Baird T. Spalding

La vida de los Maestros


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esta idea se apodera de nuestra conciencia, tomamos contacto con el Pensamiento divino y podemos concebir nosotros mismos aquello que Dios ya ha concebido para nosotros. Esto es lo que Jesús llamaba el nuevo nacimiento. Tal es el gran don que nos ofrece el Silencio. Nuestro contacto con el Pensamiento de Dios nos permite pensar y conocernos tal y como somos en realidad. El hombre contacta con el Pensamiento de Dios por la verdadera meditación y forma entonces una expresión verdadera. Actualmente, por nuestras falsas creencias, nos hemos formado una expresión errónea. Pero aunque sea la forma perfecta o imperfecta, el Ser de la forma es siempre el poder, la sustancia y la inteligencia perfecta de Dios. No se trata de cambiar el Ser de la forma, sino la forma dada al Ser. Para ello es necesario renovar nuestro pensamiento, transformar el concepto imperfecto en concepto perfecto, cambiar el pensamiento del hombre en pensamiento de Dios. Hay entonces un mayor interés en encontrar a Dios, en tomar contacto con él, en unirse a él y exteriorizarlo en la expresión.

      »El silencio no es menos importante. Es necesario forzar a la imaginación personal a callar, para permitir al Pensamiento de Dios, iluminar la conciencia en todo su esplendor. Entonces uno comprende como el sol de la justicia (de buen uso) se alza, trayendo la curación en sus alas. El Pensamiento de Dios inunda la conciencia, como el sol penetra en un cuarto oscuro. El Pensamiento Universal penetra en el individual como el aire puro en un local cerrado. Se produce entre el mayor y el menor, una mezcla gracias a la cual el menor no se hace más que uno con el mayor. La impureza proviene de la separación del menor con el mayor. La pureza resulta de su unión. No hay más que un solo aire puro, bueno y sano. Es la unidad con Dios y la unión con todas las cosas con él. La separación ha causado pecado, la enfermedad, náusea y muerte. La unión es la causa de la salud.

      »El descenso de los ángeles sobre la escala de la conciencia es la ruptura de la unidad. Su subida es la reconstitución. El descanso es bueno, ya que la unidad puede expresarse por la diversidad sin que haya concepto de separación. Uno se equivoca cuando del exterior, desde el punto de vista personal, mira la diversidad y la toma por una separación. Cada alma tiene por tarea personal, elevar su punto de vista a tal altura de la conciencia, que esta se funda con el todo. Todos pueden reencontrarse en un mismo acuerdo y en un mismo lugar. Es el sitio de la conciencia donde comprendemos que todas las criaturas visibles e invisibles tienen su origen en Dios. Entonces estamos en la Montaña de la Transfiguración. Al principio, vemos a Jesús y con él a Moisés y a Elías, o en otros términos, el Cristo (el poder humano de conocer a Dios), la Ley y la Profecía.

      »Nosotros soñamos en construir tres templos. Pero el significado profundo de la visión aparece. Nos es dado constatar la inmortalidad del hombre. Comprendemos que su identidad no se pierde jamás y que el Hombre-Dios es inmortal y eterno. Entonces Moisés (la Ley) y Elías (la Profecía) desaparecen y queda el Cristo de pie solo y supremo. Comprendemos que hay que construir un solo templo, en su interior, aquel del Dios viviente. Entonces el Espíritu Santo ocupa la conciencia, y las ilusiones sensuales del pecado, de la enfermedad y de la muerte cesan de existir. Este es el gran fin del Silencio.

      »Este templo de cual vosotros podéis romper un fragmento y ver la rotura repararse sola al instante, simboliza nuestro cuerpo del cual Jesús ha hablado, el templo no construido por la mano del hombre, eterno en los cielos, aquel que debemos exteriorizar aquí, sobre la tierra».

      VII

      A nuestro regreso, hallamos extranjeros reunidos en Asmah. Venían de los alrededores. Un cierto número de Maestros se agrupaban con vistas a un peregrinaje a un pueblo situado a unos cuatrocientos kilómetros. Aquello nos sorprendió, ya que habíamos hecho excursiones en esta dirección, y comprobado que a partir de los ciento veinte y cinco kilómetros la pista desembocaba en un desierto arenoso. Este desierto era más bien una alta meseta cubierta con dunas movedizas bajo la acción de los vientos y donde la vegetación era escasa. Más allá, la pista escalaba una pequeña cadena de montañas, formando un contrafuente a los Himalayas. Por la noche, fuimos invitados a unirnos al peregrinaje. Debíamos partir el lunes siguiente. Nos previnieron que sería inútil llevar nuestros equipajes más pesados porque regresaríamos a Asmah, antes de franquear la cadena principal de los Himalayas.

