TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


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      –Espero –decía él–. Espero más que nada. Te veo, ¿sabes? Te veo. Y yo…

      –Nunca te dejaré ir –susurré, con la cara apretada contra el suelo.

      La computadora estaba en silencio.

      Mi teléfono estaba en silencio.

      Alcé la cabeza.

      El librito encuadernado en cuero yacía a mi izquierda.

      Me incorporé con lentitud.

      Algo revoloteó en el suelo.

      Bajé la vista.

      Junto a mi pie había una nota.

      Podía leer cuatro palabras.

      PARA CUANDO ESTÉS LISTO.

      La empujé con la bota.

      Se abrió.

      El número de teléfono era igual que el otro. No lo conocía.

      Sin pensar, extraje el teléfono del bolsillo.

      Marqué el número.

      Sonó una vez. Dos veces. Tres veces.

      –¿Hola? –dijo alguien.

      No hablé.

      –¿Hola? –repitió la mujer, molesta–. Mira, amigo, si crees que jadearme en la oreja te funcionará, quizás deberíamos encontrarnos cara a cara para que te demuestre lo equivocado que estás.

      –¿Quién es? –pregunté, la voz casi un graznido.

      –¿Quién mierda habla? –quiso saber.

      Carraspeé.

      –Soy… Robbie. Robbie Fontaine. Encontré su número en mi bolsillo.

      –¿Robbie? Qué demonios… Espera un segundo.

      Escuché voces apagadas de fondo, y pensé en tirar mi teléfono. Tirar mi teléfono y arrancarme la ropa para transformarme y correr hacia la reserva.

      Estaría a salvo allí. Estaría a salvo y encontraría el árbol antiguo y todo estaría bien. Todo estaría…

      –Robbie. ¿Qué sucede? No pensé que nos llamarías tan pronto, o que nos llamarías directamente. ¿Qué…?

      –¿Quién habla? –exigí.

      –¿Quién habla? –hizo una pausa, y el silencio me partió la cabeza–. Robbie… Soy Shannon. Alfa Wells.

      Ay, mierda, una Alfa.

      –Alfa. Lo siento. Discúlpeme por gritarle. Es que… No sé de dónde saqué este número. ¿Cómo conseguí este número?

      Pensé en los últimos días. Ningún Alfa había visitado Caswell. Lo recordaría. Me había reunido con Ezra y Michelle, y ella dijo… ella dijo…

      Fruncí el ceño. ¿Qué había dicho?

      No me acordaba.

      –Robbie –dijo la mujer. Sonaba extrañamente inexpresiva–. Yo te di mi número. Antes de que te fueras de Fredericksburg. Hace una semana.

      Me eché a reír, perplejo.

      –¿Fredericksburg? ¿Dónde queda eso? –me transpiraban las palmas de la mano.

      –Mierda –murmuró–. Maldición, ¿cómo demonios…? Malik. ¿Recuerdas a Malik? ¿Lo que te mostró? ¿Lo que…?

      –No conozco a ningún Malik –le espeté–. No sé qué es lo que cree que me mostró y, con todo respeto, Alfa Wells, si se trata de algún tipo de broma, no es gracioso. Para nada. No puedo…

      –El prisionero. En el complejo.

      Eso me dejó sin aliento.

      –¿Cómo demonios sabe usted…?

      –¡No tiene importancia! –gritó–. Si te quitaron eso, entonces lo saben. Tengo que volver a casa. Tenemos que huir. Los demás están en camino. Tienen que saber qué les espera…

      –No sé de qué mierda está hablando –gruñí. Se me nublaba la vista y pensé que iba a destrozar el teléfono, de tan fuerte que lo estaba sujetando.

      –Lo sé –exclamó–. Y es porque te lo han quitado. No sé cómo, pero sé por qué. Robbie, busca al prisionero. No me importa cómo pero búscalo. Lo verás. Borra esta llamada. Que no sepan que llamaste a este número. Tengo celulares descartables de repuesto y te llamaré cuando estemos a salvo. Es casi la hora. Encuentra al prisionero. ¿Me escuchas? Encuéntralo. Encuéntralo y mátalo.

      El celular quedó sonando en mi oreja cuando la llamada se desconectó.

      Lo bajé lentamente.

      En la pantalla azul de la computadora, había un mensaje en una caja gris.

      ¡ACTUALIZACIÓN COMPLETA! ¿REINICIAR?

      En la esquina, se veía la fecha y la hora.

      12:47 pm.

      9 de mayo de 2020.

      ERA HUMANO/ ERES LOBO

      Me escapé de la casa. La lluvia me golpeó la piel.

      Eché la cabeza hacia atrás y vi un relámpago atravesar en el cielo en un destello.

      Guardé el diario en la parte superior de mis vaqueros y lo cubrí con mi camiseta para que no se mojase.

      El complejo estaba casi vacío, todos se habían apresurado a resguardarse de la tormenta. La superficie del lago se veía negra.

      Me volví hacia la casa que estaba apartada de las otras. Apenas podía verla a través de la lluvia.

      Encuentra al prisionero. ¿Me escuchas? Encuéntralo.

      Me moví sin darme cuenta.

      Santos no estaba de guardia. Había un lobo joven que apenas conocía. El pobre se refugiaba de la lluvia bajo el porche. Se alegró al verme.

      –Robbie. ¿Qué te trae por aquí con este tiempo?

      Subí al porche y sentí la magia familiar que me envolvía. Vibraba contra mi piel, y me hacía sentir en casa. Me tomó un momento recordar el nombre del lobo.

      –Daniel. Estaba… afuera –terminé la frase, estúpidamente.

      No se dio cuenta.

      –Ay, amigo, ¿por qué? Odio la lluvia cuando no estoy transformado. Pero no puedo hacerlo mientras trabajo. Una porquería, ¿verdad?

      –Se me ocurre algo –le dije, súbitamente inspirado–. ¿Por qué no te vas? Yo tomo la posta. ¿A qué hora llega tu reemplazo?

      –Recién a las tres –respondió, receloso–. ¿Por qué querrías hacer eso? Eres el segundo. No tendrías que estar aquí.

      Sacudí la cabeza.

      –Nah, está bien. Ezra y Alfa Hughes están revisando las defensas. Necesito hacer algo. Además, ser el segundo no implica no hacerme cargo de las obligaciones. Yo te cubro. Si alguien pregunta, me aseguraré de que sepan que ha sido idea mía.

      –Guau. Amigo, es increíble. Gracias –apartó la mirada–. Hay una chica, y la estoy cortejando, pero está… bueno. Ya sabes.

      –Nikki, ¿verdad?

      Sonrió de oreja a oreja.

      –Sí. Nikki. Ay, amigo, es la mejor. Cuando se da cuenta de que existo, al menos. ¿Crees