Laura Chamorro

Qué carajo es emprender


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Me iba muy bien, pero yo no lo sentía mío. Me sentía una revendedora. Y yo quería tener mi marca. Así que, mientras decidía qué hacer, largué todo y me dediqué solo a mi trabajo bajo relación de dependencia, hasta que, en 2016, me aburrí y empecé a crear mi marca. Sostuve mi emprendimiento y mi trabajo un poco más de un año. Pero una mañana de 2017, discutiendo por una caja de guantes de látex con una supervisora de enfermería, (recordemos que yo era jefa de personal en una clínica privada) me di cuenta de que estaba peleando y gastando mi energía, por cuidar insumos de un lugar que no era mío. ¿Y si ponía toda esa energía en mi propio negocio? Ese mismo día avisé que era mi último mes en la empresa. Porque estaba cuidando mucho lo ajeno y descuidando lo propio. Claro, que no lo decidí sola ni ese día, sino que lo veníamos charlando con mi marido y esa discusión fue la gota que rebalsó el vaso, digamos.

      Mis jefes realmente tenían varias cosas criticables, pero si hay algo de lo que no puedo quejarme es que me dejaron crecer mientras estaba ahí. Yo había contratado a una agencia de prensa que me buscaba acciones con influencers, notas en radios, revistas, etcétera. Y ellos siempre me daban permisos, una vez hasta escuchamos una nota sobre mi marca en la radio, juntos. Entraba tarde, salía temprano, pero siempre fui buena coordinando, dirigiendo, armando equipos y por suerte, yo podía irme y todo funcionaba sin mí. Después de todo, un buen líder es quien sabe perfectamente hacer eso. Irse, y que todo siga marchando.

      “Un líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe, cuando su trabajo está hecho y su meta cumplida ellos dirán: lo hicimos nosotros”. Lao Tzu

      En un intento de negociación, uno de mis jefes me ofreció que vaya un día menos a la semana así tenía más tiempo para ocuparme de mi emprendimiento, sin renunciar. Me dejé convencer, porque irme de ese lugar fue muy difícil, en principio por el riesgo de perder algo seguro siendo mamá y súmale que todos mis amigos estaban ahí, me divertía tanto, tanto… que acepté esa oferta y me duró… ¡dos semanas!

      No quería ir más. Había llegado al punto en que me dolía la cabeza todos los domingos a la noche, estaba somatizando, ya no quería estar ahí. Había que soltar. Y solté.

      Me fui. Me dolieron mis amigos a quienes ya no veo cada día, pero conservo, me dolieron las horas que hice cosas de más como organizar un congreso de psiquiatría, para el prestigio y reconocimiento de una empresa que jamás lo valoró. Pero me fui. Y, ¿sabés qué? Me iba bien. Muy bien.

      Estaba con oficina propia, en el mejor edificio de la ciudad —ya les contaré más adelante cómo llegué ahí—, no tenía jefes, tenía ventas y empecé a conocer mucha gente emprendedora.

      Mi amiga Mane Ricardo fue la primera emprendedora que conocí en el edificio donde tenía mi oficina, ella rediseñó mi marca y me ayudó a darle forma y colores lindos a mi emprendimiento. Todo era fabuloso.

      Hasta que me di cuenta de que tenía competencia… y feroz. Habían desarrollado mis mismos productos (que tampoco eran una idea mía, pero era la única que los hacía en Argentina) y con precios increíbles. Claro, yo tenía una mega oficina y ellos trabajaban desde sus casas, yo tenía agencia de prensa y ellos no, yo invertía en publicidad y ellos robaban a mis clientes. ¿Cómo? ¡Simple! Yo pagaba publicidad, vos me preguntabas el precio en esa publicación y ellos te respondían por privado para decirte que tenían el mismo producto pero más barato.

      Yo pagaba campañas de fotos, estudios, casting de niños, edición, etcétera y ellos simplemente robaban mis fotos. Los valores de una marca, para mí, son claves, hablan de los valores de vos como persona. No son dos cosas separadas. Si vos no calculás tus costos y simplemente sos un especulador de precios que cobra según la cara del cliente, entonces eso ya está en tu ADN, no solo en el de la marca.

      ¿Qué clase de emprendedor querés ser? ¿Qué mensaje querés dar? ¿Cómo vas a manejarte frente a la competencia? Son muchas cosas que tenés que definir antes de empezar a andar ese camino.

