Desiree Holt

Donde Se Oculta El Peligro


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a Dios. Por muy borracha que estuviera, él podría haber tomado todo lo que había en la habitación como había tomado su cuerpo y ella nunca habría notado la diferencia.

      Consiguió tambalearse hasta el baño y arrancar el tapón del frasco de aspirinas que había en el lavabo. Se metió cuatro en la boca y se llevó un vaso de agua para bajarlas. Cuando estuvo segura de que su estómago no la traicionaría, levantó los ojos hacia su reflejo en el espejo y pensó que podría desmayarse.

      Sus mejillas y su mandíbula estaban enrojecidas por lo que estaba segura de que era una quemadura de bigotes. Sus labios estaban hinchados y sus ojos tenían una mirada somnolienta. ¿Cuál era la palabra que hizo que dijera? Ah, si. Fóllame. Se veía y se sentía como una mujer que había sido bien follada.

      Cuando su dolor de cabeza se redujo a un sordo rugido, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la golpeara hasta que estuvo segura de que su cuerpo estaba bastante preparado para funcionar. Cerrar los ojos mientras se duchaba había sido un error, porque inmediatamente las visiones de El Hombre —¿cómo podia llamarlo si no? Ni siquiera le había preguntado su nombre—bailaron ante sus ojos, la luz de la lámpara brillaba sobre su poderoso cuerpo desnudo, su pelo oscuro suelto alrededor de la cara, dándole el aspecto de un guerrero salvaje, su gruesa erección castigando su coño casi virgen. Sí, coño. Otra palabra prohibida

      Tal vez debería ir recitando mi nuevo vocabulario, pensó mientras se secaba con la gruesa toalla. Fóllame. Coño. Polla.

      Pero ella sabía que era un desafío. Una rebelión. Justo como lo había sido la noche anterior. Con la toalla envuelta, entró en el dormitorio y sacó la hoja de papelería del bolsillo de su chaqueta. Leer las malditas palabras de nuevo sólo hacía que su rabia creciera más que nunca.

      Pensó en intentar una vez más llamar al hombre al que había venido a ver desde Florida, pero cuando su mano alcanzó el teléfono, se apresuró a retirarla.

      No. Ya me ha humillado lo suficiente.

      Bueno, su día había empezado y terminado con dos hombres muy diferentes. Uno no quería verla y esperaba no volver a cruzarse con el otro. ¿O sí quería? Sí, quería. En lo que a él se refiere, ella había terminado de una vez por todas. Esa era la manera en la que tenía que ser. Además, ni siquiera sabía quién era ni cómo ponerse en contacto con él.

      ¿Y qué le diría si lo hacía? ¿Por favor fóllame de nuevo? En un latido.

      No, hoy se subiría al avión y volaría de vuelta a Tampa, reclamaría por fin su herencia a las personas que la habían engañado y decidiría qué hacer con ella. Al principio pensó en rechazar todo lo que le habían dejado, pero después decidió que se lo había ganado. Ella y su madre. Y mientras su madre no estuviera cerca para beneficiarse de ello, Taylor lo disfrutaría por las dos.

      ¿Qué hago ahora que de repente soy rica, tengo un MBA y no tengo ni idea de cómo vivir el resto de mi vida? ¿Me vuelvo loca de repente, como anoche? ¿Recojo hombres extraños en los bares?

      Se estremeció mientras los pensamientos de la noche anterior volvían a reproducirse como una cinta de vídeo en su mente. No, no volvería a la misma vida de antes. Tenía que hacer cambios drásticos. Pero no sabía cuales.

      Capítulo Cuatro

      Taylor cerró la carpeta de su escritorio de un portazo. Había leido los recortes del interior tantas veces que la impresión había empezado a borrarse. La carta de alguien llamado Noah Cantrell, en la que le decía que era urgente que se pusiera en contacto con él en relación con Josiah Gaines, estaba al final de la pila, fuera de la vista y de la mente. Ella no había tenido problemas para decidir no contestar, pero ahora él había empezado a bombardearla con llamadas telefónicas, insistiendo en que tenía que hablar con ella. Las había rechazado todas.

