era territorio inexplorado. Ezra sabía lo que era perder a alguien, como el resto de nosotros, pero por lo que yo sabía, lo suyo había sido catastrófico. Había perdido a su familia completa. Había oído que la culpa la tenían lobos salvajes. No me entraba en la cabeza cómo podía perdonar después de algo semejante. Yo odiaba a los cazadores, y no solamente por lo que representaban. Los dos nos habíamos quedado sin nada. Era incapaz de perdonar. No me importaba quién hubiera sido responsable. Quería matar a cada uno de ellos. Jamás me olvidaría.
–Me alegra que haya podido hablar contigo –dije en voz baja.
Canturreaba por lo bajo mientras me rascaba la cabeza. Me resistí a emitir sonidos de placer, aunque prácticamente estaba panza arriba.
–Y yo me alegro de tenerte a ti, querido. No sé qué haría… ¿Qué es esto?
Su mano había abandonado mi cabello y se había posado en mi labio. Presionó un dedo contra mi piel antes de apartarlo.
En la punta del dedo tenía un trozo de sangre vieja que se me había pasado.
–Me mordí el labio. Un accidente.
Se llevó el dedo hacia la cara y contempló la sangre seca.
–¿Eso fue todo?
¿Puedo confiar en ti?
–Sí. Eso es todo. Tenemos que dormir. Tenemos un largo viaje mañana. Hasta te dejaré escuchar tu música de porquería.
Se recostó sobre el almohadón, riéndose.
–Qué amable de tu parte. Sabes, si te cultivaras un poco, quizás podrías…
–Eso no ocurrirá jamás.
Sonreí de oreja a oreja cuando me dio una palmada en la cabeza.
Un instante más tarde, la magia que nos rodeaba se disipó y los grillos comenzaron a cantar.
VIOLETA
Soñé con el bosque.
Con la brillante luz del sol y las canciones de los lobos.
En los árboles, graznaban grandes aves negras.
El lobo Alfa blanco se paseaba frente a mí.
lobito lobito, dijo.
eres el amo del bosque, dijeron las aves negras.
–Los guardianes de los árboles –susurré.
Los árboles comenzaron a moverse.
La tierra tembló y se abrió debajo de ellos, sus raíces se agitaron cual serpientes. Dejaron surcos en el suelo al retirarse y formar un círculo gigante alrededor nuestro.
Estábamos en un claro.
–¿Qué es esto? –pregunté.
Pero el Alfa blanco había desaparecido.
En su lugar había un lobo negro.
Caí de rodillas frente a él.
Se inclinó hacia adelante y respiró su aliento caliente en mi cara.
Apretó su hocico contra mi frente.
–Ah –exclamé.
(robbie)
Un remolino de imágenes. Una cacofonía de sonidos.
(robbie)
–¿Qué es esto? –le pregunté al lobo negro, la voz rompiéndoseme en pedazos.
(ROBBIE)
Giré la cabeza y…
Ezra roncaba junto a mí.
Los árboles habían desaparecido.
Estaba en el granero, con la piel cubierta de sudor.
–¿Qué demonios? –mascullé, pasándome la mano por la cara.
–Robbie.
Me incorporé. Esa voz era real.
–Sal –susurró.
Me tomó un instante reconocerla.
Malik.
Miré de reojo a Ezra. Tenía el rostro relajado y roncaba ruidosamente, los labios se le movían con cada exhalación. Me moví con cuidado para no despertarlo. Pasé por encima de él y me agaché para anudarme las botas. Le eché un último vistazo antes de dirigirme a la puerta.
Las estrellas titilaban brillantes en el cielo sobre la finca. La luna estaba escondida por una nube gorda; todo estaba sumido en sombras. Malik estaba cerca del porche de la casa. Se llevó un dedo a los labios cuando me acerqué e indicó con la cabeza hacia la casa.
Asentí. Me daba curiosidad. Saber qué era lo que quería. Por qué tenía que mantenerse en secreto.
Comenzó a alejarse de la casa en dirección a un campo vacío.
Lo seguí.
Mantuve una distancia de unos metros entre nosotros. Oía tres latidos distintos, lentos, en la casa, así que sabía que la manada dormía y no estaban escondidos, acechando. No conocía al hombre, pero no me parecía que fuera tan estúpido como para empezar algo. No si quería evitar que el poder de la Alfa de todos descendiera sobre su manada.
En la distancia, lejos de la casa y al otro extremo del campo, se alzaba una gran estructura. Era un silo antiguo; me condujo hacia él.
Se movía rápida y silenciosamente, sin llegar a trotar, pero sus piernas eran más largas que las mías, y tuve que caminar más rápido para mantener el paso.
La nube se apartó de la media luna. Mi piel se estremeció. Miré hacia la derecha, convencido de que había otro lobo corriendo a mi lado
No había nadie.
Estábamos solos.
Se detuvo a unos doscientos cincuenta metros del silo, en el medio del campo.
Una brisa sopló entre la hierba alta. Parecía como si la tierra susurrara.
–¿Puedo confiar en ti? –me preguntó de nuevo, sin mirarme.
¿Qué demonios estaba sucediendo?
–Sí.
–Lo que voy a mostrarte debe quedar entre nosotros. ¿Me das tu palabra, lobo?
–Sí –dije, después de un breve momento de vacilación.
–Tu primer instinto será transformarte. No lo hagas. Tu segundo instinto será hablar. No lo hagas. Te quedarás quieto. Te quedarás quieto hasta que yo te diga que puedes moverte. ¿Entendido?
–Sí.
Silencioso como un ratón.
Me pareció oír a mi madre riéndose.
–A medida que nos acerquemos, sentirás magia. Sentirás… –hundió los hombros–. Está allí por una razón. Nadie debe saberlo. Ninguno de tus lobos. Ni tu Alfa. Ni siquiera tu brujo.
¿Magia? ¿Cómo mierda había magia?
–No sé si puedo…
Se arrojó sobre mí. Me puso la mano alrededor de la garganta antes de que pudiera alejarme.
–Debes hacerlo –me gruñó–. Muchas cosas dependen de ello. Si pronuncias una sola palabra acerca de lo que verás, entonces toda la muerte que le siga será una mancha en tus colmillos y garras, como si tú hubieras sido el responsable de dar el golpe mortal.
No me resistí. Alcé