un joven lobo llamado Gregory. Es inteligente y voluntarioso, aunque un poco temerario, a pesar de hacer pregunta tras pregunta. Me recuerda a alguien que conozco. Te veo en casa, ¿verdad? Partiremos a primera hora, así que no te quedes hasta muy tarde.
Asentí, apenas lo había escuchado. Me había quedado trabado en segundo.
Cerró la puerta tras de sí y nos dejó solos.
Intenté buscar palabras para mostrar mi agradecimiento, casi vibraba en mi asiento, pero Michelle habló antes.
–¿Eres feliz aquí, Robbie?
–Sí –respondí de inmediato, y era verdad, en su mayor parte.
Me observó por un momento antes de asentir.
–Los sueños que estás teniendo.
–Todo el mundo sueña –dije, revolviéndome en la silla.
–Lo sé. ¿Pero es algo distinto en este caso?
–Soy un lobo. Sueño con lobos. No sé de qué otra manera soñar. Siempre ha sido así –me acercaba a mentir, pero no tanto como para que ella lo notase.
–Eres importante para mí –lo dijo fríamente, como si no estuviera acostumbrada a expresar sus sentimientos. Ah, Michelle se preocupaba por su manada, pero a veces su preocupación parecía… mecánica. Casi superficial.
–Gracias, Alfa Hughes. No la decepcionaré.
–Sé que no lo harás –miró por encima de mi hombro antes de posar la mirada en mí–. Necesito que estés en guardia.
–¿Por qué? –pregunté, confundido.
–Los lobos de Virginia. No… no sabemos qué harán. Qué dirán.
No estaba preocupado.
–Probablemente sea un simple malentendido. Se arreglará fácil.
–Tal vez –dijo. Comenzó a tamborilear los dedos sobre el escritorio de nuevo, un hábito que me parecía originado por nerviosismo–. Pero si no lo es, haz lo necesario para protegerte. Espero que regreses entero. Mantente cerca de Ezra. No te alejes de su vista.
–¿Hay algo que debería saber?
Negó con la cabeza.
–Mantente atento, ¿entendido? Eso es todo.
Me puse de pie con ella. Me sorprendió al dar la vuelta al escritorio y tomar mis manos en las de ella. Sus ojos se llenaron de rojo, y la tranquilidad se apoderó de mí. Era relajante, estar allí con ella. Una parte de mí se resistía ante lo fácil que era, pero sabía cuál era mi lugar. Era un lobo Beta. Necesitaba un Alfa.
La necesitaba a ella.
–No hace falta que se preocupe por mí. Sé cuidarme.
Sonrió, pero no con la mirada.
–Sé que sabes. Pero eres mío. Y no me tomo esa responsabilidad a la ligera.
La dejé de pie en medio de la oficina.
Cuando salí de la casa, el día era luminoso. Esperaba que el invierno estuviera ya de salida, por fin. El aire aún estaba fresco, pero el sol calentaba.
Pensé en ir a casa, pero no estaba listo para encarar a Ezra. Seguía un poco enojado con él por hablar con Michelle de mí a mis espaldas. Sabía que lo había hecho porque se preocupaba, pero me molestaba de todos modos.
Y la idea de estar encerrado con él durante un largo trayecto en auto tampoco ayudaba.
En vez de dirigirme a casa, dejé el complejo y me dirigí a la reserva.
Los árboles frondosos bloqueaban la mayoría de la luz solar. Aún quedaban manchones de nieve en el suelo. Me detuve en el límite del bosque, ladeé la cabeza y escuché sus sonidos. Rebosaba de vida. A lo lejos, pastaban unos ciervos. Las aves cantaban, cantaban y cantaban.
Crucé un viejo camino de tierra que casi nadie usaba.
Estaba solo.
Estiré las manos por encima de la cabeza e hice crujir mi espalda.
Necesitaba correr.
Dejé la ropa y mis gafas en unos arbustos cerca del camino. Hundí los dedos en la tierra, e inhalé y exhalé lentamente.
Comenzó en mi pecho.
El lobo y yo éramos uno.
La primera vez que me transformé, sentí el dolor más grande que había sentido en la vida. Estaba al borde de la pubertad, y sentí que mi piel se prendía fuego. Grité durante días, a pesar de que se me quebró la voz y me quedé ronco, seguí gritando.
Los lobos con los que estaba no eran manada, pero se le acercaban. Me cuidaron aunque no era de ellos. El Alfa me sostuvo contra su pecho y me apartó el pelo empapado de sudor de la frente.
–Encuéntrala –me dijo, en un gruñido–. Encuentra tu atadura, Robbie. Encuentra tu atadura y aférrate a ella con fuerza. Deja que te envuelva. Deja que te lleve a tu lobo.
–No puedo –le grité–. Por favor, que pare, hágalo parar.
Me sostuvo con más fuerza y sus garras se hundieron suavemente en mi piel.
–Sé que duele. Sé que es así. Pero eres un lobo. Y te transformarás. Pero antes de que lo hagas, debes encontrar el camino de vuelta.
Mi espalda se arqueó contra él y convulsioné, mis manos se clavaron en sus muslos. Gruñó cuando mis garras brotaron de las puntas de mis dedos, cortándolo, haciéndolo sangrar. Se me llenó la boca de saliva al oler la sangre, intensa, con sabor a cobre. El animal dentro de mí quería destrozar y desgarrar hasta lograr que me soltara, pero el Alfa era más fuerte que yo.
Y cuando pensé que no podría soportarlo más, que prefería morir antes de dejar que continuara, escuché su voz.
–Lobito, lobito, ¿no lo ves? –cantaba ella–. Eres el amo del bosque, el guardián de los árboles.
Se rio.
–Siempre silencioso como un ratón. Déjalos que te oigan ahora.
Los recuerdos son extraños.
A veces llegan cuando menos los esperas.
Y cuando más los necesitas.
Ella era simplemente eso. Un recuerdo.
Pero me aferré a él.
Esa primera transformación fue una niebla instintiva a la luz de una luna enorme. Casi no tengo recuerdos de ella, solo el deseo de perseguir, perseguir, perseguir. Los otros lobos me seguían, aullando tan fuerte que la tierra misma temblaba.
Luego, cuando no pude correr más, se ovillaron a mi alrededor, y con el estómago lleno de carne, dormí.
La primera transformación es siempre la más difícil.
¿Ahora?
Ahora era fácil.
La atadura estaba allí, como siempre.
Los músculos empezaron a temblar.
Los huesos empezaron a cambiar.
Había dolor, sí, pero era un dolor bueno, y dolía de una manera terriblemente maravillosa.
Caí de rodillas y fui
Soy
lobo
soy lobo y fuerte y orgulloso y este bosque es mío este bosque es hogar aquí estoy
aquí estoy
esto es
ardilla