TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


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      Había palabras escritas debajo, algunas más legibles que otras: perdido y roto y lazo y compañero y manada.

      –¿Un Omega? –mascullé, frunciendo el ceño.

      Había otra palabra que podía entender y que me heló hasta los huesos.

      Sacrificio.

      Aparté la vista de la bestia hacia los márgenes. En tinta mucho más reciente, con una letra distinta, había más palabras.

       ¿Puede convertirse en esto? ¿Deberíamos haberlo matado cuando tuvimos la oportunidad? No lo sé. Me aseguran que estará encerrado para siempre.

       ¿Y qué hay de los otros? Es más de lo que yo pensaba. Es un Alfa. No sé cómo. No sé por qué. Pero si eso es cierto, si la bestia puede despertar, entonces un igual opuesto debe también hacerlo.

       Ox.

       Ox.

       Ox.

      Cerré el libro.

      Me estiré para colocarlo en el estante. Una risa súbita desde afuera de la casa me sobresaltó. Casi me caigo de la silla. Logré sostenerme a último momento, pero el libro antiguo se me deslizó de los dedos. Hice una mueca cuando lo escuché caer estrepitosamente detrás de la biblioteca.

      –Mierda –maldije por lo bajo. Para sacarlo tendría que mover la estantería completa. Bajé la vista hacia el libro más pequeño. La cubierta no tenía ninguna inscripción y el libro estaba rodeado por una tira de cuero. Había unas iniciales grabadas en el cuero.

      T. B.

      No se me ocurría nadie que tuviera esas iniciales.

      Bajé de la silla con el libro apretado contra el pecho.

      No era de un brujo. No olía a magia.

      Desaté la tira de cuero y la dejé caer.

      Dentro, las páginas eran rayadas y estaban amarillentas, cubiertas de unos garabatos casi ilegibles. Entendí palabras como poder y creek y padre e hijos. Era la misma escritura que había visto en los márgenes del otro libro.

      Miré la primera página.

      Había una inscripción, escrita con una letra delicada, muy diferente a todas las páginas que seguían.

       A mi amado.

       Nunca olvides.

       -E.

      Dos cosas ocurrieron al mismo tiempo.

      La computadora emitió un pitido y me sonó el celular en el bolsillo.

      Me sobresalté y se me cayó el libro al suelo. Maldije, extraje el celular del bolsillo y miré la pantalla mientras colocaba la silla de nuevo en el escritorio.

      DESCONOCIDO

      Miré intrigado el teléfono. Pensé en ignorar la llamada.

      Atendí.

      –¿Hola?

      El crepitar de la estética me llenó el oído.

      Aparté el teléfono para mirar la pantalla de nuevo. La llamada no se había cortado. Coloqué el teléfono de nuevo contra mi oreja.

      –¿Quién es?

      El teléfono emitió un pitido y la llamada se cortó.

      Lo miré de nuevo y…

      Estaba de pie junto a la biblioteca, con el tomo encuadernado en cuero en las manos. La silla me apretaba el muslo.

      Tenía el teléfono en el bolsillo.

      La computadora seguía actualizándose.

      Parpadee lentamente.

      Me sentía como si estuviera debajo del agua. Como me había sentido cuando me acerqué a la casa vigilada.

      Bajé la vista hacia el libro. La inscripción de la primera página seguía allí.

      Pasé a la segunda.

      Había una fecha, de años atrás, en la esquina superior derecha.

      Me llevó un momento leer las primeras líneas.

       He cometido equivocaciones. Tantas equivocaciones. Es lo terrible de la perspectiva, te permite ver todo con una claridad atroz. Mi padre siempre decía que, si con desear bastara, los mendigos serían millonarios. No entendía lo que quería decir. No en ese momento.

       No antes de que fuese demasiado tarde.

       Ahora lo entiendo.

       Elizabeth cree que debería llamarlo. Dudo que me atienda. Siempre ha sido obstinado, y se ha vuelto peor, sin dudas, por lo que hicimos. Lo que yo hice. No sé cómo hacérselo entender. Que no podíamos arriesgarnos a que su padre le hubiera hecho algo, a que le hubiera puesto algo en las marcas grabadas en su piel cuando era niño. Era una garantía en caso de que sus planes no funcionaran. Gordo no…

      La computadora emitió un pitido.

      El programa había terminado.

      Hice una mueca de dolor cuando sentí que la cabeza me empezaba a latir. Se me cayó el libro al suelo.

      Me tambaleé hacia el escritorio y me sostuve con las manos.

      El celular empezó a sonar.

      Hundí las garras en la madera.

      La computadora pitó de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo.

      El celular no paraba de sonar. La combinación de sonidos resonaba en mi cráneo.

      –¿Qué es esto? –dije–. ¿Qué es? ¿Qué es

      –...esto? –pregunté, mientras caminábamos por el bosque.

      Se rio y me tomó de la mano. No podía verlo, no realmente. Era estática y nieve, una silueta humana apenas dibujada, pero se sentía bien. Ah, cielos, se sentía bien.

      –No es nada. Es… ¿por qué haces tantas preguntas al mismo tiempo?

      Choqué el hombro contra el suyo.

      –Necesito que vengas conmigo. Eso dijiste. Te das cuenta de cómo suena. Tan misterioso.

      –Es… maldición. No estoy tratando de ser misterioso.

      No, no me parecía que lo fuera. Yo…

      ... caí de vuelta contra la biblioteca, cubriéndome la cara con las manos, murmurando.

      –No, no, no, esto no es real, esto no es real, esto no es…

      –... nada malo –dijo él–. Es… Espero que sea bueno.

      –Esperas –me burlé, sintiéndome mucho más contento de lo que me había sentido en mucho tiempo. Los árboles eran verdes, el cielo azul y el bosque estaba vivo. Sentía un zumbido bajo mis pies, en lo profundo de la tierra, y entendí su poder, entendí lo que podía hacer.

      Me apretó la mano en la suya y, si yo escuchaba, si me concentraba lo suficiente, podía oír y sentir la sangre corriéndole por las venas, el latido rápido, como el de un pájaro, de su corazón. Estaba nervioso, el sudor era intenso y agrio, pero había mucho más. Era…

      ... libros cayendo a mi alrededor cuando choqué contra las estanterías y…

      ... hierba y…

      ... eché la cabeza hacia atrás, mis colmillos emergieron y…

      ...