Laura Chamorro

Qué carajo es emprender


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A los cinco minutos empezó a sonar el teléfono y no había nadie para atenderlo, se suponía que mi puesto inicial era el de recepcionista, entonces si el teléfono sonaba y no hay nadie que me dijese qué hacer, yo debería a atenderlo… ¿no?

      Bueno... atendí. Una voz se presentó y me dijo que debajo de unos papeles había una llave, que abriera la puerta de una oficina y esperara ahí hasta que llegue mi “compañera” que entraba dos horas más tarde. Mientras estaba ahí agarre una hoja y me puse a anotar, cual auditora, todo lo que estaba mal del lugar: me dejaron entrar sin preguntar quién era, la recepción estaba decorada horrible. En un lugar donde suelen esperar familiares de pacientes que sufren mucho, estar rodeados de muebles grises no me parecía una alternativa acertada, tampoco había aire acondicionado y era noviembre, el calor era bastante intenso. Llegó mi compañera, guardé mi listado.

      A los dos días esa chica dejó de trabajar en el lugar, ya me había contado el primer día que no pagaban los sueldos en fecha, que los dueños eran mala onda y no sé cuántas cosas más. Yo era como la séptima recepcionista en menos de un año. El panorama no era alentador. Sin embargo, me quedé. Hablé mil veces con mi marido acerca de renunciar, ese lugar era triste y pese a tener instalaciones modernas, le faltaba el toque de amor emprendedor. Me quedé, a los pocos meses ese listado era un hecho, yo ya no era recepcionista sino responsable del personal. Entré con una nomina de treinta empleados y me fui con más de cien, en solo tres años. Había logrado mucho más que lo que decía mi lista. Hasta organicé a todo el equipo médico para participar de un congreso en Mar del Plata y viajé con ellos. ¿Los dueños? Bien, gracias.

      ¿Sabés por qué mi historia fue distinta a las demás “recepcionistas”? Porque algunas personas nacen con alma empresaria y otras con el corazón emprendedor. Ellos querían plata. Yo quería que esa plata la ganen desde el lugar más lindo y mejor posicionado del rubro. Compré la cafetera más linda, los uniformes más modernos, hice tazas para cada empleado como regalo de fin de año con el logo de la empresa, compré plantas y macetas, cambié la impresora de hogar por una enorme de oficina, compré controles automáticos para que los dueños no tengan que tocar timbre al llegar y pedir que les abran en su propia empresa, decoré un árbol de navidad, organicé la primera cena de fin de año para el personal, etcétera, etcétera, etcétera,… Pero duró poco, porque cuando de hacer plata se trata, lo lindo es lo primero que se recorta. Salvo que tengas el corazón emprendedor.

      Y como yo tenía el corazón emprendedor, no me gustaba estar en un lugar que no me dejaran hacer. Mi trabajo, al que recuerdo con mucho cariño, se volvió aburrido. Eran todos los días iguales, no pasaba nada nuevo nunca, quiero decir ¡nada bueno!. Los dueños, son lo más. Hoy, desde lejos, entiendo por qué pueden sostener tantas clínicas. Es que realmente tienen alma empresaria y saben más de números que de tazas con logos y cenas de fin de año. Y eso, para ellos, está muy bien. Pero yo era emprendedora, quería emprender y ellos mientras pudieron me dejaron hacerlo. Luego, eso ya no era económicamente viable y yo me aburrí tanto que volví a emprender pero con algo propio.

      Me puse a vender accesorios para bebés y me fue muy bien, así que después de un año y medio de trabajar en la clínica y además trabajar en mi emprendimiento, decidí renunciar. No fue fácil, ese lugar era un pedacito mío. Pero me fui muy contenta, me llevé amigos que aún conservo, dejé a mi mejor amiga de muchos años ocupando mi puesto y lo hace mejor que yo. También me llevé dos años de carrera de Administración de Empresas, porque cuando me puse a trabajar en esa pyme, muchas preguntas que tenía, pude responderlas en la universidad. Los dueños eran copados con eso, me daban el espacio para estudiar.

