TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


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caí hacia adelante.

      –¿Qué mierda te pasa? –gruñó Santos, sosteniéndome antes de que tocara el piso.

      –No lo sé –jadeé, tratando de ignorar la voz en mi cabeza, la voz que decía una huella digital porque venía de algún lugar allí dentro, y no la conocía. No la reconocía. No la reconocía, maldición…

      Tenía que ser eso.

      Tenía que ser eso lo que estaba pasando.

      Sea quien fuera quien estaba en la casa, estaba filtrando su magia, que deformaba todo a mi alrededor. Las defensas que la rodeaban se habían resquebrajado, y este brujo las estaba usando a su favor. Sin importarle que se le habían quitado sus poderes. Sin importarle haber hecho algo tan espantoso que había tenido que ser encerrado. No estaba funcionando.

      –¿Quién es? –farfullé, apretando los dientes–. ¿Quién está allí dentro? ¿Me oyes, bastado? ¿Quién mierda eres?

      Santos me alejó de un empujón.

      Caí al suelo y me deslicé por la tierra.

      Tenía los ojos naranjas cuando me miró con furia.

      –No sé qué demonios crees que estás haciendo, pero tienes que detenerte. Tienes que…

      Abrí la boca para mandarlo a callar, pero no salió ningún sonido.

      Alcé la vista.

      Era azul, azul, azul.

      Y entonces grité, clavando las garras en la tierra.

      El cielo estaba prendido fuego.

      Quemaba.

      Quemaba y…

       QUÉ ESTÁS HACIENDO

       robbie

       robbie

       por favor no

       por favor no lo hagas

       ay cielos qué te sucede

       no eres

       por favor por favor por favor no quiero morir

       por favor me estás lastimando robbie me estás lastimando

       ay cielos no

       no

       suéltame suéltame SUÉLTAME SUÉLTAME

       robbie

       robbie

       ROBBIE

      Cuando abrí los ojos, tenía la boca llena de sangre.

      Sabía bien. A miedo. Fuera lo que fuera que había cazado me había tenido miedo.

      La ansiaba.

      Dejé que me cubriera la lengua.

      La tragué, pero había más.

      Mucha más y yo…

      –Ahí estás.

      Giré la cabeza.

      Ezra estaba sentado junto a mi cama, en mi dormitorio.

      No tenía la boca llena de sangre. De hecho, estaba seca. Tenía sed.

      –¿Qué sucedió? –pregunté, con la voz ronca. Carraspeé–. ¿Lastimé a alguien?

      Casi prefería no saber la respuesta.

      –No –contestó Ezra, sacudiendo la cabeza, con aspecto cansado–. Por supuesto que no. Te desmayaste. Santos te encontró. Dijo que estabas… No importa qué dijo. ¿Cómo te sientes?

      –Como si fuera la mañana siguiente a la luna llena. Confundido. Embotado.

      –Mmm. ¿Te has exigido de más, quizá? Suele suceder.

      –No lo sé. Yo… –sacudí la cabeza–. ¿Y si me pasa algo?

      –No te pasa nada –me aseguró, burlón–. Yo lo sabría. ¿Me escuchas, querido?

      Eso me hizo sentir mejor. Si alguien podía arreglar esto, era Ezra. Me conocía mejor que nadie.

      –Sí. Por supuesto.

      –Eres especial –dijo, posando la mano sobre mi ceño–. Mucho más de lo que te imaginas. Y haría cualquier cosa por ti. ¿Harías lo mismo por mí?

      –Sí. Sí –mi dolor de cabeza estaba desapareciendo. La sangre en mi boca había sido solo un sueño.

      Asintió lentamente.

      –Bien. Está bien, Robbie. No puedo imaginarme cómo han sido estos años para ti. Pero no hay nada por lo que preocuparse. Estás cansado. Estresado. Los sueños que tienes no ayudan. No sé qué significan, y quizás no signifiquen nada. Pero quizás sí. Podría aliviarte de ellos si me lo pides. Podría borrarlos, como si nunca hubieran existido.

      Su mano se apoyó con más fuerza sobre mi frente.

      –Dejarte dormir y…

      No emitió un sonido cuando lo tomé de la muñeca.

      –No lo hagas –rugí.

      Sonrió con tristeza a pesar de que yo sentía cómo se torcían los huesos de su muñeca.

      –¿Porque son tuyos?

      Asentí y lo solté. Retiró el brazo y me pregunté si le dejaría un moretón. Me sentía mal, pero no lo suficiente como para pedirle disculpas. Confiaba en él, pero no quería que diera vueltas por mi mente.

      –Está bien, Robbie. Si es lo que piensas. Ya sabes dónde encontrarme si cambias de idea –frunció el ceño–. O si necesitas hablar. ¿Puedo darte un consejo?

      –Sí.

      Suspiró y se repantigó en la silla. Se lo veía pálido, con la piel tensa por la preocupación.

      –Tienes preguntas, lo sé. Preguntas acerca de quién está en esa casa. Santos me lo dijo, y debería haberme preparado mejor para esto.

      –No estaba tratando de… –me senté rápidamente. Estiró la mano, interrumpiéndome.

      –Pensé que sería por tu bien. De verdad. Dado tu pasado, parecía ser lo más sensato –sacudió la cabeza–. Ya debería saberlo. Los secretos no ayudan a nadie, en particular aquellos tan monumentales. El hombre que está en esa casa cometió atrocidades contra mucha gente. Hubo muertes por su culpa. Y lo único que pudimos hacer fue mantenerlo alejado del resto del mundo y quitarle todo su poder.

      –Pero ¿cómo es posible que hayas mantenido al brujo en…?

      –¿Brujo? –dijo Ezra–. ¿Qué brujo?

      –El brujo que está en la casa. El prisionero.

      Ezra se rio.

      –Ah. Ah. Querido, no hay un brujo en esa casa. Es un lobo. Un lobo poderoso y terrible que quería algo que no le pertenecía. Pero ya no puede lastimar a nadie. Está vacío. Es una cáscara, hueca y débil.

      ¿Un lobo? Pero yo había sentido… Hubiera jurado que había magia, y que se estaba filtrando desde adentro, filtrando hasta que…

      –Un lobo –repetí, en voz queda.

      –Sí,