TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


Скачать книгу

      Lo pateé. Gruñó cuando mi bota conectó con su pecho y lo arrojó hacia atrás. Me arañó antes de soltarme el tobillo. Cayó al piso y la cabeza le rebotó contra la madera. Me incorporé, preparado para hacerlo pedazos.

      Estaba contemplando el cielorraso, sin casi parpadear, con la cabeza cerca de una de las patas de la silla donde había estado sentado.

      –No sabe de qué demonios está hablando –le gruñí–. No me conoce. No sabe nada acerca de mí. No soy Bennett. Los Bennett son traidores. Ezra dijo…

      Se rio con una risa húmeda y discordante.

      Continuó y continuó riéndose hasta que la risa se disolvió en jadeos, con lágrimas cayéndole por la cara mientras sonreía.

      –Púdrete –murmuré.

      Me dirigí a la puerta. Antes de que la cruzara, habló de nuevo.

      –Dale –graznó a través de las lágrimas–. Soy Dale. Soy Dale. Soy Dale soy Dale soy Dale SOY DALE SOY…

      Cerré la puerta y lo dejé gritando.

      Llamé de nuevo al número de la nota desde el porche. Me pasé la mano por la cara.

      Sonó y sonó.

      No hubo respuesta.

      Ezra y Michelle regresaron al complejo esa tarde, justo cuando la lluvia comenzaba a aflojar. Los observé acercarse a la casa. Ezra estaba empapado, aunque no parecía molestarle. Michelle se protegía con un paraguas.

      –¿Robbie? –preguntó ella–. ¿Qué haces aquí?

      –Daniel me pidió un favor –respondí, encogiéndome de hombros–. Me pareció bien ayudarlo. Cortejar a alguien es mucho trabajo.

      –Lo es –dijo Ezra, despacio–. No que tú sepas nada al respecto.

      Puse los ojos en blanco.

      –Tengo veintinueve años. Me sobra el tiempo.

      Ezra y Michelle intercambiaron una mirada.

      –No es necesario que te preocupes por este lugar –explicó Michelle–. No te corresponde. Tenemos muchísima gente que…

      –Está bien –la corté, y Michelle entrecerró los ojos ante la interrupción–. Fue una obra de bien, ¿sabe? Espero que les vaya bien a esos chicos. Y estoy seguro de que Santos o algún otro vendrá pronto a reemplazarme.

      –Santos está fuera del complejo –dijo Ezra. Se quedó parado al final de la escalera que conducía al porche, y me contempló desde allí–. En una misión.

      Mantuve mi expresión neutral.

      –¿Sí? ¿A dónde fue?

      –No te compete –retrucó Michelle.

      –Soy su segundo –alcé una ceja–. Usted misma lo dijo. ¿No debería saber acerca de estas cosas?

      Sus ojos brillaron rojos.

      –No me gusta tu tono.

      Asentí cuando su poder se sintió como un gancho que se me clavaba en el cerebro.

      –Mis disculpas, Alfa. No quise ofenderla. Solo se me ocurrió que… bueno, pensé que se me mantendría al tanto si sucedía algo.

      –Y así será –aseguró–. En el caso de que me parezca necesario. Esto no lo es.

      –Está bien.

      Parpadeó.

      –¿Entendido?

      –Le creo. Si dice que no necesito estar al tanto, entonces no necesito estar al tanto.

      Ezra me estaba mirando, pensativo.

      –¿Entraste a la casa?

      –Sí. Me pareció oír algo –sacudí la cabeza–. No fue nada. El tipo estaba sentado en una silla en la habitación.

      –¿Te dijo algo?

      Me reí. Me sentía helado.

      –Parecía que no estaba muy consciente de nada. No se comportó como ningún lobo que haya conocido antes.

      –No –concedió Ezra–. Me imagino que no. ¿Por qué estás aquí?

      –Te lo dije. Daniel...

      –Un favor, sí. Escuché eso. Pero ¿por qué?

      –Porque es un buen tipo. Se merece toda la felicidad del mundo. ¿No te parece?

      –Por supuesto que sí. Solo que… ¿Me escuchas, querido? Me preocupo por ti.

      El estrés abandonó mi cuerpo, y relajé los hombros. Estaba muy cansado, y no me ayudaba el no saber qué mierda había visto en esa casa. Qué quería decir.

      –Ya lo sé. Pero no te preocupes demasiado. Puedo arreglármelas. No soy un cachorro.

      –Sé que no –dijo con dulzura–. Pero hay cosas en juego aquí. Cosas que escapan a tu entendimiento.

      Alzó la mano antes de que yo abriera la boca.

      –Y no es porque nosotros, porque yo, no confíe en ti. Sabes que no es eso. Es necesaria cierta sensibilidad, cierta… discreción. Y con estos sueños que estás teniendo, probablemente no ayude. Estuviste fuera de combate por un par de días, sabes.

      Le sonreí secamente.

      –Es sábado.

      –Sí, querido. Lo es.

      –Estuve fuera de combate por un tiempo.

      –Sí. Así es. Has estado trabajando demasiado. Eso, más los sueños que has estado teniendo…

      –¿Por qué? –le pregunté–. ¿Qué hay de malo conmigo? ¿Y por qué no me dijieron nada? Me parece que alguien me tendría que haber dicho que perdí tres días.

      –Porque no es nada de lo que haya que preocuparse –intervino Michelle–. Ezra me asegura que estás bien, a pesar de todo. Con todo lo que está sucediendo, no quiero tener que preocuparme también por ti. Necesito que seas fuerte, Robbie. Por mí. Por tu manada.

      No sé por qué dije lo dije a continuación. No fue planeado. No fue algo que hubiera pensado. Pero salió, de todos modos.

      –Ezra me habló de los Bennett.

      Michelle no reaccionó.

      –Ah, ¿sí?

      –Sí. Me explicó que eran el enemigo.

      Miró de reojo a Ezra, que se secó el agua de lluvia de la cara.

      –Necesitaba una lección de historia. Para poder entender.

      –¿Y entonces? –me preguntó Michelle–. ¿Entiendes?

      Eres. Lobo.

      Eres. Manada.

      Eres. Bennett.

      –Ah, sí –repuse–. Creo que más de lo que imagina.

      No le gustó eso.

      –¿Qué se supone que quiere decir eso?

      Sentí que estábamos bailando y que los dos queríamos guiar. Iba en contra de todo lo que conocía, de todos mis instintos. Era mi Alfa, y la estaba empujando… hacia qué, precisamente, no sabía. Pero igual bailamos.

      –Solo pido que se me mantenga informado. No puedo hacer mi trabajo si no me