José Eduardo Rueda Enciso

Aproximación histórica a la relación de la masonería


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se enfrentaron dos escuelas médicas: Silva era partidario de la escuela fisiológica del doctor Broussais, que consideraba que el cólera no era una enfermedad que se trasmitiera por contagio, sino que era una modalidad de gastroenteritis enteramente aguda, que se extendía desde la garganta hasta el último intestino, la que debía ser controlada con medidas pertinentes, opiniones que contradecían la cuarentena recomendada por la comisión de la Facultad, por lo que causaron la burla y el rechazo de parte de la mayoría de los médicos.71

      Entre 1839 y 1842, durante la Guerra de los Supremos, se presentó una epidemia de viruela. En 1840, la viruela anduvo a sus anchas por Cartagena, contribuyendo aún más a las condiciones de pobreza y precariedad de la población. Tanto en Cartagena como en el resto del país se cumplió una campaña contra la viruela, cuyo enfoque principal fue adelantar la vacunación masiva de la población, en la que participaron los jóvenes médicos Antonio Vargas Reyes y Antonio Vargas Vera, quienes, a partir de entonces, se destacarían en el ejercicio de la medicina, en el establecimiento y consolidación de la profesión como disciplina académica, en el fortalecimiento de las actividades de beneficencia y filantropía, ambos se vincularían a la masonería en 1850. En 1842, según parece por motivos políticos, Vargas Reyes, que había participado en los ejércitos rebeldes durante la Guerra de los Supremos, tuvo que viajar a París.

      Al presentarse los primeros brotes del cólera en la costa Atlántica, los diferentes estamentos sociales, políticos y económicos del interior del país trataron de tomar medidas preventivas para evitar la difusión y contagio. Es así como, entre 1849 y 1850, al discutirse qué medidas preventivas debían tomarse, los estamentos científicos y sanitarios se inclinaron por el concepto emitido por Silva Fourtoul en 1833, se enfatizó especialmente en la inconveniencia del aislamiento, se debían tomar medidas de seguridad, mejorar la salubridad, cuidar la higiene, aumentar el aseo. Sin embargo, no se sabía exactamente la causa o causas, la que solo en 1884 fue dada por Roberto Koch, quien descubrió que el cólera morbus era producto de una bacteria, el vibrión colérico, lo que implicó que al fin se pudieran adoptar medidas preventivas que pudieran erradicar la enfermedad en su origen.

      La epidemia de cólera de 1849 causó grandes estragos en la ciudad de Cartagena, prácticamente la diezmó, pues de 12 000 habitantes que tenía la ciudad, durante las seis semanas que duró, el cólera cobró 4000 víctimas, es decir una tercera parte. Durante esas semanas, varias veces al día se disparaban los cañones desde las plazas para intentar purificar el aire, se hacían fumigaciones y colectas públicas para apoyar a los necesitados con alimentos y medicina. La epidemia se expandió, primero a las poblaciones ribereñas del río Magdalena y luego, río arriba, al resto del país.72

      Al presentarse los primeros brotes de cólera en Bogotá, la logia Estrella del Tequendama estuvo presta a socorrer a los enfermos: en agosto de 1850 envió un jugoso auxilio económico a los clérigos de Cartagena, producto de una colecta adelanta entre los efectivos.73 Cuando el mal llegó a Bogotá, la ciudad se hallaba totalmente desprotegida, al punto de que rápidamente se tuvo que habilitar una sala, conocida como de coléricos, en el Hospital San Juan de Dios, en cuyo auxilio económico participó igualmente la logia.

      Pese a que se había creado, a las carreras, una junta de sanidad, en la que participaron los miembros de la logia, poco se hizo para controlar la epidemia, a excepción de limpiar los muladares existentes en las orillas de los ríos San Francisco y San Agustín.74 Otra medida que se tomó fue que se ordenó el blanqueamiento inmediato de todas las fachadas de los edificios comprendidos en el área de la ciudad, y se recomendó que el blanqueamiento fuera hecho con cal por considerarla como materia aparente para desinficionar el aire. Operación que se ejecutó, por cuenta del peculio de los dueños y residentes, en los quince días siguientes a la expedición del respectivo decreto.75