      Pasados cuatro meses desde que había renunciado, todo estaba empeorando. No tenía más ahorros, ni aguinaldos, ni nada. Tener un sueldo hacía ver que mi negocio era más rentable de lo que realmente era, los números son el enemigo de un emprendedor promedio, los odiamos tanto que cuando nos sentamos a revisarlos, es tarde.

      Las ventas caían en picada y mis clientes de siempre solo me preguntaban cuándo iba a volver a revender la misma ropa de antes que era importada. Yo seguía angustiada porque todo iba mal y las ventas seguían cayendo.

      Una noche, mientras la angustia me generaba más insomnio que el habitual, me senté en la cama y le dije a mi marido: MAMIS A MIAMI.

      ¿Qué? Sí, ya lo había encontrado. Me estaba peleando con la competencia desleal, por algo que mis clientes no querían tanto y estaba descuidando lo que sí querían, ¡ellos querían ropa importada! Pero yo no estaba dispuesta a venderla. Así que otra vez, llamé a mi amiga Mane, que es diseñadora, y le pedí que me arme MAMIS A MIAMI, esta vez ya no tenía presupuesto, pero ella me apoyó igual, más tarde pude retribuirle con descuentos copados en los viajes que hicimos, nunca me voy a olvidar de su ayuda incondicional cuando no había un cobre para apostar.

      También alquilé un P.O. BOX, que es una especie de depósito en Miami por 15 USD por mes y empecé a contactar a todas mis clientas que querían ropa de afuera y les dije “YO TE LLEVO”.

      Conocía todos los secretos del lugar, cada rincón que ningún turista sabe que existe, tenía gente dispuesta a pagar por eso, tenía el diseño, me asesoré y necesitaba una agencia de turismo que sea mi respaldo legal. Ok, todo estaba encaminado. Iba a llevar a todas mis clientes de viaje, ellas comprarían online, guardarían en mi deposito y nosotras solo iríamos tres días a retirar las cosas y descansar sin hijos ¡en Miami!, ¿qué podía salir mal?

      Allá fuimos. Mientras sostenía mi emprendimiento de niños como podía, me llevaba a las mamis de viaje. Si supieran todo lo que hubo detrás... pero necesitaría diez tomos extras de este libro.

      El tema es que lo hice y funcionó, costó mucho, pero viajamos, fueron tres veces y después… ¡el dólar se disparó! Argentina otra vez era un lugar que no te permite proyectar a largo plazo, esas “escapadas a Miami” ya no eran eso, sino un gasto familiar que ninguna persona iba a querer hacer. Todo se desmoronaba otra vez.

      Yo amaba viajar, amo viajar, amo Miami y todo lo que ese emprendimiento representaba, pero no era rentable. Jamás pude ganar plata de ahí, solo sumar deudas. Le faltó tiempo. Le faltó suerte y plata, como a muchas ideas en mi vida. Una semana después de que me consideré en banca rota, llegó mi propiedad de marca. Son trámites que tardan tanto que cuando los tenés, quizás, ya te fundiste cien veces.

      Yo amaba lo que hacía, pero no podía vivir de eso, ni tengo la plata suficiente como para jugar a la empresaria. Si no es rentable, se tira a la basura.

      Secarse las lágrimas y volver a andar.

      ¿Por qué dije que iba a hacer foco en la paciencia? Porque es la perseverancia la que te ayuda a crecer, pero también, puede jugarte en contra. Si solo te rodeas de frases de motivación, si solo te enfocás en hacer lo que amás, si solo pensás en lo que disfrutás y no ves los números, puede que estés jugando a emprender, puede que ese negocio sea un hobbie, puede que tengas que dejarlo ir.

      Como te dije antes, 8 de cada 10 emprendimientos fracasan, lo repito para que lo recuerdes. Y parte de ese fracaso es culpa de quien se queda enamorado de su idea, de quien queda obnubilado, ciego de amor, como cuando conoces al amor de tu vida y pasas por la etapa del enamoramiento, esa que no te deja ver ningún defecto. Ese es el mayor problema de un emprendedor, enamorarse mucho del concepto y perder la objetividad, rodearse de personas que te digan que todo está bien cuando nada lo está, a eso yo le llamo: PALMOTERAPIA, que es el acto de decirle a alguien “¡lo estás haciendo bien!” Cual palmada en el hombro “¡Qué lindo todo lo que hacés!”, pero nadie