José Eduardo Rueda Enciso

Aproximación histórica a la relación de la masonería


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a la masonería. Mosquera ingresó a la logia Los Hermanos del Sur de Popayán en 1821, a los 23 años, alcanzó el grado 33, más adelante jugó un papel fundamental en el crecimiento de la hermandad; López lo hizo en 1834, a los 36 años, en Cartagena, en la logia Hospitalidad Granadina, alcanzó el grado 18, posteriormente, a partir de 1849, fue aceptado en la recién erigida logia Estrella del Tequendama N° 11, de Bogotá, como miembro honorario.55

      En torno a las tendencias de concebir el desarrollo del capitalismo, hubo muchas discusiones y enfrentamientos, entre liberales y conservadores, mediando siempre la Iglesia católica. En todo ello la masonería neogranadina tuvo siempre un papel protagónico importante, simultáneamente la beneficencia, poco a poco, fue ganando un espacio.

      En efecto, entre 1849 y 1867 los diferentes gobiernos liberales, emparentados con la masonería, no se interesaron mayor cosa por promover la beneficencia, aunque en los nombres de las logias aparecían palabras relacionadas con ella: filantropía, amistad, hospitalidad, caridad, y sus estatutos y principios consagraban actividades acordes. Lo político y lo ideológico marcaron, desde las primeras logias formadas durante la Gran Colombia,56 lo que de alguna manera fue una característica de la masonería colombiana, a diferencia de, por ejemplo, España, donde la masonería a partir de 1820, originariamente había tenido, ante todo, un fin caritativo y filantrópico, solo pasado algún tiempo fue que se convirtió en un instrumento político.57

      En el territorio de la actual Colombia, hasta 1867, la situación no había variado mucho desde la Colonia: las labores de caridad eran adelantadas por las comunidades religiosas y por algunas sociedades promovidas por la Iglesia católica. No obstante, en el imaginario de algunos masones neogranadinos existían ciertas inquietudes respecto a la relación entre la masonería, la caridad y la beneficencia. De hecho, en las tenidas, no solo neogranadinas, sino de otros lugares del planeta, siempre fue recursiva una palabra mágica: la caridad masónica, considerada como el lazo de unión de la humanidad.58

      Es así como, el 24 de junio de 1850, Salvador Camacho Roldán definió la masonería, entre otras, como

      la caridad es la única esperanza de los millones de desgraciados que pueblan la tierra… Caridad, igualdad i amor, he aquí, hermanos míos, los sentimientos que debe inculcar en nuestros corazones i deben ser el norte de nuestra conducta allá en el bullicio de la sociedad profana, como acá en la tranquilidad de este recinto… este taller [debe estrechar] entre nosotros los dulces lazos de fraternidad i amor sincero con que hemos jurado unirnos para siempre, i nos de valor i perseverancia para continuar en la ardua tarea de civilización que hemos emprendido.59

      El mismo día, José María Samper proclamó que “la masonería es la República por excelencia, fundada en todas las naciones… la libertad, la igualdad i la fraternidad son los tres grandes pensamientos de la democracia i la masonería… la masonería, casi como un segundo Cristo, vino a realizar esos bellos principios redentores para procurar el bienestar de las sociedades”.60

      O como en 1862 lo hizo Mosquera al constituir la Orden Redentora y Gloriosa de Colombia.

      De hecho, cuando a partir de 1849 se vincularon varios jóvenes abogados a la hermandad, lo hicieron, entre otras cosas, porque para entrar a una logia bastaba tener una buena condición económica y estar dispuesto a pagar las cuotas, que eran elevadas,61 y porque “[la masonería], era una institución altamente humanitaria que trabajaba solamente por la fraternidad, la libertad, la caridad, y la ilustración universales, y la acepte con entusiasmo. La idea de formar una asociación que se extendía a través de los siglos por el mundo entero para hacer el bien, sin distinción de razas, religiones ni gobiernos, halagaba mucho mis sentimientos de filantropía y cosmopolitismo”.62

      En general, a nivel mundial, las logias dedicaron esfuerzos a las labores o campañas benéficas: aportes para ayudar a un hermano o hermanos en desgracia, inauguración de colegios gratuitos para niñas, instalación de escuelas de artes y oficios, establecimiento de sala cunas, inauguración de casas de socorro, fundación de sociedades para extinguir la mendicidad, creación de juntas de socorro para atender las necesidades de la clase trabajadora y de los posibles afectados por las epidemias de cólera.63 En la Nueva Granada, y posteriormente en los Estados Unidos de Colombia, también se dieron ese tipo de labores o campañas, pero poca atención se les ha prestado por parte de la historiografía.

