aunque la sala estuviera insonorizada.
Era parte de ser la Alfa de todos. Le pertenecía, y ella siempre podría encontrarme.
Llamé antes de abrir la puerta.
Ezra estaba sentado en una silla frente a un gran escritorio. Había una silla vacía junto a él. No se volvió a mirarme, pero sentí que su magia me envolvía. Me deleitaba en esa sensación mucho más que en la de ella. Me parecía que ella lo sabía, pero nunca hablamos al respecto.
Y allí, sentada detrás del escritorio, estaba la Alfa de todos.
Michelle Hughes juntó las manos frente a ella.
–Llegas tarde, Robbie –dijo.
COMPLETA REBELDÍA/ LOBITO
Durante nuestra huida, con los cazadores persiguiéndonos con una persistencia escalofriante, mi madre hizo todo lo posible para mantener la normalidad.
A veces, nos podíamos permitir un motel barato. Siempre estaban sucios y olían mal, pero ella decía que debíamos estar agradecidos por las cosas pequeñas.
Algunas noches se quedaba conmigo, se ovillaba alrededor de mí y me susurraba al oído.
Me hablaba acerca de un lugar donde seríamos libres. Donde nos transformaríamos y sentiríamos la tierra bajo nuestras patas sin temer a que nos lastimaran. Me contó que había un rumor sobre un lugar, lejos, muy lejos hacia el oeste, donde lobos y humanos vivían juntos en armonía. Se aman, me susurraba, porque eso es lo que la manada debe hacer.
Y me contaba otras historias, cositas que me hacían doler.
Acerca de su abuelo, que había sido dulce y amoroso. Siempre le daba frutas confitadas cuando nadie los miraba.
Acerca de la primera vez que se transformó y vio el mundo con los tonos de lobo. Acerca de los errores que había cometido, y que no podía enojarse mucho porque esos errores me habían traído a ella.
Me decía que, en un mundo perfecto, mi padre nos amaría. No le importaría lo que éramos. Que no la habría usado y que, cuando yo nací, las cosas habrían sido distintas para él.
–No es posible saber cómo funciona la mente de los hombres –me decía, con la voz tan amarga que podía saborearla–. Te dicen cosas y te las crees porque no tienes idea.
Me estiraba y le decía que no llorara.
A veces, hasta me hacía caso.
–Perdón –murmuré mientras cerraba la puerta detrás de mí–. Me atacó un grupo de cachorros.
–Parece que les caes bien –se rio Ezra.
–Gracias por esperarme –le dije, parándome junto a su silla y dándole una palmada en el hombro.
–Te dije que te levantaras. No es culpa mía que seas perezoso –alzó una ceja.
–Y no es culpa mía que tu idea de la mañana implique levantarse antes de que salga el sol. No estás bien.
–Encantador –replicó Ezra–. Un ejemplo perfecto de discriminación por edad.
Miró a Michelle.
–¿Ves con lo que tengo que lidiar? –le dijo, sonriendo.
Ella no le devolvió la sonrisa.
Ezra era su brujo desde hacía años. Cuando se había convertido en la Alfa de todos, él la había acompañado. Había sido él quien me había ido a buscar y me había traído de vuelta a Caswell. Su relación me resultaba confusa. Todos los brujos de lobos que había conocido antes tenían una relación casi simbiótica con su Alfa. Ezra y Michelle parecían llevarse bien, pero tenían un pasado que yo no conocía. Quería preguntarles, pero nunca lo hice. En parte, porque no quería arruinar lo que yo tenía por sacar a la luz recuerdos de los que evidentemente no querían hablar.
–Ven aquí –dijo Michelle y, casi como si recién se le ocurriera, añadió–: Por favor.
Rodeé el escritorio y me detuve junto a una vieja biblioteca repleta de libros y tomos que contenían la historia de los lobos. No quería parecer ansioso. Aún estábamos conociéndonos, pero teníamos tiempo. Cuando la conocí, me había parecido fría y calculadora. Me llevó un largo tiempo ver más allá de eso. No era una fachada, sino más bien la consecuencia de ocupar la posición que ocupaba. Una vez que veías más allá de la fachada, era una buena Alfa.
Y ella confiaba en mí.
Me había dado un hogar.
Estaba en deuda con ella.
Se puso de pie y yo ladeé la cabeza para exponer mi cuello. Sus ojos ardieron rojos mientras me pasaba un dedo por la garganta. Su aroma era especiado e intenso.
–Ezra me ha contado que has vuelto a soñar –dijo en voz baja.
Lo miré con odio antes de bajar la vista hacia ella. Era una mujer baja, delgada y pálida. Pero no me engañaba, ni siquiera cuando la vi por primera vez. Era más fuerte que cualquiera de los otros Alfas con los que me había cruzado. En parte, era por ser la Alfa de todos. Y también era por su linaje. Si nos enfrentáramos, no sería una pelea justa. Podía dominarme sin esfuerzo.
–No… –sacudí la cabeza–. No fue nada. Solo un sueño.
–Pero es el mismo –sus dedos tamborilearon sobre el escritorio.
–Supongo que sí –admití a regañadientes.
–¿Y qué concluyes de eso?
–Nada. Es… algo de antes, quizás.
–No puede volver a lastimarte –su expresión se suavizó–. Lleva muerto mucho tiempo, Robbie. Los lobos que te encontraron se ocuparon de ello. Esos cazadores han dejado de existir.
–Lo sé –dije, con sinceridad–. No se preocupe. Estoy bien.
Le sonreí para tranquilizarla. Ella no parecía convencida.
–Me dirás si vuelve a suceder.
–Por supuesto.
–Bien. Gracias, Robbie. Eres un buen lobo. Puedes sentarte.
Sentí el calor del elogio de mi Alfa. Volví al otro lado del escritorio y fulminé a Ezra con la mirada por abrir la boca cuando no debía. Ya hablaríamos al respecto. No podía permitir que Michelle dudara de mí.
Ezra me ignoró, como solía hacer.
Me dejé caer en la silla junto a él. Ezra me pateó el pie; suspiré al enderezar la espalda y juntar las manos sobre la falda.
Michelle se sentó frente a nosotros. Alzó su tableta del escritorio y tipeó en la pantalla.
–Tengo una tarea para ti. Fuera del pueblo –me echó una mirada fugaz y bajó la vista a su tableta–. Fuera del estado, de hecho.
Eso me llamó la atención. Generalmente, cuando me enviaba a algún lado, solía ser a unas pocas horas de auto de Caswell. Había extensiones de la manada por todo Maine, lobos que trabajaban en el estado, en su mayoría en las ciudades más grandes como Bangor y Portland. Vivían en grupos pequeños y trabajaban con humanos que no sabían qué eran, en particular con aquellos que ocupaban posiciones de poder en los gobiernos locales. Cuando llegué había cometido el error de llamarlo su programa político, y me había corregido de inmediato. No tenía un programa, explicó. Simplemente quería expandir la influencia de los lobos. No entendía por qué tenía necesidad de hacer eso, dado que nadie pretendía enfrentarse a ella. ¿Y por qué lo harían? Por