      Trabajaba mucho, ganaba poco y con mi sueldo pagaba mi carrera y mi oficina del emprendimiento. Mi oficina, estaba en el mejor edificio de la ciudad, a solo unas cuadras del Obelisco, en pleno centro porteño.

      Yo creo que cuando tenés el corazón lleno de pasión emprendedora, podés emprender en cualquier lado, con cualquier cosa, aún siendo empleada de una clínica, con alma empresaria.

      Tripa y corazón emprendedor.

      Emprendedor se nace, pero por sobre todo se hace, solo es cuestión de saber cuánto corazón estás dispuesto a ponerle a ese emprendimiento y por cuánto tiempo.

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      Capítulo 3

      ¿Vivir de lo que amás es posible? hobbie vs. emprendimiento

      “El mundo necesita gente que ame lo que hace.”

      Autor: NI IDEA

      Vivir de lo que amás no siempre es posible. Así te arranco, tranqui, bajándote toda ilusión de un hondazo. Pero pará, dejame que te cuente. Quizás no es tan malo como parece.

      En principio, si todos pudiéramos vivir de lo que amamos, faltarían muchas profesiones y oficios que nadie quiere hacer, pero es lo que puede, al menos en ese momento.

      Se me ocurren mil ejemplos, pero no voy a dar ninguno, vos sabés… hay muchas cosas que no quisieras hacer ni por todo el oro del mundo, pero a veces no te queda otra.

      Yo no digo que no todos puedan hacer lo que aman, digo que no todos pueden vivir de eso.

      Porque una cosa es un hobbie, algo que hacés por el simple placer de hacerlo y otra cosa es hacer algo que amás y tener la fortuna de hacerlo rentable.

      En la era digital, se confunden mucho estas cuestiones. Llegan a mí clientes que quieren tener muchos seguidores, cuando yo les pregunto si prefieren 50 potenciales clientes, es decir: 50 personas dispuestas a pagar por eso que ofrecen o 500 seguidores que solo le den like a una foto, algunos se quedan pensando, como si les hubiera preguntado sobre la teoría de la relatividad. La respuesta del emprendedor es rápida, simple “quiero 50 potenciales clientes”.

      Las cuentas no se pagan con likes.

      El que juega a ser emprendedor o tiene un hobbie al que llama emprendimiento, prefiere los likes. Prefiere ser “exitoso” en las redes. ¿Alguna respuesta está mal? ¡No! Cada uno puede hacer lo que quiera, lo que está mal es no tenerlo claro.

      Una clienta quería ser influencer, quería que las marcas le pagaran por promocionar sus productos, pero no me lo decía de forma directa, era como si eso fuera una vergüenza. Costaba que entienda que ser influencer no es algo que uno pueda elegir, sino tu audiencia. Que debía construir una comunidad para poder luego ser influyente. No me voy a poner a darte una clase sobre influencers y alianza estratégicas, pero sí voy a aclararte que un influencer, de los que trabajan seriamente como tales, pueden llegar a ser aliados fundamentales para el posicionamiento de tu marca. El problema es cuando quieren influir en la gente sin tener ningún talento, nada excepto una casa bonita o ropa divina que jamás comprarían, pero aprovechan que aún las marcas no descubrieron cómo medir la influencia ficticia que dicen tener y solo miran si tienen muchos followers… Es muy gracioso escucharlos alimentar su ego queriendo autodenominarse influencers, cuando solo son cuentas con muchos seguidores. No todo es lo mismo. Aunque prefieren no analizarlo tanto. Pero vos como emprendedor, no podés hacer lo mismo. Vos si tenés que analizar todo.

      Lo que tenés que saber es que no todo es lo mismo. Ser emprendedor no es comprar y vender algo. Ser emprendedor es garra, paciencia y valentía.

      Y me voy a detener en la paciencia.

      Yo creé mi cuenta de Instagram en 2015 y fue privada entonces, solo veían mis fotos amigos y familiares, (¡si! subía fotos, no era “contenido”, otra vez, no todo es lo mismo). Pero el 7 de mayo de 2018 decidí que iba a dejar mi cuenta pública, para que todo el mundo pueda ver las pavadas que digo siempre. Mientras escribo esto es enero 2021 ya pasaron más de dos años y medio y mil fracasos.

      ¿Por