Alexis Hidrobo

Ciencistorias


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Ganimedes y Calixto) que nunca nadie, antes que él, había observado.

      Ahora, con nuestro nivel de ciencia y tecnología, las cosas han cambiado notablemente. Tenemos poderosos telescopios, que son verdaderos complejos tecnológicos, situados en sitios privilegiados del suelo terrestre, pero también tenemos inmensas instalaciones que surcan el espacio. Ejemplos sobran, todos hemos escuchado algo acerca del fabuloso telescopio espacial Hubble, que terminará su vida útil en pocos años. Desde el 6 de octubre de 2018 el Hubble se encuentra en “modo seguro” (configuración estable), debido a un fallo mecánico en uno de los tres giroscopios. Se espera que pueda seguir en funcionamiento, para que nos siga maravillando, hasta finales de la década. En su reemplazo, y con capacidades muy superiores, está el telescopio James Webb, que en 2021 se colocará en órbita a una distancia de unas cinco veces la existente entre la Tierra y la Luna. El James Webb tendrá el mayor espejo jamás lanzado al espacio, y el funcionamiento a bajas temperaturas de sus instrumentos infrarrojos nos permitirá llegar más lejos y observar con mayor detalle nuestros orígenes cósmicos.

      Ya en funcionamiento están las sondas espaciales Spitzer y el telescopio espacial Planck. Más impresionante todavía es la misión del telescopio espacial Kepler, que permite que nos acerquemos a los exoplanetas, específicamente hacia aquellos que tienen tamaños similares a la Tierra. Más importante aún, Kepler tratará de encontrar dichos planetas dentro de la zona habitable, con el fin de contestar la ancestral pregunta: ¿estamos solos? Todos estos instrumentos captan la luz del universo que es visible a nuestros ojos, pero también la invisible. Radiaciones del tipo infrarrojo, rayos X o de microondas son el “pan de cada día” para lograr sus objetivos y develar los misterios del universo.

      De vuelta a la Tierra, en América del Sur, en la cordillera de los Andes, y, específicamente, en las alturas del Llano de Chajnantor, en Chile, el Observatorio Europeo Austral (ESO), junto a sus socios (Canadá, Estados Unidos y Japón, en cooperación con la República de Chile), han construido el Atacama Large Millimeter/Submillimeter Array. Conocido familiarmente como ALMA, es el más grande proyecto astronómico existente hasta el momento. El emplazamiento de ALMA, a unos 50 km al este de San Pedro de Atacama (a 5 000 metros de altitud), en el norte de Chile, es uno de los lugares más secos de la Tierra. Esta característica es de vital importancia para el correcto funcionamiento del proyecto, pues las gotas de vapor de agua que normalmente existen en la atmósfera terrestre distorsionan las señales que provienen del espacio y entorpecen las lecturas; esto se debe a que las señales espaciales son fuertemente absorbidas por el vapor de agua atmosférico.

      Los colores que podemos apreciar normalmente con nuestra vista corresponden a una minúscula parte del espectro electromagnético. El espectro inicia con las radiaciones de longitud de onda corta como los rayos gamma y X, pasando por la luz ultravioleta, visible (a nuestros ojos) e infrarroja hasta llegar a las radiaciones de longitud de onda larga como los microondas y las ondas de radio. Como el universo emite radiaciones que comprenden todo el espectro electromagnético, se puede tener una variedad de telescopios para “mirarlo” con distintas fracciones del espectro. Así, el telescopio espacial Spitzer hurga el universo buscando radiaciones del tipo infrarrojo, mientras que la sonda WMAP y su sucesor, el telescopio espacial Planck, rastrean las microondas. Gracias a WMAP, sabemos que la edad del universo es de 13 700 millones de años. Ahora, con el ambicioso proyecto ALMA, las radiaciones a estudiar son las ondas de radio de muy baja frecuencia (longitud de onda larga, alrededor de los milímetros), que no han sido posibles de estudiar por otro telescopio terrestre o en órbita. Otra ventaja fundamental es que ALMA está en la Tierra, lo que facilita enormemente el trabajo de las personas que lo operan y analizan sus datos. Imagínense un problema o una reparación en un telescopio en órbita. Los costos son astronómicos y, con los presupuestos cada vez más bajos, es una muy buena idea tener el emplazamiento en suelo terrestre.

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      La radiación que estudiará ALMA está en el límite entre las microondas y las ondas de radio. Esta fracción se conoce como radiación milimétrica y submilimétrica, y corresponde al remanente energético que emite el universo 13 700 millones de años después del Big bang. Esto quiere decir que ALMA estudiará la radiación que emiten los objetos más fríos del universo, y que, hasta el momento, han eludido toda capacidad de observación, pero que “brillan” con gran intensidad en la parte milimétrica y submilimétrica del espectro. ALMA buscará la radiación emitida por las galaxias más antiguas (formadas hace 10 000 millones de años) y lejanas en el universo. Esa radiación se puede usar para estudiar las condiciones físicas y químicas en las nubes moleculares (áreas de gran densidad compuestas de gas y polvo, en donde están naciendo las estrellas). ALMA será, al final de cuentas, capaz de estudiar el universo con una sensibilidad y resolución superior a la del telescopio espacial Hubble.

      El proyecto tiene un diseño nunca antes visto. Está compuesto por 66 antenas de alta precisión, que operan a longitudes de onda de 0,3 a 3,6 mm. Su conjunto principal tendrá 50 antenas de 12 metros de diámetro, que actuarán en conjunto como un solo telescopio. Este se complementará por un conjunto adicional de cuatro antenas de 12 metros de diámetro y 12 antenas de 7 metros de diámetro. Lo fantástico del proyecto reside en que las antenas pueden moverse hacia distintas configuraciones, y la distancia entre ellas puede cambiar entre 150 metros hasta 16 kilómetros, lo cual permitirá que ALMA cuente con un zoom poderoso y variable, dependiendo del objetivo que estudie.

      La primera antena de los socios europeos de ALMA llegó a la llanura de Chajnantor en 2012, con lo cual ya comenzaron las observaciones científicas. La construcción definitiva terminó en 2014 y, con todo su potencial, podrá investigar los componentes básicos de las estrellas, los sistemas planetarios e incluso la vida misma. Así, ALMA permitirá abordar algunas de las más profundas interrogantes acerca de nuestros orígenes cósmicos. Hasta el momento, los resultados son excepcionales: Se ha detectado que las primeras galaxias del universo surgieron en forma similar a la Vía Láctea, se descubrieron estrellas que se formaban cerca de un agujero negro supermasivo, se ha observado la colisión entre estrellas enana blanca y marrón, y, apenas en febrero de 2019, se ha descubierto un extraño anillo de sal alrededor de una joven estrella. Con todo esto, y las demás contribuciones astronómicas del futuro, por fin podremos decir que nuestro universo tiene “alma”.

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      Despiertas, parece que has tenido el sueño más largo del mundo. Estás desorientado, pero decides levantarte de la cama. No hay nadie en casa y todo parece demasiado callado. Crees que algo extraño pasa, resuelves explorar en los exteriores. Una vez afuera todo es un desorden, basura por todas partes, vidrios rotos, automóviles abandonados y ninguna persona en la calle. Abrumado, piensas en ir a la casa de tu mejor amigo; tienes la sensación de que alguien te mira, pero no ves a nadie.