensores de la familia y creyentes de la protección de los ancestros.

      Fue muy dura la vida, pues en esos tiempos los británicos habían tomado varios puertos, entre ellos, el de Ningbo, distrito del lugar de donde era oriundo el clan.

      Todo fue desazón para la familia hasta que, en el año 1893, nació Sam. A pesar de las penurias de sus padres, hermanos y abuelos, su llegada fue una bendición, volvieron a tener una esperanza con su nacimiento.

      No pasaron muchos años y las familias del lugar comenzaron a tener conflictos entre ellos, saqueaban casas y se adueñaban de todo.

      El clan decidió huir y buscar lugares en otras tierras. Armaron un plan, según el cual se encontrarían en la casa de un paisano y, de allí, irían todos juntos al puerto más cercano. No hubo tiempo de despedida, todos, preparados, fueron por distintos caminos. Sam iría con su mascota, Lobinan. Él saldría primero de allí, pues conocía muy bien el camino más corto para ir a la casa en donde habían quedado sus padres y hermanos.

      Al principio tuvo miedo pues, a los minutos de haber salido, miró hacia la lejanía y le pareció que su hogar estaba en llamas. Luego recordó cuando sus padres le contaban que los lobos lo iban a proteger, pues eran parte de sus parientes. Los ancestros se juntaban en manadas para que nunca les ocurriese nada: eran sus talismanes. Pero no todo sería tan fácil, lo cubrirían, pero él tendría que aprender las leyes necesarias para su protección.

      Pensó que encontraría a toda su familia en la casa de los amigos.

      Cuando estaba muy cerca, como en una pesadilla vio cómo se incendiaba la casa. Sam no entendía nada. Comenzó a correr nuevamente hacia su hogar. Era un niño que no llegaba a los ocho años y estaba aterrado, esperaba ver a su familia, pero, cuando llegó, todo era cenizas y no había rastros de ellos.

      Deambuló por muchos días intentando que lo ayudasen para llegar al puerto, pues era la única esperanza de encontrar a los suyos. La buena gente, al verlo tan indefenso con su mascota, le daba de comer, un lugar para dormir, y lo ayudaba para que él pudiese llegar al puerto de Ningbo.

      Muchas veces sintió temor, pero siguió, pues su espíritu aventurero y su confianza en los ancestros no le permitieron claudicar: quería llegar al puerto.

      En su travesía, todas las noches memorizaba las leyes espirituales para que sus ancestros lo protegieran. Recordaba las noches en que sus padres se las contaban.

      «Sam, recordá siempre que la práctica de las virtudes es una parte esencial de la vida espiritual. Hijo, ellas van preparando la mente y el corazón para alcanzar la meta más elevada, la purificación de nuestro ser interno, la unión con el Supremo.

      Pero, a veces, se duda, y podemos caer en el abismo, nos confundimos y permitimos que ingrese la oscuridad en nuestro corazón. Cuando ocurra eso, buscá la luz; al Supremo déjalo obrar en tu corazón, verás que en la quietud y la confianza residirá tu fortaleza. Cuando necesites y estudies las leyes e intentes practicarlas, verás cómo en tus sueños se iluminarán tus ancestros y vendrán en tu ayuda».

      Luego de muchos días, llegó al puerto. Buscó a sus familiares por todos lados, pero no encontró rastros de ellos. Escuchó voces extrañas, en un idioma que no conocía. Comenzó a correr. Vio un barco muy grande e ingresó a este junto a su perrito, pero no tardaron mucho tiempo en descubrirlo. Sam ya estaba temblando no solo de miedo, sino que también estaba muy enfermo. Era un buque mercante de bandera británica; paradójicamente, la gente de la tripulación se apiadó de él y le salvó la vida, a pesar de que los británicos consideraban a los chinos personas no gratas. Tal vez se compadecieron de él porque era un niño, y no solo lo ayudaron, sino que además lo adoptaron y lo cuidaron por casi veinte años. Lo educaron como a un hijo y lo formaron en varios oficios, entre ellos, la cocina. Viajó por muchos lugares y experimentó aventura tras aventura. Durante quince años, vivió junto a Lobinan. Cuando murió su mascota, lo envolvió en una bandera de su país y tiró su cuerpo al mar. Ya tenía veintitrés años y, en ese momento, tomó conciencia de que no vería más a su familia, no le quedaba nada de su origen.

