cerebro, los que pueden potenciar capacidades para la resolución de problemas para la creatividad e incluso para combatir la depresión. ¿Música triste para combatir la depresión? Así de complejas pueden ser las cosas que atañen a nuestro cuerpo y su funcionamiento. Simplemente, la música triste, haciéndonos conscientes de la tristeza ajena, aminora la propia o permite entenderla como una condición insalvable de toda nuestra especie. Entonces, un enamorado que acaba de ser apartado por su pareja, y que se encuentra muy triste, podría mejorar algo si se alejara cantando, como en el bolero, “Entonces yo daré la media vuelta, y me iré con el sol, cuando muera la tarde…”.
Los textos que componen este libro fueron escritos por estudiantes de pregrado, de Magister o Doctorado en Neurociencia de la Universidad de Valparaíso, y tienen la virtud de despertar nuestra curiosidad, o de satisfacerla, a fin de conocer no poco de asuntos en los que el conocimiento científico avanza aceleradamente y del lenguaje que sustenta tales avances. Este último suele sonar extraño en oídos de quienes no estamos familiarizados con él, y otra de las bondades de este libro es que cada uno de los textos concluye con un breve glosario de los términos científicos más importantes que han sido empleados por los distintos autores. Las palabras importan, siempre importan, puesto que con ellas pensamos, nos comunicamos, y hasta hacemos cosas con las palabras. Con ellas atrapamos la realidad y damos cuenta de esta, compartiéndola con los demás. Perder palabras, en consecuencia, es perder las cosas que ellas designan, mientras que ganar palabras es ampliar nuestra comprensión de la realidad. Gracias entonces a los autores por sus textos, y gracias también por habernos puestos por delante algunas palabras que no conocíamos y los significados que ellas tienen.
De más está decir que los textos pueden leerse en cualquier orden, en el que elija cada lector, guiándose para ello por el título de los mismos, títulos por lo demás muy atractivos, muy incitantes también, de modo que se puede ir saltando de uno a otro, crecientemente maravillados con lo que cada uno de ellos explica. La ciencia abre los ojos y nos muestra la complejidad de lo que somos y de la biodiversidad del mundo que habitamos, certificando que la especie humana no es centro ni amo del universo, sino que lo es la vida, la vida en sus diversas expresiones. De allí que Albert Einstein haya escrito un breve libro que tituló Reverencia por la vida, y no solo por la vida humana, sino por la riquísima variedad de vida del planeta en que nos encontramos y, quizás, fuera de él.
El Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso puede estar tranquilo y, más aún, satisfecho. Este libro como todas sus publicaciones dan cuenta del precioso trabajo que realizan allí investigadores y estudiantes, con un ojo puesto en el avance del conocimiento y el otro dirigido a un público atento e inquieto por saber más acerca de neurociencias y de cómo estas no se encuentran volando lejos, sino muy cerca de nuestras preocupaciones más básicas como especie. El Centro hace buena ciencia, muy buena ciencia, y sabe también la importancia que tiene la difusión científica.
Hacer ciencia exige varias virtudes, entre ellas la perseverancia, y el Centro la ha tenido, y mucha, sobre todo a la hora de impulsar el proyecto que llevará sus instalaciones hasta su nueva sede en el Bario La Matriz. Allí, como indicamos antes, se han encontrado vestigios del viejo Valparaíso, e incluso del viejísimo Valparaíso, lo cual es prueba de que lo nuevo se teje en lo viejo.
Este libro, DeMente, trata precisamente de eso, de la mente y del cuerpo que la hace posible a la vez que reconocible, sumándose a la abundante bibliografía que está produciendo el esfuerzo de divulgación de un saber –la neurociencia- o de unos saberes –las neurociencias- que no dejan pasar un solo día sin sorprendernos con sus avances y con las sorprendentes tecnologías a que dan origen, produciéndonos tanta fascinación como inquietud.
