de la niña dormida. Cuando recogemos la mesa para servir el postre, llega Juanita, con los ojos soñolientos, pero con mucha hambre.
Mamá sienta a Juanita en su silla alta, le sirve el alimento y pone el plato frente a ella. Durante todo este tiempo, ignora completamente a la niña, mientras continuamos con nuestra conversación adulta. Confundida, Juanita mira en derredor de toda la mesa a cada adulto ocupado en comer su postre, luego mira su propio plato. Otra vez sus ojos recorren la mesa de adultos absortos y, finalmente, descansan en su alimento.
Quedamente, sin ayuda alguna, sin el estímulo de nadie, inclina su cabeza, junta las manos y murmura algo que no alcanzo a oír desde el otro lado de la mesa. Satisfecha de haber resuelto su dilema personal, Juanita ataca su alimento con vigor. “¿Por qué los adultos estaban comiendo sin hacer la oración?”, quedará en su cabecita como un misterio, pero ella hizo lo que se suponía que debía hacer antes de comer.
He pensado a menudo en Juanita. El conocimiento de que es correcto orar antes de comer no le había venido de nacimiento. Lo había aprendido de sus padres. Desde cuando podía recodar, mamá y papá siempre habían orado antes de comer, y también le habían ayudado a ella a dar gracias a Jesús por la comida. Día tras día, mes tras mes, cuando probablemente parecía que Juanita no estaba prestando mucha atención, mamá y papá continuaron orando y ayudándola a juntar las manos para orar. En efecto, no puede recordar una vez cuando su familia comiera sin decirle primero “gracias” a Dios.
De esta manera, cuando llega el momento de tomar su decisión, Juanita está preparada. Sabe que tiene que orar antes de comer, aun cuando ningún otro pareciera recordarlo. Habiéndolo hecho siempre de esta manera, lo hará ahora, sola. Satisfecha de haber hecho lo correcto, piensa ahora que el alimento sabe maravillosamente.
Juanita estaba aprendiendo, como principiante, los patrones de vida que llegarán a ser parte de la fibra de su ser. Llegarán a ser de tal manera una parte integral de su modo de vida que no tendrá que hacer decisiones conscientes respecto de ellos. Sencillamente, no se le ocurrirá hacerlo de otra manera. Sus patrones de vida –a veces llamados “hábitos”– harán una gran diferencia en los años por venir. Serán una parte del fuerte fundamento de su vida espiritual.
Puedes enseñar a tus hijos muchos patrones como este durante su infancia temprana: orar antes de las comidas, antes de ir a dormir, cuando hay problemas o cuando se necesita perdón; ir a la Escuela Sabática y a la iglesia cada semana, vestir ropas especiales los sábados, llevar ofrenda, sentarse calladitos en la iglesia; reunirse cada día en el culto familiar para leer la Palabra de Dios, aprender el versículo de memoria, cantar y orar juntos; prepararse para el sábado y dar la bienvenida al día santo de Dios.
Tales patrones, repetidos cada día (o cada semana), hacen de la religión una parte de los bloques con que se edifica la vida. Tu niño nunca recordará una vez cuando no oró o no fue a la iglesia. El plan original de Dios para los niños incluye conocerlo a él desde el mismo comienzo, de modo que pueda ser siempre parte de sus vidas.
Les enseñamos a nuestros niños muchos hábitos durante sus primeros seis años de vida, tales como cepillarse los dientes, recoger sus ropas y juguetes, ayudar a otras personas. Hacer tales cosas todos los días hace que se impregnen profundamente hasta que llegan a ser naturales y automáticas. Los patrones de vida religiosos son lo mismo. Una parte vital de la crianza de los niños pequeños es enseñarles los hábitos que quieres que adopten para toda la vida.
Claves de patrones de vida
1 Decide qué acciones religiosas quisieras enseñarle a tu hijo.
2 Hazlo regularmente, nunca lo olvides.
3 Haz que el aprendizaje sea divertido. Acompáñalo con tu amor.
Sentimientos y actitudes
Durante sus primeros tres o cuatro años de vida, los pequeños actúan movidos por lo que sienten, más bien que por lo que piensan. Para ellos, los sentimientos siempre están al frente y en el centro. Experimentan la vida a través de sus emociones. Puedes saber de inmediato lo que está ocurriendo en su mente porque rápidamente muestran su infelicidad, temor o desagrado. Los niños hasta recuerdan eventos del pasado a través de los sentimientos. Susanita y la tía Betty conversan acerca de un paseo que hicieron por el bosque. La tía recuerda los grandes árboles y las ardillas que corrían por allí, mientras que Susanita recuerda cuán cansada y temerosa se sentía. A medida que maduran, comienzan a desarrollarse mentalmente y ganan más control sobre sus sentimientos. El razonamiento viene a desempeñar un papel más importante, cuando llegan a los 5 o 6 años.
