Baird T. Spalding

La vida de los Maestros


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dio su carne, su exterior, su cuerpo visible, para demostrar la existencia de un cuerpo espiritual profundo. Fue ese cuerpo el que manifestó al salir de su tumba. Es el mismo del cual hablaba al decir: “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días”. Ha querido demostrarnos que nosotros poseemos el mismo cuerpo espiritual que él y que podemos hacer las mismas obras. Indudablemente Jesús podía haber escapado a la cruz si lo hubiera querido. Él había visto que un gran cambio se había producido en su cuerpo. Las gentes de alrededor eran incapaces de ver ese cambio y beneficiarse ellos mismos de ese ejemplo. Continuaban considerando el cuerpo como únicamente material. Ellos hubieran sido incapaces de ver la diferencia entre lo material y lo espiritual sin precederlo de un gran cambio material.

      »Fue para provocar ese cambio por lo que él aceptó el camino de la cruz. Tal es el Cristo en el hombre que el gran Maestro Jesús, universalmente amado y respetado, ha venido a manifestar. ¿No ha consagrado su vida terrestre a mostrarnos el perfecto camino hacia Dios? Es imposible no amar ese camino ideal que uno ha visto, sea en la siembra de los granos, sea en los millones de actos necesarios en la vida diaria. Todas sus lecciones nos conducen a nuestro plano de desarrollo. Nos llegará un día en el que veremos que somos verdaderamente hijos de Dios y no esclavos. Siendo Hijos tenemos acceso a todo lo que posee el Padre, nosotros poseemos todo y podemos servirnos tan libremente como el Padre.

      »Reconozco que al principio esto exige una fe inmensa. Es necesario hacerla creer poco a poco y practicarla fielmente como la música o como las matemáticas hasta que se llega a un estado de conocimiento. Entonces se es libre, grandiosa y magníficamente libre. No hay mejor ejemplo de ese género de vida que aquella de Jesús. ¿No podéis reconocer el poder incluso de su nombre, Jesús, el Cristo manifestado? ¿Dios se manifiesta en la carne del hombre? Jesús había llegado al punto en que se fiaba enteramente a su profunda inteligencia de Dios, y es así como cumplía sus obras poderosas. No contaba ni con el poder de su propia voluntad ni con la fuerte concentración de sus pensamientos, sino más bien con la voluntad de Dios: “Que tu voluntad se haga, oh mi Dios, y no la mía». Jesús quería hacer siempre la voluntad de Dios, hacer aquello que Dios quería que él hiciese.

      »Se dice a menudo que Jesús se retiraba a una alta montaña. No sé si subía físicamente o no, pero sí sé que nos es necesario subir a las alturas, a las más grandes alturas de la conciencia para recibir iluminación. Esas alturas están en la cúspide de la cabeza, y si las facultades no están desarrolladas es necesario desarrollarlas con pensamientos espirituales. Enseguida es necesario dejar al amor derramarse desde el corazón, centro del amor, para equilibrar el pensamiento. Hecho esto el Cristo se revela. El hijo del hombre se revela. El hijo del hombre percibe que él es el Hijo de Dios, el Hijo Único en el cual el padre encuentra su complacencia. En fin, es necesario vivir esto para todos con un amor continuo.

      »Parad un instante y reflexionad profundamente. Imaginad los incontables granos de arenas de las playas, las innumerables gotas de los océanos, las innumerables formas de vida que pululan las aguas, las innumerables partículas rocosas de la corteza terrestre, el número inmenso de árboles, de plantas, de flores y de arbustos que hay en la tierra, las innumerables formas de vida animal sobre la tierra. Todo eso es lo exterior del ideal mantenido en el Gran Pensamiento Universal de Dios.

      »Imaginad ahora las incalculables almas nacidas sobre la tierra. Cada una de ellas es la expresión de una imagen ideal de Dios, tal como se ve a él mismo. Cada uno ha recibido el mismo poder que Dios para dominar sobre todo. ¿No creéis que Dios desea ver al hombre desarrollar sus cualidades divinas y cumplir las obras de Dios, gracias a la herencia del Padre, Gran Pensamiento Universal, a través de todo y por encima de todo? Comprended que cada uno de nosotros es una expresión fuera de lo invisible, del Espíritu, en un molde visible, en una forma por la cual Dios ama expresarse. Cuando sabemos eso y lo aceptamos podemos verdaderamente decir como Jesús: «Mirad, Cristo está aquí». Es así que se alcanza el dominio sobre el mundo carnal. Él ha reconocido, proclamado y aceptado su divinidad, después ha vivido una vida santa como es preciso que nosotros la vivamos».

