TJ Klune

Heartsong. La canción del corazón


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lobito lobito

      dice robbie

      dice robbie

      dice

      –Nada –contesté, con la voz ronca, y abrí los ojos–. No sueño con nada.

      –No te creo.

      Negué con la cabeza y di un paso atrás.

      –No me importa. Estás ocultando a un Omega. Podría lastimar a alguien, Malik. A personas inocentes.

      –Es solo un niño.

      –Lo sé. Pero no podrá controlarlo. ¿Quieres ser responsable de eso? ¿Si se escapa y llega al pueblo? Y si Alfa Hughes se entera de que lo tienen aquí, desarmará la manada. Se lo llevarán y…

      –Están sufriendo –dijo Brodie, quedamente.

      –¿Quiénes? –le preguntó Malik, sin sacarme los ojos de encima.

      –Todos –continuó Brodie, y la manta se movió para dejar ver su cabeza, los ojos le brillaban en la oscuridad–. Aúllan. Duele. Una extremidad cortada. Es manada y manada y manada. Cazan. Matan. Pelean porque es lo que se supone que deben hacer. El Alfa dijo que destrozarían el mundo. Es lo único que conocen.

      Sus ojos parecieron brillar aún más.

      –Hay una canción que debe ser cantada. Y hay alguien que la canta más fuerte que todos. Su grito. Lo escucho. Una canción de lobos –cerró los ojos con fuerza–. Lo escucho todo el tiempo porque los escucho a ellos. Los escucho, los escucho, los escucho

      –Calla, niño –le ordenó Malik, posando la mano contra la frente de Brodie, que estaba agitado–. Olvidémonos de eso ahora. Estás a salvo aquí.

      El niño comenzó a llorar con desesperación, las lágrimas le caían por las mejillas; giró la cabeza y la hundió en el pecho de Malik.

      –No dejes que me lleven, Malik. Por favor, no dejes que me lleven de nuevo. No lastimaré a nadie. Lo prometo. Lo prometo.

      –Sé que no lo harás. Y nadie te apartará de tu manada –Malik me miró–. Jamás.

      Lo dijo a modo de desafío.

      Y le creí.

      Ezra seguía roncando cuando volví al granero.

      Parecía no haberse movido.

      Me dejé caer contra la puerta y me deslicé al suelo.

      Alcé la cabeza hacia el techo.

      A través de las tablas rotas, podía ver la silueta brillante de la luna.

      –Estoy satisfecho con nuestra visita –dijo Ezra, de pie junto al coche. El sol apenas asomaba por encima del horizonte, y el aire era tibio–. Sé que Alfa Hughes también lo estará, siempre y cuando las comunicaciones se reanuden.

      Shannon asintió. La casa estaba en silencio, aunque me imaginé que no duraría mucho. John y Jimmy se despertarían pronto, y nos habríamos marchado.

      –Hazle llegar mis disculpas a la Alfa. Que sepa que hemos estado ocupados. Fue un descuido. Nada más.

      –Por supuesto –asintió Ezra–. Nos pasa a todos. Háganos saber si necesitan algo. La Alfa de todos está a su disposición, como lo está para todos los lobos, sean quien sean.

      Me miró de reojo, con una sonrisa.

      –O de dónde vengan. ¿Quién sabe? Quizás John o Jimmy oigan su llamado algún día y sientan la necesidad de subir de escalafón. Parecen capaces.

      Se rio.

      Shannon no lo imitó.

      –Ya veremos –dio un paso atrás en dirección a la casa–. Tengo que volver a entrar. Tenemos un día ocupado por delante. No quiero que lleguen tarde a clase.

      –Lo imagino –asintió Ezra, aunque apenas eran las seis–. Nos iremos. ¿Robbie? ¿Te molestaría conducir? Estos huesos viejos están un poco rígidos esta mañana. Hasta te dejaré elegir la música.

      –Sí. Está bien –lo tomé del brazo y lo conduje al lado del acompañante. Abrí la puerta y lo ayudé a subir. Dejó escapar un suspiro agradecido al sentarse. Me dijo que no me molestara cuando intenté colocarle el cinturón de seguridad. Le dije que cerrara el pico y me permitiera hacerlo. Puso los ojos en blanco, pero sus labios se curvaron. Me incorporé y cerré la puerta.

      –Robbie –me llamó Shannon.

      Le eché una mirada de reojo.

      No dijo otra palabra.

      No hizo brillar sus ojos.

      En vez, me suplicó sin palabras y sin muestras de poder.

      Malik apareció en el porche, a sus espaldas.

      Se recostó contra la barandilla, cruzado de brazos.

      Sería tan fácil.

      Tan fácil.

      Hacer lo correcto.

      Contarle a todos lo que había visto.

      Las reglas existían para protegernos a todos.

      Y esta manada las estaba quebrando.

      Casi las veías.

      Las repercusiones.

      Caerían sobre este lugar.

      Shannon y Malik pelearían.

      Perderían.

      John y Jimmy serían arrancados de su manada.

      Y el Omega sería destruido.

      Ya había sucedido.

      Volvería a suceder.

      Asentí y rodeé el auto por detrás.

      Al pasar junto a Shannon, me tomó de la mano y la apretó.

      Sentí algo contra la palma de la mano.

      Un pedazo de papel.

      No dijo una palabra, solo negó con la cabeza.

      Me lo metí en el bolsillo.

      Estábamos a punto de llegar a la carretera principal cuando miré en el espejo retrovisor.

      Shannon y Malik habían desaparecido.

      –¿Estás bien? –me preguntó Ezra.

      –Sí –murmuré mientras bajaba la ventanilla. Me estaba cansando de que la gente me hiciera esa pregunta–. Estoy bien. No dormí bien, eso es todo. Dormir en un granero no es tan bueno como dicen, al parecer.

      Ezra me dio una palmadita en la rodilla.

      –Llegaremos pronto a casa. Te has portado bien, querido. Sé que no es fácil entrar en el territorio de otro Alfa sin saber qué es lo que te espera. Estoy orgulloso de ti.

      Nos dirigimos hacia el norte.

      Ezra entró a pagar la gasolina en nuestra primera parada.

      Extraje el pedazo de papel arrugado.

      Era una tarjeta de San Valentín.

      En el medio tenía una caricatura de un lobo, con la cabeza echada hacia atrás, un corazoncito flotando sobre la cabeza. Por encima ponía “¡¡AÚLLO POR TI!!”.

      Debajo, había un número de teléfono