      Perversamente, abrió la carpeta una vez más y el titular del primer recorte le llamó la atención. El multimillonario internacional Josiah Gaines asesinado en una emboscada. Alguien había esperado al hombre cuando se dirigía desde sus oficinas en San Antonio a su rancho en las afueras de la ciudad y había hecho estallar su coche, matándolo a él y al conductor. Todas las agencias del país—quizás del mundo—se apresuraron por encontrar pistas, pero en un mes no había aparecido nada.

      Lástima que no lo haya hecho yo misma, Josiah. Estoy segura de que te lo merecías.

      Incluso con todo lo que había sucedido en las últimas semanas, la conmoción de saber que su padre no estaba muerto como siempre le habían dicho estaba todavía fresca en su mente. Había tenido una visión infantil de conocer a ese hombre, fundador y principal accionista de un conglomerado multinacional, y crear una relación familiar con él. Menudo cuento de hadas le habían contado. Ni siquiera había pasado nunca por el mostrador de recepción, escoltada fuera del edificio como una especie de criminal por dos guardias de seguridad poco sonrientes.

      Por supuesto, se había dado cuenta de que, al igual que ella nunca había sabido de él, él no había sabido de su existencia. La carta de su abuela describía, en un lenguaje que sólo podría calificarse de venenoso, cómo ella y el abuelo de Taylor habían localizado a su hija fugitiva y la forma maliciosa en que habían manipulado el fin de su matrimonio con un hombre que consideraban inadecuado e inaceptable. Ellos la trajeron de vuelta a Tampa, decididos a solicitar la anulación y borrar el incidente de la historia familiar, sólo para descubrir que Laura había reido la última. Había estado embarazada y ninguna de las amenazas o súplicas la habían convencido de abortar. Esa había sido su último acto de rebelión.

      El mito del padre de Taylor había sido inventado enseguida—hijo de europeos ricos, muerto en un accidente de avión poco después de la boda. Luego, Laura había sido llevada a casa de unos parientes en Maine hasta que naciera el bebé, mientras que sus abuelos seguían con sus diabólicos planes para mantener a los amantes separados e impedir cualquier otro contacto. No es de extrañar que su madre haya estado tan triste y derrotada toda su vida. Parecía que Taylor era el único motivo por el que vivía. El día después de haber visto a su hija graduarse en la universidad, Laura Scott había ingerido una sobredosis de somníferos y se había sacado a sí misma de la miseria en la que había vivido.

      La negativa de Josiah Gaines a verla había sido el último golpe de la bola de demolición contra la estructura de la vida de Taylor, encendiendo la ira y resentimiento que se había ido acumulando desde que recibió la carta. ¿Cómo explicar, si no, su comportamiento fuera de lo normal—emborracharse, ligar con un desconocido en el bar y pasar la noche practicando el sexo más erótico que jamás había tenido? Los recuerdos de aquello todavía la hacían sonrojarse y retorcerse.

      Recuerdos que, para ser sincera, la invadían regularmente.

      Demasiado a menudo para su zona de confort.

      Sus sueños eran invadidos por imágenes de Él. El Hombre. Para ella era eso—El Hombre que había tomado su cuerpo y le había enseñado el placer del sexo desinhibido. Las imágenes pasaban por su mente una y otra vez como diapositivas en bucle. Su cuerpo desnudo. El suyo. Sus manos sobre y dentro de ella. Su boca en la suya. Sintiendo su enorme grosor dentro de ella. Las palabras que había usado. Cada mañana se despertaba sonrojada y acalorada y más cansada que cuando se había acostado.

      Bueno, ya había terminado con eso, con el hombre que atormentaba sus sueños, con Josiah Gaines y con este Noah Cantrell, quienquiera sea. Se podía ir al infierno, que era donde esperaba que Josiah Gaines estuviera ahora mismo. En lo que a ella respecta, podían irse todos al infierno.

      El último mes había sido agotador, ya que se había ocupado de la liquidación de la herencia de sus abuelos. Pero también marcó lo que ella había empezado a llamar "la llegada de Taylor". Ya no se dejaba llevar por las circunstancias. No tenía nada salvo a sí misma. Su pequeño mundo cuidadosamente construido se había desmoronado y no tenía ningún deseo de volver a montarlo como antes. Tenía el dinero para hacer lo que quisiera. Ojalá supiera qué es lo quería hacer.

      No es lo que estaba haciendo ahora, eso estaba puto jodidamente seguro. Puto.