      VIII

      A los ocho días levantamos el campamento, un lunes por la mañana, y proseguimos nuestro camino. Después del mediodía del tercer día llegamos al borde de un gran río, de seiscientos o setecientos metros de ancho y con una velocidad de al menos cinco metros por segundo. Se nos informó que en tiempos ordinarios se lo podía vadear sin dificultades. Decidimos entonces esperar hasta la mañana siguiente para observar la crecida o decrecida de las aguas.

      Supimos que se podía atravesar el río por un puente situado aguas arriba, pero ello implicaba un desvío de cuatro días por caminos muy complicados. Pensamos que si el agua bajaba, sería más simple esperar algunos días en el lugar. Se nos había demostrado que no debíamos preocuparnos del avituallamiento En efecto, desde el día en que nuestras provisiones se agotaron hasta nuestro retorno a Asmah, es decir, durante sesenta y cuatro días, toda la compañía, más trescientos peregrinos, fue abundantemente nutrida con víveres provenientes «de lo invisible».

      Hasta entonces, ninguno de nosotros había comprendido el verdadero sentido de los acontecimientos a los cuales habíamos asistido. Nosotros éramos incapaces de ver que todo se cumplía en virtud de una ley precisa de la cual cada uno podía servirse.

      A la mañana siguiente, en el desayuno había cinco extranjeros en el campamento. Nos fueron presentados como un grupo acampado en la otra orilla del río y que venían del pueblo adonde nosotros nos dirigíamos. No prestamos gran atención a ese detalle, suponiendo naturalmente que ellos lo habían atravesado con un bote. Uno de nosotros dijo entonces: “Si esas gentes de allá tienen una embarcación ¿por qué no servirnos de esta para atravesar el río? Entrevimos ya una salida a nuestras dificultades, pero se nos informó que no había ningún bote porque el paso no era lo bastante frecuentado como para justificar la conservación de uno.

      Después de desayunar nos reunimos todos en la orilla del río. Notamos que Emilio, Jast y Neprow y cuatro personas de nuestra orilla conversaban con los cinco extranjeros. Jast se acercó hasta nosotros diciéndonos que a ellos les gustaría atravesar el río con los cinco extranjeros para pasar un momento en el otro campamento. Teníamos tiempo, ya que se había decidido esperar a la mañana siguiente y observar los signos de la crecida. Se comprenderá, que nuestra curiosidad se despertó. Consideramos un poco temerario querer franquear a nado una corriente tan rápida, para decir “buen día” a un vecino. No imaginamos que la travesía pudiera ser de otra manera. Cuando Jast se hubo reunido con el grupo, los doce hombres, todos vestidos, se dirigieron hacia la orilla y con la calma más perfecta pusieron pie sobre el agua, no digo en el agua. No olvidaré jamás mis impresiones viendo a esos doce hombres pasar uno después de otro de la tierra firme a la corriente. Contuve la respiración esperando verlos desaparecer bajo las aguas. Supe más tarde que dos de mis compañeros habían pensado lo mismo. Pero en el momento cada uno de nosotros, quedó sofocado hasta que los doce hombre hubieron pasado la mitad del río, de tal forma estábamos sorprendidos de verlos marchar tranquilamente sobre la superficie, sin la menor preocupación y sin que el agua subiera de la suela de sus sandalias. Cuando llegaron a la orilla opuesta, tuve la impresión de que me quitaba un gran peso de encima. Creo que fue lo mismo para todos, a juzgar por su sonrisa de alivio en el momento en que el último hubo acabado la travesía. Fue ciertamente una experiencia sin precedentes para nosotros.

      Los siete que pertenecían a nuestro campamento volvieron para comer. Aunque nuestra sobreexcitación fue menor en esta segunda travesía, cada uno de nosotros tuvo un suspiro de alivio cuando llegaron todos a nuestra orilla. Ninguno de nosotros había dejado la orilla del río esa mañana. No hicimos demasiados comentarios sobre el suceso, ya que estábamos absortos en nuestros propios pensamientos.

      Después del mediodía, constatamos que se necesitaría hacer un gran desvío por el puente para atravesar el río. A la mañana siguiente nos levantamos temprano, dispuestos para realizarlo. Antes de nuestra partida, cincuenta y dos hombres de nuestra expedición marcharon tranquilamente hacia el río y lo atravesaron como los doce de la víspera. Se nos dijo que nosotros podíamos atravesarlo con ellos, pero ninguno de nosotros tuvo suficiente fe para probarlo. Jast y Neprow insistieron en hacer el desvío con nosotros. Y nosotros tratamos de disuadirlos, diciéndoles que