Baird T. Spalding

La vida de los Maestros


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exponer el gran principio que sirve de base a nuestras creencias.

      »Cuando cada uno conoce la Verdad y la interpreta correctamente, ¿no es evidente que todas las formas vienen de la misma fuente? ¿No estamos ligados indisolublemente a Dios, sustancia universal del pensamiento? ¿No formamos todos una gran familia? Cada niño, cada hombre ¿no forma parte de esta familia sea cual sea su casta o religión?

      »Vosotros me preguntáis si se puede evitar la muerte. Responderé con las palabras de Siddha: “El cuerpo humano se construye partiendo de una célula individual como el cuerpo de las plantas y de los animales, que nosotros llamamos hermanos más jóvenes y menos evolucionados. La célula individual es la unidad microscópica del cuerpo. Por un proceso de crecimiento y de subdivisión, el ínfimo núcleo de una única célula acaba por volverse un ser humano completo, compuesto de incontables millones de células. Estas se especializan en diferentes funciones, pero conservan ciertas características esenciales de la célula original. Se puede considerar a esta última como la portadora de la antorcha de la vida animada. La célula transmite, de generación en generación, la llama latente de Dios, la vitalidad de toda criatura viviente, la línea de sus ancestros es ininterrumpida y se remonta al tiempo de la aparición de la vida sobre nuestro planeta.

      »La célula original está dotada de una juventud eterna, pero ¿qué es de las células agrupadas en forma de cuerpo? La juventud eterna, llama latente de la vida es una de las características de la célula original. En el curso de sus múltiples divisiones, las células del cuerpo han retenido esta característica. Pero el cuerpo no funciona como guardián de la célula individual más que durante el corto espacio de vida, tal como vosotros lo concebís actualmente.

      »Por revelación, nuestros más antiguos educadores han percibido la verdad sobre la unidad fundamental de las reacciones vitales en los reinos animal y vegetal. Es fácil imaginarios arengando a sus discípulos bajo el baniano diciéndoles más o menos esto: “Mirad este árbol gigantesco. En nuestro hermano el árbol y en nosotros los estadios del proceso vital son idénticos. Mirad las hojas y las yemas en las extremidades de los más viejos banianos ¿no son ellos jóvenes como el grano de donde este gigante se elevó hacia la vida?” Ya que sus reacciones vitales son las mismas, el hombre puede ciertamente beneficiarse de la experiencia de la planta. Lo mismo que las hojas y los brotes del baniano son también jóvenes como la célula original del árbol, así mismo los grupos de células que forman el cuerpo del hombre, no son llamados a morir por pérdida gradual de vitalidad. A la manera de óvulo o célula original, estas pueden seguir siendo jóvenes o marchitarse. En verdad, no hay razón para que el cuerpo no esté tan cargado de vitalidad como la semilla vital de donde ha salido. El baniano se extiende siempre simbolizando la vida eterna. No muere más que accidentalmente. No existe ninguna ley natural de decrepitud, ningún proceso de envejecimiento susceptible de alcanzar a la vitalidad de las células del baniano. Es lo mismo para la forma divina del hombre. No existe ninguna ley de muerte ni de decrepitud para ella, salvo accidente. No hay ningún proceso inevitable de envejecimiento de los grupos de células humanas susceptibles de paralizar al individuo. La muerte no es más, entonces, que un accidente evitable.

      »La enfermedad es ante todo ausencia de salud (Santi, en indo): Santi es la dulce y gozosa paz del espíritu, reflejada en el cuerpo por el pensamiento. El hombre sufre generalmente la decrepitud senil, expresión que esconde su ignorancia de las causas, a saber: el estado patológico de su pensamiento y de su cuerpo. Una actitud mental apropiada permite así mismo evitar los accidentes. El Siddha dice: “Uno puede preservar el tono del cuerpo y adquirir las inmunidades naturales contra todas las enfermedades contagiosas, por ejemplo la peste, o la gripe. Los Siddhas pueden contagiarse de microbios sin caer enfermos”.

      »Recordad que la juventud es el grano de amor plantado por Dios en la forma divina del hombre. En verdad, la juventud es la divinidad en el hombre, la vida espiritual, magnífica, la única viviente, amante, eterna. La vejez es antiespiritual, fea, mortal irreal. Los pensamientos de temor, de dolor, melancolía engendran la fealdad llamada vejez. Los pensamientos de alegría, de amor y de ideal engendran la belleza llamada juventud. La edad no es más que una concha que contiene el diamante de la verdad, la joya de la juventud.