Muchos de los recuerdos de la temprana niñez son mayormente emotivos. Tales sentimientos se desarrollan en formas de actitudes hacia: Dios, la oración, la adoración y la iglesia. Los pequeños perciben nuestros propios sentimientos y actitudes, y aprenden la religión por lo que ven en la casa y en la iglesia. Cuando ansías que llegue el momento de ir a la iglesia y participas gozosamente en el culto, tu niño percibirá tu gozo y se sentirá también feliz. Un culto de familia largo y aburrido que requiere que el hijo se siente en silencio durante todo el rato escuchando cosas que no entiende, probablemente producirá en él sentimientos negativos que, más tarde, desarrollarán actitudes negativas hacia toda la idea del culto familiar. Si el aula de la Escuela Sabática luce brillantemente decorada con figuras de animales, flores y Jesús rodeado de niños, y si los líderes son alegres y amigables sin ser abrumadores, y si el programa es divertido, tu pequeño de tres años tendrá sentimientos y recuerdos felices de la Escuela Sabática. Por otra parte, si el aula se encuentra en un subsuelo oscuro que huele a encerrado, con una pintura opaca y descascarada, cajas apiladas de cualquier manera en las esquinas, y una bombilla eléctrica colgada del techo, y si los líderes fruncen mucho el ceño y no tienen planeado nada interesante, tu niño preescolar tendrá recuerdos negativos de la Escuela Sabática.
Los niños son extremadamente conscientes de los olores y la atmósfera, de las caras sonrientes y de los ceños fruncidos. Leen el lenguaje corporal quizá mejor que los adultos y tienen un agudo sentido para darse cuenta de quién realmente los quiere y quién los considera una molestia. Todo esto alimenta sus recuerdos y actitudes relativas a los eventos religiosos. Los niños preescolares son extremadamente impresionables. Captarán naturalmente tu propia actitud hacia la religión. No necesitas tratar de hacer que esto ocurra; ocurrirá naturalmente, aun cuando tú no lo quieras.
Procesos del pensamiento
Un día, yo estaba de visita en la división de cuna de una iglesia adventista. Después de pocos minutos, me di cuenta de que las maestras tenían un programa completo acerca de las siete últimas plagas. ¡Yo estaba espantada! Los niños de 2 a 4 años tienen muchos temores debido a que son pequeños y todavía no entienden todo. ¡En la Escuela Sabática deberíamos ayudar a los niños a tratar con sus temores, y no añadirles más!
Para terminar el programa, pusieron a dos niños al frente del aula, sentados en el suelo con un paraguas sobre ellos, y las maestras sostenían un arcoíris de papel sobre el paraguas. Una de las maestras dijo: “¡Ahora el arcoíris de la promesa de Dios nos protegerá!”
Los pequeños piensan concretamente. Cuando les enseñas a los niños, debes decirles exactamente lo que quieres decir de una manera tan literal como sea posible. El simbolismo levanta un muro entre el niño y tú, que él debe escalar antes de poder entender lo que realmente estás tratando de enseñarle. ¿Qué estaban aprendiendo los niños de esa actividad? Que cuando llueve, te metes debajo del paraguas, probablemente. Ciertamente, la noción simbólica de que el arcoíris de la promesa de Dios nos protege les pasó por encima, sin entenderla.
Cuando le enseñes a tu hijito en casa, a menudo te verás con este mismo problema de comprensión. Las ideas bíblicas son simbólicas a menudo y necesitan explicaciones claras y concretas para los pequeños. Piensa simplemente qué significa el símbolo y explícalo de esa manera. Por ejemplo, el símbolo de Jesús como el pastor que cuida de las ovejas, representa el cuidado de Jesús por nosotros. Enséñalo de esa manera a los preescolares. Durante sus primeros años, los niños no entienden las cosas como lo hacemos nosotros.