      Pasaron algunos años más hasta que, en 1920, ingresó a los Estados Unidos, el fin de su viaje, después de casi veinte de no saber ni de su familia ni de su país. En la embajada de Nueva York, conoció un grupo de paisanos que se iban a México, y lo invitaron a que los acompañase, pues allí había muchos coterráneos. Él aceptó, pues estaba solo sin saber a dónde ir, pero creía que el destino le indicaría su camino.

      Otra vez el desarraigo. Se despidió de la gente que lo había cuidado y tratado como a un hijo y se fue a México. No sabía qué podría hacer allí, aunque luego conoció a muchas personas en su condición. Un paisano le contó que nueve años atrás se había escapado de una matanza en la ciudad del Torreón. A pesar de que estaban lejos de ese lugar, observó que se mantenía el clima revolucionario. Se comentaba que los EE. UU. invadirían México porque buscaban a un jefe revolucionario llamado Pancho Villa y que el año anterior habían matado a otro líder revolucionario, Emiliano Zapata.

      Sam pensó que no era seguro estar en ese país, pues había un clima muy candente en todas las ciudades. Uno de sus paisanos quería probar suerte en un país sudamericano, su corazón extenuado le decía que sería el último lugar, allí encontraría su morada.

      Sam no lo dudó y, al año siguiente, llegaron a la Argentina. Esperaba poder vivir en un país en el que no hubiese tantos conflictos, trabajar y asentarse allí. En su viaje interminable, hablaba con sus ancestros, les pedía compasión, pues estaba cansado y debilitado de seguir caminando, se sentía en el abismo, muy alejado de la felicidad. Sam se quedaba dormido repitiendo: «Piedad, guías, piedad; no permitan que me discriminen por mi nacionalidad».

      La masacre de trescientos tres chinos en la ciudad de Torreón

      Esta es una de las masacres más crueles de la historia de México. Pocos conocen este capítulo negro de la revolución mexicana, cuando más de trescientas personas fueron asesinadas por el simple hecho de ser chinas. La xenofobia contra esta comunidad creció en todo el mundo al punto de que se emitieron leyes para expulsarlos. Se afirmaba que eran portadores de vicios y enfermedades; por tanto, era extendido el mito de que eran cobardes y un peligro para la salud pública. Las campañas en su contra fueron muy duras y varias comunidades de asiáticos tuvieron que huir y vivir en estado de persecución.

      Con la llegada de la Revolución Mexicana, los bandos enfrentados se inflaron el pecho de nacionalismo, los pobladores extranjeros en el país fueron perseguidos, pero ninguna población sufrió más los derroches del patriotismo que los chinos: los mataron sin piedad, saquearon sus casas y se adueñaron de sus pertenencias.

      Recientemente, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que para el 2021 habrá un acto público para pedir disculpas a los chinos. La cifra de asesinados conocida por el Gobierno es de trescientas tres personas, la mayoría de ellas se dedicaba a trabajar en el campo. Más de cien años después, no existe un memorial o monumento que recuerde la masacre; la gente no sabe lo que sucedió. Pareciera que existe un encubrimiento histórico sobre la responsabilidad que tuvieron algunos líderes revolucionarios en el evento, y varios de los partícipes de la Toma del Torreón se encuentran representados en diversos monumentos en la ciudad.

      Amor infinito

      Aparentemente escapando de la persecución por su nacionalidad, llegaron a la Argentina. Entraron por el puerto de Santa Fe. Desde allí, viajaron al partido de Almirante Brown (Buenos Aires), específicamente, a la localidad de José Mármol, donde había un grupo de paisanos. Cerca de allí, una familia de nacionalidad alemana contrató a Sam para trabajar.

      Cuando