entre el nuevo poder y los movimientos sociales, que habían actuado de manera autónoma como fuerzas disolventes del antiguo orden político, económico y social. El primer malentendido estuvo relacionado con la revolución agraria. Los bolcheviques, que siempre habían impulsado la nacionalización de las tierras, debieron, en una relación de fuerzas que no les era favorable, retomar, «robar» el programa socialista revolucionario y aprobar la redistribución de las tierras a los campesinos. El «Decreto sobre la tierra» —cuya disposición principal proclamaba que «la propiedad privada de la tierra es abolida sin indemnización, y son puestas todas las tierras a disposición de los comités agrarios locales para su redistribución»— se limitaba, en realidad, a legitimar lo que numerosas comunidades campesinas habían realizado desde el verano de 1917: la apropiación brutal de las tierras que pertenecían a los grandes propietarios terratenientes y a los campesinos acomodados, los kulaks. Obligados momentáneamente a «colaborar» con esta revolución campesina autónoma, que había facilitado tanto su llegada al poder, los bolcheviques iban a recuperar su programa diez años más tarde. La colectivización forzada de los campos, apogeo del enfrentamiento entre el régimen surgido en octubre de 1917 y el campesinado, será la resolución trágica del malentendido de 1917.
Segundo malentendido: las relaciones del partido bolchevique con todas las instituciones —comités de fábrica, sindicatos, partidos socialistas, comités de cuartel, guardias rojos y, sobre todo soviets— que habían participado a la vez en la destrucción de las instituciones tradicionales y luchado en favor de la afirmación y la extensión de sus propias competencias. En algunas semanas, estas instituciones fueron despojadas de su poder, subordinadas al partido bolchevique o eliminadas. El «poder para los soviets», el lema, sin duda, más popular en la Rusia de 1917, se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en el poder del partido bolchevique sobre los soviets. En cuanto al «control obrero», otra reivindicación fundamental de aquellos en nombre de los cuales los bolcheviques pretendían actuar, los proletarios de Petrogrado y de otros grandes centros industriales, fue rápidamente descartada en beneficio de un control del Estado pretendidamente «obrero», sobre las empresas y los trabajadores. Una incomprensión mutua se instaló entre el mundo obrero, obsesionado con el paro, por la degradación continua de su poder adquisitivo y por el hambre, y un Estado preocupado por la eficacia económica. Desde el mes de diciembre de 1917, el nuevo régimen tuvo que enfrentarse con una oleada de reivindicaciones obreras y de huelgas. En algunas semanas, los bolcheviques perdieron lo esencial del capital de confianza que habían acumulado en una parte del mundo laboral durante el año 1917.
Tercer malentendido: las relaciones del nuevo poder con las nacionalidades del antiguo Imperio zarista. El golpe de Estado bolchevique aceleró las tendencias centrífugas que los nuevos dirigentes parecieron, en un principio, garantizar. Al reconocer la legalidad y la soberanía de los pueblos del antiguo Imperio, y el derecho a la autodeterminación, a la federación, y a la secesión, los bolcheviques parecían invitar a los pueblos alógenos a emanciparse de la tutela del poder central ruso. En unos meses, polacos, fineses, bálticos, ucranianos, georgianos, armenios y aceríes proclamaron su independencia. Desbordados, los bolcheviques subordinaron inmediatamente el derecho de los pueblos a la autodeterminación a la necesidad de conservar el trigo ucraniano, el petróleo y los minerales del Cáucaso, y, en resumen, los intereses vitales del nuevo Estado, que se afirmó rápidamente, al menos en el plano territorial, como el heredero del antiguo Imperio más aún que el Gobierno provisional.
La ligazón de revoluciones sociales y nacionales multiformes y de una práctica política específica que excluía todo reparto del poder debía conducir rápidamente a un enfrentamiento, generador de violencia y de terror, entre el nuevo poder y amplios sectores de la sociedad.
2
El «brazo armado de la dictadura del proletariado»
El nuevo poder aparecía como una construcción compleja: una fachada, «el poder de los soviets», representada formalmente por el Comité ejecutivo central; un Gobierno legal, el Consejo de Comisarios del Pueblo, que se esfuerza por adquirir una legitimidad tanto internacional como interior; y una organización revolucionaria, estructura operativa en el centro del dispositivo de toma del poder, el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP). Feliks Dzerzhinski caracterizaba este comité, donde él desempeñó desde los primeros días un papel decisivo, de la siguiente manera: «Una estructura ligera, flexible, inmediatamente operativa, sin un legalismo puntilloso. Ninguna restricción para tratar, para golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del proletariado.
