Juan Pablo Fusi

Pensar España


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republicanas. El general Sanjurjo protagonizó un intento (fallido) de golpe de estado antirrepublicano ya en agosto de 1932. La orientación maximalista que desde 1933 siguieron los dos grandes partidos del país—la CEDA, el partido de la derecha católica dirigido por José Mª Gil Robles; el sector de Largo Caballero del PSOE, el gran partido de la izquierda— hizo casi inviable la experiencia republicana. Tras ganar las elecciones de 1933, la España conservadora procedió a rectificar la República desde dentro. La revolución que en octubre de 1934 lanzó el PSOE contra la entrada de la CEDA en el gobierno (ante el temor de que dicha formación fuese un fascismo a la española) dañó seriamente la legitimidad del régimen. Cuando en febrero de 1936, la izquierda, unida en el Frente Popular articulado en torno a Azaña y Prieto, ganó las elecciones, los militares de la derecha fueron directamente a la conspiración y al posterior golpe de Estado. La situación social y política de la primavera de 1936 —desórdenes públicos, huelgas, ocupaciones de tierras, destitución del presidente de la República, Alcalá Zamora, asesinato de José Calvo Sotelo, el líder de la derecha monárquica— hizo insostenible la situación.

      Tomado Teruel tras duros combates, el ejército rebelde avanzó, en la primavera de 1938, por el Ebro hacia el Mediterráneo, operación que partió en dos el territorio republicano. Fracasado el contraataque republicano en el río Ebro, ya en julio de 1938, en la batalla más larga y dura de la guerra, Franco ocupó Cataluña (enero de 1939). Aunque la República aún retenía Madrid, la Mancha, Valencia y el sudeste del país, la guerra estaba decidida. 500.000 personas —el presidente de la República, Azaña, entre ellas— habían salido hacia el exilio tras la caída de Cataluña. Solo Negrín y sus asesores comunistas creían posible la resistencia: el 4 de marzo de 1939, el teniente coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, se sublevó contra Negrín y formó un Consejo Nacional de Defensa para negociar la paz con Franco (mientras, paralelamente, se sublevaban militares y marinos de la base naval de Cartagena). Madrid fue escenario durante varios días de violentos combates entre fuerzas de Casado y fuerzas de Negrín, en los que murieron 2.000 personas (y en torno a 1.500 en los hechos de Cartagena). Franco no quiso negociación alguna. Exigió la rendición incondicional: sus tropas entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939.

      Franco ganó porque supo imponer la unidad militar y política en su zona, por la mayor moral de sus tropas, la calidad de la ayuda internacional que recibió y la mayor capacidad militar de sus ejércitos y oficiales; también por las propias debilidades de la República. La guerra, en efecto, había terminado. Murieron unas 300.000 personas (de ellas en torno a 60.000 en la represión en la zona nacional y 40.000 en la represión en la zona republicana), devastó numerosos núcleos urbanos y destruyó la mitad del material ferroviario y una tercera parte de la ganadería y de la marina mercante. Franco ejecutó a decenas de miles de personas en la inmediata posguerra. La contienda dejó una profunda huella en la psique nacional que condicionó a varias generaciones de españoles.

      El resultado de la Guerra Civil fue la dictadura de Franco —un militar conservador, católico, desconfiado, prudente, obsesionado por el comunismo y la masonería—, régimen que se prolongó hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975. Basado en las ideas nacionalistas y fascistas de la Falange, en el pensamiento social de la Iglesia y en los principios de orden y unidad de los militares, el franquismo fue una dictadura personal, el arquetipo de régimen autoritario: totalitario hasta 1945; confesionalmente católico y anticomunista desde 1945-1950, al hilo de la Guerra Fría; tecnocrático y desarrollista desde 1957-1960. La dictadura no fue, con todo, un mero paréntesis en la historia de España. El país cambió decisivamente entre 1939 y 1975: no se modificaron, sin embargo, ni la naturaleza antidemocrática del franquismo ni su acción represiva permanente.

      Instalada, en efecto, en la Europa de Hitler, España vio desde 1939 la creación de un Estado nacional-sindicalista, la oficialización de los rituales fascistas de la Falange, la recatolización de España, la afirmación del Movimiento como partido único y la adopción de políticas económicas basadas en la autarquía y el control estatal. España no entró en la II Guerra Mundial, pero mandó la División