Baird T. Spalding

La vida de los Maestros


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los cuatro días que empleamos en reunirnos con los que habían atravesado el río sobre el agua, no tuvimos otro tema de conversación ni de reflexión que los notables acontecimientos de los cuales habíamos sido testigos durante nuestra corta estancia con estas maravillosas gentes. En el segundo día, y mientras subíamos penosamente una pendiente a pleno sol, nuestro jefe de destacamento que no había dicho gran cosa desde hacía cuarenta y ocho horas, gritó súbitamente: «Muchachos ¿por qué el hombre está obligado a arrastrarse y rezagarse sobre la tierra?».

      Respondimos a coro que él había expresado exactamente nuestro pensamiento.

      Él continuó: «¿Cómo puede ser que si algunos han podido hacer lo que nosotros hemos visto, no sean capaces todos de hacer otro tanto? ¿Cómo es posible que los hombres estén satisfechos de arrastrarse y no solamente satisfechos, sino forzados a arrastrarse? Si el hombre ha recibido poder para dominar sobre toda criatura, debe ciertamente volar más alto que los pájaros. Si es así ¿por qué no ha ejercido su dominio desde hace largo tiempo? La falta está en el pensamiento humano. Todo debe haber sido como consecuencia de la concepción material que el hombre hace de sí mismo. En su propio pensamiento, no se ha visto más que arrastrándose. No puede entonces más que arrastrarse».

      Jast captó la idea y respondió: «Vosotros tenéis razón, todo viene de la conciencia del hombre. Según lo que piense es limitado o ilimitado, libre o esclavo. ¿Creéis vosotros que los hombres que habéis visto caminar sobre el río, evitando así el fastidioso desvío, eran criaturas especiales y privilegiadas? No, no se diferencian en nada de vosotros por su creación. No han sido dotados de un átomo de poder más que vosotros. Ellos han desarrollado su poder divino por el buen uso de su fuerza de pensamiento. Todo lo que vosotros, habéis visto hacer, lo podéis hacer también, con la misma plenitud y libertad, ya que todos nuestros actos están en armonía con una ley precisa, la cual cada ser humano puede utilizar, si lo desea».

      La conversación terminó entonces, nos reunimos con los cincuenta y dos que habían atravesado el río y nos dirigimos hacia el pueblo de nuestro destino.

      IX

      El Templo de la Curación se hallaba situado en ese pueblo. Se decía que desde su fundación no se habían pronunciado en él más que palabras de vida, de amor y de paz. Las vibraciones eran de tal manera poderosas, que la mayor parte de los peregrinos se curaban instantáneamente. Se pretende también que las palabras de vida, amor y paz, repetidas tantas veces y que emanan del templo desde que fueron pronunciadas hace tanto tiempo, que sus vibraciones son tan fuertes que aniquilan toda palabra desarmónica o imperfección que allí fueran pronunciadas. Ello ilustraría lo que ocurre en el hombre. Si uno se ejercitara en enviar mensajes de vida, amor, armonía y perfección, este hombre sería bien pronto incapaz de pronunciar una palabra discordante. Tratamos de emplear palabras desagradables y cada vez pudimos ver que no podíamos articularlas.

      El templo era el destino de los peregrinos que buscaban curarse. Los Maestros que residen en la vecindad tienen la costumbre de reunirse, a intervalos determinados, en ese pueblo para consagrarse sus devociones, y las gentes que quieren aprovechan esta oportunidad para instruirse. El templo está dedicado enteramente a la curación y abierto siempre al público. Como el público no puede encontrar siempre a los Maestros, ellos los incitan a ir al templo, en toda época, con fines de curación. Es por lo que los Maestros no habían curado a nuestros peregrinos. Los habían acompañado para mostrarles que no eran diferentes de ellos y que cada uno posee en sí los mismos poderes dados por Dios. Dando el ejemplo de la travesía del río, pienso que habían querido demostrar a los peregrinos y a nosotros mismos su facultad de triunfar en todas las dificultades e invitarnos a imitarlos.

      En los lugares desde donde el templo es inaccesible, quienquiera que sea puede pedir ayuda a los Maestros y recibe grandes beneficios. Hay también simples curiosos e incrédulos que no reciben ayuda aparente. Nosotros asistimos a muchas curaciones, de doscientas a dos mil personas, donde todas aquellas que lo desearon se curaron, declarando interiormente que lo deseaban. Tuvimos ocasión de observar, en diferentes épocas, un gran número de personas curadas así. En un noventa por ciento de los casos las curaciones fueron duraderas y aquellas efectuadas en el mismo templo lo fueron en un cien por cien.