¿Cómo funcionaba desde los primeros días del nuevo régimen ese «brazo armado de la dictadura del proletariado», según la expresión muy gráfica de Dzerzhinski, retomada más tarde para calificar a la policía política bolchevique, la Cheka? De manera sencilla y espeditiva, el CMRP estaba compuesto por una sesentena de personas de las que cuarenta y ocho eran bolcheviques, algunos socialistas revolucionarios de izquierda y anarquistas. Estaba colocado bajo la dirección formal «de un presidente», un socialista revolucionario de izquierdas, Lazimir, debidamente flanqueado por cuatro adjuntos bolcheviques, entre los que se encontraban Antonov-Ovseenko y Dzerzhinski. En realidad, una veintena de personas redactaron y firmaron con el título de «presidente» o de «secretario» las aproximadamente seis mil órdenes dictadas, en general en pequeños trozos de papel garrapateados con lápiz, por el CMRP durante sus cincuenta y tres días de existencia.
La misma «sencillez operativa» hizo acto de presencia en la difusión de las directrices y en la ejecución de las órdenes: el CMRP actuaba como intermediario de una red de más de un millar de «comisarios», nombrados para las organizaciones más diversas, unidades militares, soviets, comités de barrio y administraciones. Responsables únicamente ante el CMRP, estos comisarios adoptaban a menudo medidas sin el aval del Gobierno ni del Comité Central bolchevique. El 26 de octubre (8 de noviembre1), en ausencia de todos los dirigentes bolcheviques ocupados en formar el Gobierno, oscuros «comisarios» cuyo anonimato se ha mantenido, decidieron fortalecer la «dictadura del proletariado» mediante las medidas siguientes: prohibición de las octavillas «contrarrevolucionarias», clausura de los siete principales diarios de la capital, tanto «burgueses» como «socialistas moderados», control de la radio y del telégrafo, y elaboración de un proyecto de requisa de los apartamentos y de los automóviles privados. La clausura de los diarios fue legalizada dos días más tarde mediante un decreto del Gobierno, y una semana más tarde, no sin discusiones, por el Comité ejecutivo central de los soviets2.
Poco seguros de su fuerza, los dirigentes bolcheviques estimularon en un primer momento, según una táctica que les había dado éxito en el curso del año 1917, lo que ellos denominaban la «espontaneidad revolucionaria de las masas». Al responder a una delegación de representantes de los soviets rurales procedentes de la provincia de Pskov, que preguntaban al CMRP sobre las medidas que había que tomar para «evitar la anarquía», Dzerzhinski explicó que: «La tarea actual es destrozar el orden natural. Nosotros, los bolcheviques, no somos bastante numerosos para realizar esa tarea histórica. Hay que dejar, por lo tanto, que actúe la espontaneidad revolucionaria de las masas que luchan por su emancipación. En un segundo momento, nosotros, los bolcheviques, mostraremos a las masas el camino que deben seguir. A través del CMRP, son las masas las que hablan, las que actúan contra su enemigo de clase, contra los enemigos del pueblo. Nosotros no estamos ahí más que para canalizar y dirigir el odio y el deseo legítimo de venganza de los oprimidos contra los opresores».
Algunos días antes en la reunión del CMRP de 29 de octubre (10 de noviembre), algunas personas presentes, voces anónimas, habían señalado la necesidad de luchar con más energía contra los «enemigos del pueblo», una fórmula que iba a conocer en los meses, los años y las décadas venideras un gran éxito, y que fue retomada en una proclamación del CMRP de fecha 13 de noviembre (26 de noviembre): «los altos funcionarios de las administraciones del Estado, de los bancos, del tesoro, de los ferrocarriles, de correos y de telégrafos, sabotean las medidas del Gobierno bolchevique. De ahora en adelante, estas personas son declaradas enemigos del pueblo. Sus nombres serán publicados en todos los periódicos y las listas de los enemigos del pueblo serán fijadas en todos los lugares