      »Ejercitaros para adquirir una conciencia de niño. Visualizad al Niño Divino en vosotros mismos. Antes de dormiros tomad conciencia de poseer en vosotros un cuerpo de alegría espiritual, siempre joven y bello. Pensad en vuestra inteligencia, vuestros ojos, nariz, boca, vuestra piel en el cuerpo del Niño Divino. Todo ello está en vosotros, espiritual, perfecto, y desde ahora, desde esta noche. Reafirmad lo anterior, y meditadlo antes de dormiros apaciblemente. Y por la mañana al levantaros, sugestionaros en voz alta diciéndoos: “Y bien, mi querido…, hay un divino alquimista en ti”.

      »Una transmutación nocturna se produce por el poder de estas afirmaciones. El espíritu se expande desde adentro, satura el cuerpo espiritual, llena el templo. El alquimista interior ha provocado la caída de las células usadas y ha hecho aparecer el grano dorado de la epidermis nueva perpetuamente joven y fresca. En verdad la manifestación del amor divino es la eterna juventud. El divino alquimista está en mi templo, fabricando continuamente nuevas células, jóvenes y magníficas. El espíritu de juventud está en mi templo bajo la forma de mi cuerpo divino y todo va bien. ¡Oh Santi! ¡Santi! ¡Santi! (paz, paz, paz).

      »Aprended la dulce sonrisa del niño. Una sonrisa del alma es una distensión espiritual. Una verdadera sonrisa posee una gran belleza. Es el trabajo artístico del inmortal Maestro interior. Es bueno afirmar: “Yo envío buenos pensamientos al mundo entero. Que él sea dichoso y bendito”. Antes de abordar el trabajo del día, afirmad que hay en vosotros una forma perfecta divina. “Soy ahora como yo lo deseo. Tengo cotidianamente la visión de mi ser magnífico, al punto de insuflar la expresión a mi cuerpo. Soy un Niño divino y Dios provee mis necesidades ahora y siempre”.

      »Aprended a ser vibrantes. Afirmad que el amor infinito llena vuestro pensamiento, que su vida perfecta hace vibrar todo vuestro cuerpo. Haced que todo sea luminoso y espléndido alrededor de vosotros. Cultivad el espíritu de humor, gozad de los rayos del sol.

      »Todas estas citas provienen de la enseñanza de los Siddhas. Su doctrina es la más antigua conocida. Data de millares de años antes de los tiempos prehistóricos. Antes incluso de que el hombre conociera las artes más simples de la civilización, los Siddhas iban de aquí para allí enseñando con la palabra y el ejemplo la mejor manera de vivir.

      »Los gobiernos jerárquicos nacieron de esta enseñanza. Pero los jefes se alejaron bien rápido de la noción de que Dios se expresaba a través de ellos. Creyeron ser ellos mismos los autores de las obras. Perdiendo de vista el aspecto espiritual y olvidando que todo viene de una fuente única, Dios, se manifestaron bajo un aspecto personal y material. Las concepciones personales de estos jefes provocaron grandes cismas y una vasta diversidad de pensamiento. Tal es para nosotros el sentido de la Torre de Babel.

      »A lo largo de las edades, los Siddhas han conservado la revelación del verdadero método por el cual Dios se expresa a través de todos los hombres, recordando que Dios es todo y se manifiesta en todo. Al no haberse desviado nunca de esta doctrina, han preservado los grandes fundamentos de la verdad».

      VI

      Como teníamos un considerable trabajo que terminar antes de atravesar los Himalayas, el pueblo de Asmah nos pareció el mejor cuartel general. El camarada que habíamos dejado en Potal para observar a Emilio se unió a nosotros. Nos contó que había hablado con él hasta casi las cuatro de la tarde del día en que este debía recibirnos en Asmah. Hacia esa hora Emilio dijo que tenía que ir a la cita, su cuerpo se volvió rápidamente inerte, pareciendo adormecido. Quedó en esta posición casi tres horas, después se volvió invisible progresivamente y desapareció. Fue a la hora de la tarde en que Emilio nos recibió en el alojamiento de Asmha.

      La estación no estaba avanzada como para emprender el cruce de las gargantas de las montañas (me refiero a nosotros, nuestro pequeño grupo, que nos considerábamos como simples impedimentos). Aunque nuestros grandes amigos las hubieran podido franquear en mucho menos tiempo que nosotros, ninguno de ellos se quejaba. Es por eso que los llamo grandes, ya que verdaderamente lo son por su carácter. Hicimos muchas excursiones a partir