      Se nos explicó que el templo es una cosa concreta situada en un lugar determinado. Simboliza el centro divino, o Cristo individual. Todas las iglesias deben representar el mismo símbolo. El Templo es accesible siempre, a aquellos que quieran ir a él. Uno puede ir tan seguido y estar tan largo tiempo como desee. Un ideal se formó así en el pensamiento de los visitantes y se fijó en su espíritu.

      Emilio dijo: «Es justo aquí donde interviene la sugestión que condujo a la idolatría del pasado. Los hombres han buscado grabar en la madera, en la piedra, el oro y la plata o el bronce la imagen de su ideal. Apenas la imagen (ídolo) está formada, ya el ideal la ha sobrepasado. Es necesario, entonces, tener la visión de amar e idealizar aquello que viene del interior del alma y no dar una forma tangible, necesariamente idólatra, al ideal que queremos expresar. Un aspecto más reciente de la idolatría, consiste en hacer un ídolo de la persona que expresa nuestro ideal. Es necesario no adorar más que el ideal expresado y no la personalidad que los expresa. Jesús decidió irse porque vio que el pueblo comenzaba a idolatrar su persona en lugar de amar el ideal que él representaba. Querían hacer de él un rey. El pueblo no veía más que una cosa, y es que Jesús les proveía de sus necesidades materiales.

      »No había nadie que reconociera tener en sí mismo el poder de proveer a sus necesidades y se sirviera de él, como Jesús. Dijo entonces: “Es bueno que yo me vaya, ya que si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros”. En otros términos, en tanto que uno se concentra sobre la persona de Jesús, no se reconoce su propio poder. Si uno cuenta con el otro, hace un ídolo en lugar de expresar su ideal».

      Fuimos testigos de curaciones extraordinarias. Para algunos enfermos era suficiente con atravesar el templo para ser sanados. Otros pasaban allí un tiempo considerable. Nadie oficiaba jamás. Parece que era inútil oficiar, porque las vibraciones de la Palabra viviente eran tan eficaces en el templo, que toda persona que entraba en su zona de influencia sentía sus beneficios. Vimos traer a un hombre aquejado de acromegalia. Sus soldaduras óseas se curaron por completo al cabo de una hora, y pudo ponerse en pie y caminar. Trabajó seguidamente cuatro meses para nuestra expedición. Otro había perdido todos los dedos de una mano y le fueron repuestos. Un niño pequeño con el cuerpo deforme y miembros paralizados fue curado instantáneamente y corrió fuera del templo. Casos de lepra, ceguera, sordera y otros fueron curados. Tuvimos la ocasión de observar a un gran número de ellos dos o tres años más tarde. Su curación persistía. Cuando no era más que temporal, se nos dijo que era a causa de una falta de visión espiritual.

      X

      Al regreso a nuestro cuartel general de Asmah todo estaba dispuesto para la travesía a las montañas. Después de una jornada de descanso, cambiamos de porteadores y monturas y emprendimos la segunda parte de nuestro viaje. Se trataba de franquear la cadena himaláyica.

      Los acontecimientos de los veinte días siguientes no presentaron ningún interés especial. Emilio nos habló de la Conciencia de Cristo. Nos dijo: «Es por el poder de nuestro propio pensamiento puesto en acción que podemos expresar y volver tangible la conciencia de Cristo. Por el poder del pensamiento, podemos hacer evolucionar nuestros cuerpos hasta un estado tal que no conocemos más la muerte, donde no habremos de sufrir más el cambio de la muerte. Por el proceso del pensamiento, por la Conciencia interior del Cristo, podemos transmutar nuestro entorno y nuestras condiciones de vida. Todo ello se hace por el poder dado al hombre de concebir un ideal y de realizar el objetivo correspondiente. Es necesario ante todo saber, percibir, creer por la fe que Cristo está en nosotros. Es necesario seguidamente comprender el verdadero sentido de la doctrina de Jesús, mantener unido a Dios nuestro cuerpo espiritual hecho a su imagen y semejanza. Es necesario fundirlo en el cuerpo perfecto de Dios, ya que es así fundido como Dios nos ve. Entonces habremos idealizado, después concebido y manifestado el cuerpo perfecto de Dios. Habremos verdaderamente “nacido de nuevo” en el Reino del Espíritu de Dios y formado parte de él. Pensando de esta manera, uno puede reintegrar todas las cosas a la Sustancia Universal de donde han salido y