      Cada logia administraba un fondo para los pobres, también conocido como de beneficencia. Es así como, desde los comienzos en 1846-1849, la logia Estrella del Tequendama contó con recursos para auxiliar a los necesitados, representados en el tronco de los pobres, que consistía en una limosna que se recogía al terminar cada tenida, cuyo monto se repartía a la salida del templo masónico.

      Cuando un masón era investido con un grado superior al 18, siempre se tuvo en cuenta que “el gozo y el bien son expansivos, a reglón seguido, se determinaba sacar del fondo común de beneficencia una suma destinada a una logia, normalmente en la que el masón había sido iniciado”.64 Igualmente, se recolectaban fondos “para socorrer a hijos de viudas y a hermanos pobres en desgracia”,65 que eran repartidos en “secreto, sin ruido y ostentación”.66 Pues, para ser masón, había que demostrar docilidad a las disposiciones sobre la protección recíproca entre hermanos.67

      Obviamente que, cuando un hermano se encontraba en dificultades, se hacía lo posible para socorrerlo, por ejemplo, en la tenida del 11 de marzo de 1881 de la logia Propagadores de la Luz, se acogió la idea de su similar, la del Tequendama, de adelantar una colecta en favor

      del joven Luis Merizalde afligido de elefancia. El Venerable quiso explorar la voluntad de los hermanos presentes para saber cual o cuales querían hacerse cargo de la comisión. El Hermano Victoriano Peña propuso hacer imprimir una esquela implorando la Caridad de los hermanos miembros activos en favor del joven que la ha solicitado. El Venerable ofreció hacer la impresión de las esquelas sin costo alguno, en lugar de la cuota que le corresponda.68

      Las logias sirvieron también para prestar dinero a los hermanos que pasaban apuros económicos. Es así como, el 29 de agosto de 1867, en el seno de la logia Propagadores de la Luz, el tesorero Antonio Clopatofsky manifestó “que hacía presente al taller, que… se ha dirigido al Hermano Rafael Mendoza con el objeto de indicarle la necesidad que hai para que el expresado Hermano reintegre al Tesorero de la Logia la cantidad de cien pesos que se le dieron en calidad de préstamo por el término de dos meses”.69 En la tenida del 19 de septiembre se informó que Mendoza había tenido inconvenientes para reintegrar el mencionado préstamo, pero que ya lo había cancelado.

      Entre 1849 y 1850, el país sufrió una epidemia exógena70 de cólera morbus que tuvo sus primeros síntomas en la costa Atlántica, entre julio y agosto de 1849, y se fue extendiendo por el río Magdalena a lo largo del país. Entre abril y mayo de 1850 hizo su aparición en Bogotá, situación que obligó al Estado a organizar las actividades de beneficencia y contó con la colaboración de la recién reabierta masonería del centro del país.

      El cólera morbus asiático había pasado de la India a Europa en 1831. Para 1833 llegó a Estados Unidos, Chile y otras naciones americanas, dejando a su paso miles de muertes, y amenazaba con llegar a la Nueva Granada, por lo que el gobierno trató de tomar medidas preventivas y solicitó recomendaciones a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Bogotá, que a su turno nombró una comisión compuesta por los profesores Benito Osorio y Manuel Niño para redactar una memoria sobre el cólera morbus. Los dos galenos definieron la enfermedad como contagiosa y propusieron la adopción de un cordón sanitario o cuarentena, sugerencia que fue acogida y puesta en práctica por el gobierno, pero que causó alarma y molestias en la población.

      La memoria pasó al Tribunal Médico, cuyo censor era el médico Antonio María Silva Fortoul, tío abuelo del poeta José Asunción Silva