      Durante los períodos en que se presentaron epidemias, tanto las sedes de las logias como los templos católicos quedaban disponibles para las prácticas de la caridad cristiana. Es así como, en 1849, en Cartagena, con ocasión de la epidemia de cólera, los masones que ejercían las profesiones de médicos o farmaceutas, en su mayoría de origen español, cuidaban gratuitamente a los enfermos, los templos masónicos se transformaron en improvisados hospitales.76

      Pese a los esfuerzos que se adelantaron, a mediados del siglo XIX, por prevenir y atacar las pandemias que se fueran presentando, flotaba en el ambiente cierto convencimiento de que faltaba más solidaridad, no existía una política pública para afrontar esas emergencias sanitarias. Es así como Camacho Roldán consideró que “esta falta de espíritu público, esta carencia de sentimientos de solidaridad, es uno de nuestros defectos nacionales, al que es un deber de todos, pero principalmente de los periodistas, buscar corrección”.77

      En Cartagena y en general en el Caribe colombiano, las relaciones de la masonería con la sociedad, especialmente con la Iglesia, fueron diferentes, pues allí hubo una colaboración permanente entre las logias, la Iglesia y las autoridades estatales; la élite cartagenera, ora liberal, ora conservadora, se vinculó a la hermandad; no se presentó, como si lo hubo en el centro del país, un agudo conflicto.

      En la Heroica, los médicos de la ciudad enfrentaron la pandemia, nos interesa destacar dos: Antonio Abad Tatis y Vicente A. García;78 el primero jugó un importante papel en el Oriente de Cartagena; al segundo, que seguramente también fue masón, se lo reconoce como un destacado médico filántropo, ya que jamás recibió remuneración alguna por sus servicios médicos, la fuente esencial de sus finanzas fue, como muchos otros médicos de la época, una botica o farmacia. García, en 1872, volvió a ponerse al frente de una nueva epidemia, esta vez de dengue, que nuevamente diezmó la ciudad.

      A comienzos de 1849, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera contrató al médico Antonio Vargas Reyes para que diseñara una campaña tendiente a prevenir, evitar y contrarrestar las posibles pandemias de cólera. Materia en la que el eminente médico contaba con experiencia, dado que, como ya se mencionó, entre 1840 y 1841, junto con su amigo y colega Antonio Vargas Vera, apodado el Cabezón, habían desarrollado una eficaz campaña de vacunación contra la viruela, pero, además, Vargas Reyes tenía una excelente formación, adquirida en París, en el campo de la patología clínica.

      Efectivamente, entre 1842 y 1847, Vargas Reyes había permanecido en París, ciudad en la que perfeccionó y profundizó en sus conocimientos médicos, con especial énfasis en lo concerniente a la patología clínica. A su regreso a la Nueva Granada fue vinculado al Hospital San Juan de Dios y como catedrático de patología especial en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Bogotá, cargos que le permitieron emprender con ahínco el encargo presidencial. Experiencia que años después, en 1864, cuando una nueva epidemia de cólera atacó a Bogotá, fue definitiva para controlarla. En la revista La Gaceta Médica, fundada, en 1867, por él, publicó algunas reflexiones y conclusiones sobre el cólera, entre las que se destacan que la enfermedad era el resultado de las condiciones higiénicas de la vida urbana.

      Como se esbozará en subsiguientes páginas y capítulos, Vargas Reyes contribuyó a la cualificación de los estudios médicos en el país y en la constitución de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en 1867, como también en la erección y funcionamiento de la Junta General de Beneficencia en 1869.

      Ahora bien, Vargas Reyes se vinculó, en 1850, junto con su colega Juan José Olarte, a la masonería, a la logia Estrella del Tequendama N° 11 de Bogotá, constituyéndose, quizás, en los primeros galenos que se afiliaron a la renacida masonería en la capital del país. Ambos, junto con otros médicos que se afiliaron a la hermandad bogotana,79 y al igual que otros galenos de otras latitudes del planeta, entendieron que, a través de la beneficencia, la medicina tenía una forma de proyección social.80

      Pero en ello medió mucho que, entre los principios generales de la masonería, además de los derechos del hombre y del ciudadano, estaban los de la separación de la Iglesia y el Estado; el matrimonio y el registro civil; la secularización de los