No hay que creer necesariamente en el relato del Génesis para manifestarse de acuerdo con esta reflexión del teólogo jesuita Henri de Lubac: si Dios descansó en el séptimo día, ello fue porque en adelante alguien tendría que ocuparse del resto.
Sabemos bien quién es ese alguien: la inquieta especie humana que conformamos, y que, sin ánimo de parecerse a una divinidad, ni menos de suplantarla, se obstina en conocer y en conocerse a sí misma.
Agustín Squella
Premio Nacional de Humanidades de Chile
CAPÍTULO IEl cerebro, un hueso duro de roer
“Al cabo, al fin, por último, torno, volví y acábome y os gimo, dándoos la llave, mi sombrero, esta cartita para todos. Al cabo de la llave está el metal en que aprendiéramos a desdorar el oro, y está, al fin de mi sombrero, este pobre cerebro mal peinado, y, último vaso de humo, en su papel dramático yace este sueño práctico del alma”. César Vallejo. “Despedida recordando un adiós”
La ciencia ficción se hace ciencia realSandra Cárdenas
La escena ocurre en un futuro distópico, en un mundo oscuro en el que la inteligencia artificial domina a los seres humanos. Un grupo de rebeldes, liderados por el misterioso Morfeo, logra rescatar de la esclavitud de las máquinas al joven Neo. Se trata de la película Matrix, un filme de ciencia ficción que en 1999 impactó a los cinéfilos de todo el planeta.
En una de las escenas más icónicas del filme, Neo (Keanu Reeves) es conectado por sus salvadores a una máquina que interviene su cerebro. Cuando termina el procedimiento, el joven abre los ojos y dice: “Yo sé kung fu”. Morfeo le responde: “Demuéstramelo”. Acto seguido, ambos se enfrentan en un combate de este arte marcial digno de campeones mundiales, dando volteretas por los aires y lanzando patadas sobrehumanas. Antes de ese momento, Neo nunca había practicado kung fu. Todo su conocimiento vino de la estimulación cerebral que se le practicó minutos antes.
Una y otra vez, los avances de la ciencia nos han acercado a situaciones que años atrás solo podían estar en la mente de los artistas y los creadores. En efecto, un experimento demostró hace poco que era posible adquirir un conocimiento sin necesidad de haber pasado por un proceso de aprendizaje.
Hasta ahora, la experiencia ha sido un componente clave en la adquisición de nuevos conocimientos. El aprendizaje se entiende como un proceso mediante el cual, a través de las vivencias, se adquiere información que produce cambios en el comportamiento. Sin embargo, investigadores de Estados Unidos y Canadá lograron generar, de modo artificial, “memorias” que provocaron cambios en la conducta en roedores de laboratorio.
Para ello, partieron de dos supuestos. El primero es que la memoria solo ocurre en el cerebro, de modo que la estimulación directa sobre este puede generar un recuerdo artificial. Y, segundo, que el comportamiento que origina esa memoria artificial es semejante al que habría producido el recuerdo de una experiencia real.
Los investigadores se centraron en el llamado “aprendizaje asociativo”, que se basa en correlacionar estímulos sensoriales para luego servir de guía en la conducta. Por ejemplo, cuando un animal encuentra una fuente de alimento en una cueva, asocia los datos de ese lugar a la comida, lo que le genera una “memoria” que le permite regresar a esa caverna cuando sienta la necesidad de alimentarse.
Para poder generar memorias de modo artificial es necesario saber dónde y cómo se origina esta información en el cerebro; algo similar a insertar datos en el disco duro de una computadora. Esto parece una tarea muy difícil, si se tiene en cuenta la complejidad del funcionamiento cerebral, pero ya se conocen ciertas zonas que se activan a partir de determinados estímulos y que pueden producir una memoria que lleve a determinados comportamientos.
Los investigadores realizaron este experimento a través de la estimulación cerebral directa con pulsos de luz para activar las neuronas. Esta