a punto de terminar cuarto año de la secundaria –dijo a regañadientes John–. Nos quedan unas semanas antes de las vacaciones de verano
–¿Y hay otros lobos en la escuela?
–No –explicó Jimmy–. Somos los únicos. Y no le contamos a nadie. Lo juro.
Se removió en el asiento, incómodo.
–Me alegra oír eso –dijo Ezra–. La mayoría de las personas no lo entendería.
Malik carraspeó y habló por primera vez. Su acento era más marcado de lo que esperaba, dulce y casi musical.
–Y, ya que terminaron de comer, deberían estar estudiando para los finales, ¿no es cierto?
Jimmy gruñó.
John puso los ojos en blanco.
–Sí –dijo Malik–. Qué vida tan terrible tienen. Arriba, arriba. Yo me haré cargo de las labores domésticas esta noche. Jimmy, quiero ver ese libro de Matemática abierto. John, he revisado tu ensayo y te he hecho algunas sugerencias. Léelas y haz los cambios que consideres necesarios.
Jimmy pareció a punto de protestar y me miró, pero John lo tomó del brazo y lo arrastró escaleras arriba.
Shannon alzó la vista hacia el cielorraso, mientras los chicos hacían el ruido de doce personas.
–Oirán cada palabra que digan, aunque no deban hacerlo.
–¡No estamos escuchando! –gritó Jimmy desde arriba.
–Seguro que sí –se rio Ezra–. No se recibe la visita de otra manada todos los días.
Malik y Shannon intercambiaron una mirada.
–Estamos bien como estamos. No necesitamos a nadie más.
–Los lobos son criaturas de manada –dijo Ezra.
–Y tenemos una.
Ezra tomó un sorbo de té.
–Puedo ver eso. Fue su madre quien los recibió, ¿correcto? Cuando se quedaron solos.
–Sí. Han estado con nosotros desde que eran pequeños. No conocen a nadie más –la Alfa entrecerró los ojos–. Y no lo necesitan. No iremos a ningún sitio.
Era un desafío. Me alarmé
–Ah, ey, no. Por supuesto, no pasará nada. No estamos aquí por eso –Y, porque sentí que era lo correcto, añadí–: Y siento mucho lo de su madre. Alfa Hughes habla muy bien de ella.
Shannon me miró fijo sin acusar recibo.
–¿Por qué están aquí?
–Porque la Alfa Hughes está preocupada –expliqué–. Se preocupa por todos los lobos. No pretende quitarles nada. Ni su manada. Ni su territorio. Lo único que quiere es que haya líneas de comunicación abiertas. Estamos mejor juntos que separados. La unión hace la fuerza.
–Para protegernos –dijo Shannon, girando la cuchara que tenía junto al plato una y otra vez.
–Exactamente –confirmé, aliviado.
–¿De qué? –preguntó Malik.
Parpadeé.
–Del mundo exterior.
Shannon resopló.
–¿Y qué saben ustedes de eso? Alfa Hughes se sienta en su trono en su pequeño reino amurallado. No sabe una mierda acerca de nosotros. Cómo es estar en el mundo exterior.
Miré de reojo a Ezra. No me devolvió la mirada.
–Eso no es verdad. Estaría… estaría aquí ella misma, si pudiera.
Shannon notó el salto delator de mi corazón.
–Lo dudo.
–Sea como sea –dijo Ezra–, ayudaría si se comunicaran de vez en cuando. Evita… complicaciones. Shannon, si es posible…
–Alfa Wells.
–Alfa Wells –continuó Ezra, sin inmutarse–, si pudiéramos hablar en privado. Solo nosotros dos. Estoy seguro de que podría aclararle lo que mi joven amigo quiere decir con que la unión hace la fuerza.
Hubo un largo momento de silencio. Intenté cruzar la mirada con Ezra para decirle que era mala idea, que Michelle quería que permaneciéramos juntos, pero tenía la vista clavada en la Alfa.
–Está bien –Shannon se incorporó–. Malik, usaremos tu oficina.
–Si estás segura –asintió él.
–Lo estoy. Cuanto antes oigamos lo que han venido a decir, más rápido se marcharán.
–Eso es todo lo que pido –afirmó Ezra. Se levantó lentamente, con un quejido. Se lo veía rígido, más de lo habitual. El viaje en auto no le había hecho ningún favor a su cuerpo. Tendría que mantenerme atento.
–Robbie, tal vez puedas ayudar a Malik a levantar la mesa. Es lo mínimo que podemos hacer por nuestros anfitriones.
No, no quería ayudar a Malik a levantar la mesa. Pero Ezra me clavó una mirada para que cerrara la boca. Sabía que podía cuidarse a sí mismo, pero los lobos cazaban dividiendo y conquistando. Esperaba, nada más, que no pensaran que Ezra era el más débil de los dos. Se equivocarían.
Shannon condujo a Ezra fuera del comedor y hacia el pasillo. Oí que se cerraba una puerta, y sus voces y latidos desaparecieron.
–Está insonorizada –explicó Malik–, comprenderás.
Flexioné las manos contra los muslos.
–Por supuesto. Parece… una buena Alfa.
–Lo es.
–Y John y Jimmy están bien.
–Sí.
–Es todo lo que importa –me lamí los labios.
–¿Sí? –dijo Malik, burlón–. Qué amable de tu parte.
Se puso de pie y comenzó a juntar los platos. No quería ser maleducado, así que lo imité. Me condujo hacia atrás, a la cocina. La ventana sobre el fregadero estaba abierta; los grillos cantaban y las ranas croaban. Coloqué los platos en el fregadero.
–Robbie Fontaine –dijo, cuando estaba a punto de volver a buscar más platos.
–¿Sí? –un estallido de risas llegó desde el piso de arriba. La casa se acomodaba alrededor nuestro, sus huesos se movían.
–¿De dónde eres? –preguntó sin mirarme, con la vista perdida más allá de la ventana.
–Caswell.
–¿De siempre?
–No. Yo… me mudé mucho.
–Mira.
Me froté el cuello. Ezra no era el único que padecía el largo viaje en auto.
–Una larga historia.
–Todos tenemos de esas, creo.
–Sí, supongo que sí. No es… importante. Me quedé huérfano de niño. Varias manadas me adoptaron. Una me ayudó durante mi primera transformación, y me quedé con ellos durante un tiempo.
–¿Pero?
–No lo sé –me encogí de hombros–. Me gustaba estar en movimiento. Sé que no es lo ideal para un lobo. Por los lazos de la manada y todo eso. Pero parecía ser lo correcto para mí. Quería ver todo lo que me fuera posible.
Malik se dio vuelta y se apoyó contra el fregadero.
–¿Y qué viste?
–La