      Jast y Neprow habían preparado todo, y el lunes por la mañana, a muy buena hora, nos reunimos los trescientos peregrinos. La mayor parte de ellos sufrían enfermedades que pensaban sanar. Todo fue bien hasta el sábado, en el que se desencadenó el más espantoso huracán del cual hemos sido testigos. Durante tres días y tres noches, cayeron trombas de agua, que eran, parece ser, anunciadoras del verano. Nosotros habíamos acampado en un sitio muy confortable y el huracán no nos molestó para nada. Teníamos miedo sobre todo por el abastecimiento, pensando que un retraso prolongado sería muy desagradable para todos los interesados. En efecto, estos no habían llevado más que los víveres estrictamente necesarios para el viaje, sin tener en cuenta posibles contratiempos. Esto nos pareció doblemente grave, ya que no veíamos otra solución que retornar a Asmah para reabastecernos, lo que significaba recorrer cerca de doscientos kilómetros, de los cuales la mayor parte era a través del desierto de arena ya descrito.

      El jueves por la mañana se levantó un sol radiante, con un tiempo claro y nosotros soñábamos volver a ponernos en marcha. Pero se nos informó que era preferible esperar a que el camino se secara y bajaran los ríos, así el viaje sería más fácil. Uno de nosotros comunicó nuestra preocupación de ver desaparecer las provisiones. Emilio, que tenía la responsabilidad del abastecimiento nos dijo: «Es inútil tener miedo, ¿Dios no cuida acaso de sus criaturas grandes o pequeñas, y no somos nosotros sus criaturas? Mirad esos granos de trigo, semillas de trigo, Yo los planto. Este acto afirma que tengo necesidad de trigo, he formado trigo en mi espíritu, he cumplido la ley y el trigo crecerá a su tiempo. El proceso de la naturaleza para el crecimiento del trigo es arduo y largo. ¿Es indispensable para nosotros sufrir la espera penosa de este lento crecimiento? ¿Por qué no apelar a una ley superior más perfecta para hacer crecer el trigo? Es suficiente concentrarse, ver el trigo en ideal y he aquí los granos de trigo pronto para ser molidos. Si lo dudáis, recogedlo, haced la harina y coced el pan».

      En efecto, había delante de nosotros trigo bien maduro y caído, del cual tomamos los granos necesarios para molerlos y hacer pan. Emilio continuó diciendo: «Vosotros habéis visto y creído. Pero, ¿por qué no apelar ahora a una ley más perfecta y producir un objeto todavía más perfecto, es decir aquel que nos es necesario, el pan? Veréis que esta ley más perfecta, más sutil diríais, me permite producir aquello de lo cual tengo necesidad: pan».

      En tanto que nosotros estábamos allí, bajo el encanto, una gran hogaza apareció en las manos de Emilio, y después otras más, que él fue colocando sobre la mesa hasta el número de cuarenta. Emilio señalo: «Vosotros veis que hay suficiente para todos. Si no hubieran bastantes vendrían otras hasta que hubiera un excedente».

      Comimos todos de ese pan y lo encontramos muy bueno.

      Emilio continuó: «Cuando Jesús preguntó a Felipe “¿dónde compraremos el pan?”, lo hizo para probarlo. Jesús sabía que era inútil comprar el pan del cual la multitud tenía necesidad, o comprarlo en los mercados existentes entonces. Él buscaba la ocasión de mostrar a sus discípulos el poder del pan levantado o crecido gracias al Espíritu. ¡Cuántas veces los hombres tienen el mismo concepto material que Felipe! Él calculaba como lo hacen conscientemente los hombres de hoy. Tengo tanto pan, tantas provisiones o tanto dinero.

      Jesús había reconocido que viviendo en la conciencia del Cristo, uno no conoce las limitaciones. Él volvía su mirada hacia Dios, fuente y creador de todo y le agradecía de poner siempre en manos de todos los hombres el poder y la sustancia necesaria para satisfacer todas las necesidades. Partió entonces el pan y lo hizo distribuir entre sus discípulos. Y cuando todo el mundo fue saciado, quedaban aún doce cestos. Jesús no contaba nunca con lo del vecino para nutrir a los otros. Él enseñó que nuestras provisiones están al alcance de la mano, en la Sustancia Universal, en la que hay provisión de todo. Nos es suficiente exteriorizar esta sustancia para crear todo.

      Es así como Eliseo multiplicó el aceite de la viuda; él no apeló al dueño de un excedente de aceite, con lo cual sus reservas hubieran sido limitadas. Tomó contacto con el Universal y no hubo otra limitación a la abundancia que la capacidad de los recipientes.