TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


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eres? –volvió a preguntar, como si fuera más que una pregunta, más de lo que las palabras significaban.

      Lobito, lobito, ¿no lo ves?

      Jaló.

      Tironeó.

      –Soy el segundo de la Alfa Hughes –dije, y el ansia de transformarme era intensa e irritante.

      Sacudió la cabeza.

      –Lo sé. Puedo verlo. No es eso lo que pregunto.

      Abrí la boca –para decir qué, no sabía– cuando el auto chirrió detrás de mí.

      Los lobos dejaron de mirarme y posaron la vista sobre Ezra mientras bajaba del coche. Maldije por lo bajo mientras él se quejaba. Avanzó lentamente hacia mí, haciendo muecas por el dolor que le causaba su viejo cuerpo. Murmuró entre dientes algo acerca de los idiotas frente a él.

      –Te dije que te quedaras en el auto –dije por lo bajo, aunque todos me podían oír.

      –Parecía que necesitabas apoyo –con un tono más alegre de lo que la tensión de la situación requería. Chocó el hombro contra el mío y luego hizo la reverencia más profunda que pudo. Apenas hizo un gesto ante el dolor de espalda–. Alfa. Gracias por escucharnos. Como ha dicho mi joven amigo, no tenemos malas intenciones. Solo queremos un intercambio de información. Nada más.

      –¿Un intercambio? –preguntó la Alfa, con un tono peligroso–. Un intercambio implica que ustedes tienen algo que yo quiero.

      –Ah, ya se nos ocurrirá algo –afirmó Ezra–. Solo pedimos que nos escuche, y prometemos que la escucharemos. Le doy mi palabra.

      La Alfa se relajó levemente. Asintió y volvió la vista hacia su manada. No sé qué vieron en su rostro, pero no parecían contentos.

      –Una noche –dijo, posando la vista sobre nosotros de nuevo–. Pueden dormir en el granero. A la mañana, partirán, sea lo que sea que hablemos.

      –De acuerdo –asintió Ezra, como si fuera lo más sencillo del mundo.

      –Me llamo Shannon Wells –dijo, con la voz más suave–. Y soy la Alfa. Estos son John y su hermano, James.

      John frunció el ceño aún más.

      James saludó nerviosamente.

      –Y este es mi segundo –explicó Shannon, señalando con la cabeza al otro hombre–. Malik.

      Malik no dijo una palabra.

      –Son bienvenidos en mi territorio –continuó Shannon–. Pero si sospecho que sucede algo raro, los mataré a los dos, sin importar las consecuencias. ¿Me creen?

      –Sí –asintió Ezra–. Le creo.

      –Bien. Aparquen junto al granero. Es casi la hora de la cena. Pueden unirse a nosotros si lo desean. Estoy segura de que tienen mucho para decir, aunque yo no sé si quiero escucharlo.

      El interior de la finca era más moderno de lo que esperaba, aunque parecía ser una obra en proceso. Olía levemente a pintura húmeda, así que debía haber pasado un mes o dos desde su aplicación. Más que nada, olía a ellos cuatro, como debería oler el hogar de una manada.

      Hacia la izquierda de la entrada había una sala de estar grande, con un sofá modular colocado alrededor de un televisor montado encima de una chimenea. Me hizo gracia descubrir una pila de viejas películas de monstruos en blanco y negro sobre una estantería. Parecían ser todas de hombres lobo.

      –Me gustan –dijo una voz.

      Miré de reojo y me encontré con James a mi lado, retorciendo las manos con nerviosismo.

      –¿Sí? He visto bastantes. Son buenas. Graciosas. Se equivocan en muchas cosas pero otras no están tan mal. Te hace pensar si no habrá habido lobos reales trabajando en ellas, ¿sabes?

      Asintió, aliviado.

      –Es…

      –Jimmy –lo interrumpió con aspereza John–. Ven aquí.

      Jimmy abrió los ojos como platos y avanzó hacia su hermano. John le pasó el brazo sobre los hombros y me miró con furia, como si pensara que yo estaba a punto de atacar a su hermano. Se inclinó y le besó la sien.

      –Quédate junto a mí, ¿entendido?

      Jimmy lucía molesto, pero no protestó,

      Malik desapareció escaleras arriba sin mirar atrás cuando Ezra cruzó el umbral. Shannon cerró la puerta detrás de él.

      –No hay protecciones –dijo Ezra, como si hablara del clima

      –No hay brujo –replicó Shannon–. Pensé que ya sabían eso.

      –Puedo ayudarla con eso, si quiere.

      –No querría eso para nada.

      La respuesta de Ezra fue asentir. Se quedó de pie, las manos a la espalda, a la espera de que Shannon tomara la iniciativa.

      –El piso de arriba está vedado –aclaró, y no pude creer lo joven que era–. No quiero que estén en nuestras habitaciones. Malik tiene una oficina en la planta baja donde trabaja, y podemos usarla después de cenar.

      –Por supuesto –afirmó Ezra–. Lo que le parezca mejor, Alfa.

      Me miró y sonrió.

      La cena fue, en una palabra, incómoda.

      Malik se mantuvo en silencio, siempre vigilante.

      Jimmy intentaba conversar, pero cada vez que yo intentaba responderle, John le decía a su hermano que se callara.

      Shannon no parecía compungida en lo más mínimo. No la culpaba.

      A mitad de la comida, cuando Ezra habló, las cosas cambiaron.

      Se limpió la boca con la servilleta casi con delicadeza y la extendió sobre su falda.

      –John, ¿verdad? –preguntó.

      –¿Sí? ¿Qué? –John apretó el tenedor con fuerza.

      –¿Estás bien?

      –Sí.

      –¿Eres feliz?

      –Sí –no parecía feliz.

      Ezra asintió y miró a Jimmy.

      –Y cuidas a tu hermano, según puedo ver.

      John miró a Shannon, quien alzó la barbilla a modo de respuesta.

      –Sí. Pero él también me cuida. Es lo que hacemos el uno por el otro. Somos manada.

      –Él es más grande –apuntó Jimmy, orgulloso.

      –Y él es más inteligente –aclaró John, que parecía molesto, pero no con su hermano. Todo el veneno de su voz estaba dirigido a nosotros. Me pregunté qué sabría. Por qué su aversión era tan evidente.

      –Bien –dijo Ezra–. Mantiene las cosas equilibradas. Dependen el uno del otro.

      –Pero sabemos cuidarnos –contestó John–. Jimmy es pequeño, pero puede patearles el trasero llegado el caso.

      –Soy duro –confirmó Jimmy.

      Shannon suspiró.

      Malik no abrió la boca.

      –No me cabe duda –dije–. La gente asume cosas que no debería. Seguro que les demuestras que se equivocan todo el tiempo.

      Jimmy me