Desiree Holt

Donde Se Oculta El Peligro


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el tigre que se escondía en su interior estaba a punto de rugir.

      Habia muchos motivos por los que la noche entera había sido una mala idea. Pero si tenía la oportunidad de repetirla, sabía que lo haría. Quería poseer a esta mujer casi más que cualquier otra cosa en el mundo, y esa era la peor idea de todas. Las mujeres como ella tenían relaciones y los hombres como él no. Sin duda no con alguien como Taylor Scott. ¿Por qué no podía alejarse de ella como lo había hecho de todas las mujeres de los anteriores diez años? Sabía con tanta certeza como respirar aire que si la volvía a ver la desnudaría y se la follaría a la primera oportunidad.

      Era implacable a la hora de controlar sus impulsos sexuales. Las mujeres que habían compartido su cama se habían asombrado de su capacidad para darles horas de placer antes de tomar el suyo. Nunca les había dicho que su distanciamiento mental le permitía controlar su cuerpo y, por tanto, el ritmo y la variedad de la actividad de la noche.

      Nadie había llegado a lo más profundo de su ser, donde guardaba la pantera enjaulada, como lo hizo Taylor en una noche. Ni siquiera su famosa e implacable disciplina personal pudo purgarla de su sistema. ¿Cómo diablos había dejado que una pequeña hembra lo echara todo a perder en un abrir y cerrar de ojos?

      No sabía si la rabia que le invadía era contra ella o contra él mismo. Había pensado en alejarla, en hacer que lo odiara con la crudeza del sexo, con su comportamiento grosero. Lo que sea para matar el sentimiento que crecía dentro de él. Todo lo que había hecho era llevar a ambos a un mayor nivel de excitación. ¿Y por qué le había dicho una y otra vez que se diera placer en casa y pensara en él mientras lo hacía? ¿Que recordara cómo le tocaba y qué le hacía sentir?

      ¡Jesús!

      Se alegraba muchísimo de que se fuera de la ciudad. Si la volvía a ver, toda buena intención, toda advertencia a sí mismo se rompería como un cristal fino. Mañana haría su reporte, seguiría en la estructura bien definida de su vida y rezaría al cielo para que las circunstancias cambiaran y no tuviera que volver a verla.

      * * * *

      La primera cosa de la que Taylor se dió cuenta cuando abrió los ojos era que le dolían todos los músculos de su cuerpo. De dentro y de fuera. La segunda era que tenía la madre de todos los dolores de cabeza. La habitación estaba todavía oscura, las pesadas cortinas ocultaban las ventanas. Deslizó los ojos hacia la derecha, donde estaba el radio-despertador, y parpadeó ante los números.

      ¿Doce en punto?

      ¿Del mediodía?

      No era posible.

      Se sentó, después decidió que no había sido buena idea. Sentía su cuerpo como si un camión le hubiera pasado por encima, dado marcha atrás y vuelto a pisar. Y toda una sección de percusión estaba practicando en su cabeza. La habitación apestaba a sexo, su aroma se pegaba a su piel y a las sábanas y flotaba en el aire. Mientras se recostaba en las almohadas, la noche anterior se le vino encima como un sueño aterrador.

      Dios, Taylor. ¿Qué has hecho?

      Se cubrió la cara con las manos mientras las imágenes inundaban su mente. Las bebidas en el bar, la mordedura aguda del alcohol y sus cualidades opiáceas que apagan su dolor. El hombre—el depredador—sacando de ella respuestas que ni siquiera sabía que tenía. Y las palabras que había gritado. ¿Realmente era ella esa mujer? En su cabeza, su voz todavía gritaba, 'Fóllame,' y se preguntó por qué no habían acudido todas las fuerzas de seguridad del hotel a la habitación.

      El recuerdo de las cosas que había hecho y le había dejado hacer a ella y con ella fue suficiente para que un sofoco la recorriera desde los dedos de los pies hasta la punta de la cabeza. Seguramente no había sido ella. Alguien había ocupado su lugar. Su cuerpo. ¡Dios! Había dejado... Había hecho... Al ver el espejo de la mesita de noche, recordó cómo la había utilizado, recordó ver cómo sus dedos entraban y salían de ella y cómo su coño se convulsionaba a su alrededor. Bueno, si eso no acaba con los últimos restos de 'educación adecuada', nada lo hará.

