José Eduardo Rueda Enciso

Aproximación histórica a la relación de la masonería


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Mallimaci, “Catolicismo”, 26.

      30 De Roux, “Las etapas”, 61-73.

      31 Bastian, La modernidad, 7-9.

      32 Mallimaci, “Catolicismo”, 19-44.

      33 Ibid., 20.

      34 Ibid.

       Los gobiernos liberales y la beneficencia

       La Beneficencia manda al enfermo un local, una camilla, un enfermero.

       La Filantropía se acerca al enfermo. Es un amigo que vigila para que se cumplan los reglamentos del hospital y las prescripciones del médico.

       La Caridad le da la mano al enfermo. Es un ángel de consuelo que espía sus necesidades y adivina sus dolores. 1

      Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII, la asistencia y prevención social recayó fundamentalmente en la Iglesia católica, o en instituciones que dependían de ella, pues por su conducto se acaparaba parte de la riqueza nacional, y de las donaciones y limosnas particulares. Las ayudas se repartían indiscriminadamente, sin preguntar de quién era la mano que recibía, pues la caridad era una obligación eminentemente compasiva, desinteresada, que todo cristiano debía cumplir, ya que asistir al menesteroso era un acto de amor a Dios y al prójimo.2 Por lo tanto, es el sentido de deber que cada cual tiene de socorrer a personas no pertenecientes a su círculo social inmediato. Se basa en la idea de que la generosidad es premiada en el cielo, como en la creencia de que debe dedicarse una décima parte de los ingresos personales, comúnmente llamado el diezmo, considerado como un deber religioso.

      Según se la mire, la caridad tiene diferentes significados: para el filósofo, es un elemento de bienestar; para el político, es un elemento de orden; para el artista, un tipo de belleza; para el creyente, es la sublime expresión de la voluntad de Dios.3

      La caridad está motivada por la fe religiosa, es propia y exclusiva del cristianismo, nació con él y es su base principal.4 Para el caso de la religión católica, es una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos; es una virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión; así mismo, es una limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados. Las obras de caridad son la acción moral y principalmente a la que se encamina al provecho del alma, o la que se hace daño, las que se hacen en bien del prójimo.5

      Se divide en “privada, colectiva y pública. La primera es la que se ejerce por los particulares de manera aislada; la segunda por los particulares reunidos en asociaciones o juntas caritativas, formadas por personas que voluntariamente se prestan a ella, o por la ley; y la tercera, llamada generalmente beneficencia, es la caridad en su más lata esfera, derramando sus tesoros en nombre y a expensas del Estado”.6

      Los orígenes de la caridad, para el caso de Occidente, se remontan al siglo III después de Cristo, nació con el cristianismo en expansión, dado que entre sus preceptos está el de “ama a tu prójimo como a ti mismo, lo que implica no sólo socorrer materialmente a nuestros semejantes, sino también consolarlos y darles pruebas de amor”.7

      Simultáneamente con la aparición de la caridad, emergió “la limosna dada por los presbíteros, y principalmente la de los obispos, que la distribuían entre los pobres”.8 Rápidamente, la Iglesia amasó una gran fortuna, representada en bienes raíces, pues a la caridad se la consideró una virtud y las limosnas cada vez fueron más jugosas. Se fundaron asilos para los esclavos, hospicios y hospitales para los enfermos, los desvalidos y los peregrinos.

      A partir del siglo IV, los cristianos han sido los grandes sostenedores de la caridad,9 siendo España uno de los países en donde su ejercicio ha sido permanente, ya que se encontraba bajo la dominación de los godos, lo que permitió la fundación de establecimientos de beneficencia y la consolidación del ejercicio de la caridad. Emergieron las primeras comunidades religiosas, especialmente los monjes de la regla de San Benito, cuyos monasterios prestaban, al mismo tiempo, los caritativos y útiles servicios de enseñanza a los pobres.10

      Sin embargo, a partir de la invasión mahometana, la caridad y la beneficencia se replegaron un tanto, pues la caridad no era una virtud de los seguidores de Mahoma.11 Los obispos, monjes y nobles se refugiaron en las montañas de Asturias, en donde la caridad y la beneficencia se ejercieron en gran escala, se fundaron cien monasterios que tenían el carácter de hospitalarios.12

      Durante los siete siglos que duró la Reconquista, la caridad y la beneficencia se convirtieron en una estrategia de fortalecimiento de lo hispano frente a lo moro, dado que a medida que se recuperaba un territorio a los mahometanos se fundaron, más como una iniciativa privada, individual, que pública o estatal, congregaciones religiosas y establecimientos benéficos y socorro de los pobres, en lo que contribuyeron los reyes, la nobleza y las municipalidades. El número y monto de las donaciones fue muy superior a la demanda.13

      En la Edad Media, en los tiempos de las cruzadas, fue cuando la caridad y la beneficencia tomaron caracteres diferentes: la primera, privada y muy influenciada por la Iglesia católica; la segunda, pública y eminentemente estatal. Es así como en España aparecieron las órdenes militares y surgieron las órdenes mendicantes; el carácter de las últimas fue la dedicación a la caridad, vivían y subsistían de la limosna que recogían, no para sí, sino para los pobres; se entendían con todas las clases de la sociedad, tuvieron por principal protector al pueblo, a cuyo auxilio se debió el que el suelo español se cubriese de comunidades regulares. Sus claustros eran accesibles a los individuos de las clases más íntimas de la sociedad, y en ellos eran educados gratuitamente, llegando a ser hombres respetados y de gran influencia.14

      No obstante, con el tiempo, el inicial espíritu caritativo se fue transformando, la correcta administración de los establecimientos benéficos se relajó mucho; la limosna dada por los conventos a todo el que la reclamara fomentó la vagancia generalizada. Situaciones que se evidenciaron a finales del siglo XVIII. A partir de la desamortización de bienes de la Iglesia, durante la segunda década del siglo XIX, la caridad cristiana se transformó, el Estado comenzó a intervenir en la formulación de políticas reguladoras, convirtiéndola en uno de sus intereses, se fortaleció la beneficencia.15

      Así, la inspiración de la caridad es religiosa, se la considera como un deber religioso, como un compromiso moral en busca del progreso social; es una solución para las amenazas de los problemas sociales y las desarmonías, como también un medio para ganar estatus social. Es así como, desde sus orígenes, se consideró que “cada hombre tenía el deber como cristiano de socorrer a su prójimo menesteroso; pero estos mismos hombres reunidos no se creían en la propia obligación; el Estado no reconocía en ningún ciudadano el derecho de pedirles socorro en sus males supremos. Los desvalidos acudían al altar; no era de la incumbencia del trono el consolarlos”.16

      La caridad es intervencionista, fue así como, en la segunda mitad del siglo XIX colombiano, fue asumida por el Partido Conservador, en alianza y subordinación con la Iglesia católica.17 Por lo general, se agruparon en asociaciones católicas que se ornaban con una parafernalia que claramente puso de manifiesto su ideal de una república confesional.18

      La caridad, al igual que la asistencia, la pobreza, etc., ha tenido cambios históricos en su concepción, especialmente a partir del siglo XVIII, pues con el advenimiento de la Ilustración y el despotismo ilustrado se comenzó a tener en cuenta la calidad del pobre, y la caridad, como entonces era concebida por la Iglesia católica, comenzó a ser objeto de duras críticas,