      Era la culminación de todo—esa era su única excusa. El susto de la carta, después el episodio insultante de ayer. Todo. Su vida se había puesto patas arriba y necesitaba desquitarse de alguna manera. Pero por Dios, por Dios, así no.

      ¿Ah no? Admítelo. Lo querías más que respirar.

      Recordó la sensación de su cuerpo contra el suyo y su boca en todas partes. Todavía lo sentía apretando sus pechos con las manos. Alcanzando dentro de ella con esos largos y delgados dedos el punto que hacía estallar cohetes. Sus dientes mordiendo sus pezones, su clítoris. Sus manos la llevaban a un clímax estremecedor después de otro. Y sus dedos dentro de su culo, creando un hambre oscuro que nunca supo que existía dentro de ella.

      Si pudieran verme ahora. Toda esa gente que conocía a la estirada y abotonada Taylor Scott. La que nunca, jamás, coloreó fuera de las líneas, la que andaba como si tuviera un palo metido en el culo. Se las había arreglado para sacarse el palo del culo, eso sí, sustituyéndolo por otra cosa. Cada músculo de su cuerpo se tensó al recordar lo que El Hombre le había hecho sentir cuando le había follado el culo con el dedo.

      Sí, Taylor, dilo. Justo así. Le había follado el culo.

      ¿Lo peor de todo? Ella quería más. ¿Qué locura era esa?

      ¿Realmente soy así? ¿Es esta la persona que ha estado dentro de la cáscara exterior hermética e impenetrable todos estos años, liberada sólo con el conocimiento de la traición?

      Por extraño que parezca, el sexo salvaje y desinhibido había sido un tranquilizante, que calmaba los bordes de su vida que habían sido desgarrados y dejados en carne viva y sangrando. No había sido un amante gentil, este extraño con los ojos negros sin fondo, el cuerpo y el aire de un guerrero y el conocimiento seguro para llevarla a lugares a los que nunca había pensado ir. Había sido áspero con ella, deliberadamente crudo, sin querer dar nada parecido a la ternura o el afecto.

      Pero eso estaba bien. Esa noche, no había querido gentileza. Ella había querido dureza y crudeza y eso fue lo que obtuvo. Un polvo de una noche con un extraño al que no volvería a ver, donde todos los límites habían sido dejados de lado.

      Le desconcertó su enfado subyacente a todo, demasiado fuerte como para que se le escapara. Lo había sentido en todas partes: hacia ella, hacia él mismo, quizá hacia su incapacidad o falta de voluntad para darse la vuelta y salir de su habitación. Lejos de ella. Como si la estuviera castigando. La lujuria había salido de él en oleadas, incluso cuando la rabia había arañado debajo de esa máscara de granito. ¿Pero por qué? ¿Qué le pasaba realmente? ¿Por qué estaba tan furioso?

      No tenía sentido. Eran completos desconocidos. ¿Qué diferencia podría suponer para él esa única noche? Ella estaba segura de que él hacía eso todo el tiempo, un hombre con sus apetitos.

      No es que importe. No lo volvería a ver. Y gracias a Dios por ello. Un hombre como él dominaría su vida y ya había tenido más que suficiente de eso. Saber que todo el control que había ejercido su familia había sido para perpetuar una mentira viciosamente planeada la había hecho cuestionar la obediencia ciega con la que la había aceptado. Por treinta años la rebelión nunca le había tentado. Ahora brotó de ella como un manantial recién aprovechado. No iba a ceder ese control a otra persona. No ahora. Especialmente no a un extraño.

      Contrólate, Taylor.

      Se obligó a abrir los ojos de nuevo y observó el resto de la habitación. Su ropa estaba colocada con esmero en una de las sillas, y una pila de pequeños botones cuidadosamente apilados en la mesa de al lado. Ah, sí, ahora lo recordaba. Estaba tan excitada por él que se había arrancado su propia ropa, demasiado ansiosa para dejar que él se tomara el tiempo de hacerlo por sí mismo. Bueno, ¿no era ella la seductora?

      Exceptuando por la pila de botones, no había ningun indicio de que él hubiera estado ahí. Ni una nota. Nada que se haya dejado. Sólo el aroma abrumador de su actividad física.

      Su bolso estaba donde lo había dejado. ¿Le había robado algo?