Adriana María Suárez Mayorga

Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910


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estos preceptos porque su condición de “cerebro i corazón” (Suárez Mayorga, 2015, p. 219) de la República, adquirida en el siglo XIX, hizo de ella un escenario inmejorable para entender el país.8 La lucha por la autonomía local que comienza a finales de dicha centuria es justamente lo que permite comprender por qué la corporación capitalina se convirtió a partir de 1909 en un lugar privilegiado para hacer política en Colombia.9 No es producto del azar, por ende, que figuras de tanta relevancia a nivel nacional como Alfonso López Pumarejo, Laureano Gómez, Jorge Eliécer Gaitán y Eduardo Santos, hicieran parte del Concejo bogotano; es, en contraposición, un indicio palmario de la trascendencia que adquirió el gobierno municipal para mantener la institucionalidad republicana.

      Indiscutiblemente, lo acaecido en el período en estudio es parte de un proceso histórico de largo aliento que ha sido decisivo para el desarrollo posterior del territorio patrio. El discurso ideológico sobre el cual la Regeneración legitimó su poder caló más hondo entre los connacionales que sus propias acciones: en los colombianos actuales, incluso sin ser conscientes de ello, persiste la impronta de un pensamiento decimonónico.

      Vale anotar que los razonamientos que se efectuarán a continuación parten de una concepción concreta de la historia: aquella que entiende esta disciplina según el nexo pasadopresente-futuro. La investigación histórica supone dentro de este contexto situarse en tres temporalidades diferentes que implican: a) un proceso de desciframiento, en la medida en que ese pasado “ido, muerto, lejano”, inteligible, es “ajeno” a la propia experiencia (Tenorio Trillo, 2012, p. 61); b) un proceso de comprensión, en cuanto es necesario (siempre que sea factible) traducir esa realidad al presente para lograr construir una interpretación acerca de lo ocurrido, y c) un proceso de discernimiento, porque es precisamente en “el hacer y el re-hacer” (p. 69) donde, además de dialogar con los muertos, se puede pensar o incluso, proyectar el futuro.

      La cristalización de esa tríada no es una tarea sencilla. Los historiadores frecuentemente están expuestos a muchos dilemas, dudas, tentaciones, que en ocasiones llegan a suscitar que de antemano el investigador suponga “que existe evidencia en el pasado de lo que el presente [...] dicta” (Tenorio Trillo, 2012, p. 74). El riesgo que se corre al darse esta situación es que la pesquisa se oriente a encontrar tales testimonios, originando con ello no solo que se traduzca con impunidad lo que sucedió, sino, sobre todo, que se “plagi[e], tergivers[e], malentiend[a]”, el ayer (p. 76).10

      La singularidad del oficio histórico radica, en síntesis, en reconocer los límites de la profesión: por más que se emplee una metodología sistemática para recopilar, examinar e interpretar las fuentes, debe admitirse que es tácitamente imposible aprehenderlas por completo, prueba de lo cual es que muchas transitarán varias veces por distintas manos antes de ser apreciadas a cabalidad. Si bien es cierto que en la labor de quienes se interrogan por el tiempo que pasó “siempre ha de regir la certeza de que nada es construible, reconstruible o ‘deconstruible’ del todo” (Tenorio Trillo, 2012, p. 77), también lo es que la pertinencia de aquello que sea posible de descifrar, comprender, rumiar, dependerá fundamentalmente de la rigurosidad con que se aborde el problema de estudio. Quizás el pasado no se pueda resucitar, pero el desafío que representa la disciplina histórica consiste en aproximarse a él desde la “imaginación” (p. 54) del presente, haciendo uso de las herramientas teóricas, analíticas y metodológicas que sean apropiadas para la temática específica que se va a tratar.

      La escritura de la historia no puede vislumbrarse, en consecuencia, como un acto aislado, sino que debe inscribirse en una sucesión de pesquisas precedentes; el universo historiográfico en el que se inserta cualquier investigación relacionada con esta área de conocimiento resulta por ello primordial para generar argumentos inéditos que trasciendan la simple enunciación de los acontecimientos.

      Finalmente cabe señalar que, con el propósito de conocer a fondo el ámbito municipal bogotano, este texto se divide en ocho capítulos: en el primero, se establece el marco conceptual e historiográfico de la investigación; en el segundo, se analiza cómo se concibió el gobierno local en el pensamiento de Florentino González, con el fin de sentar las bases de lo que algunos letrados finiseculares plantearían al respecto durante la Regeneración; en el tercero, se examina el pensamiento de los líderes del movimiento regenerador; en el cuarto, se confronta la legislación expedida en materia de régimen municipal con el accionar de cada una de las esferas gubernamentales que tenían potestad sobre el desarrollo de la ciudad; en el quinto, se indaga sobre la administración distrital en el contexto político nacional a través del debate centralización-descentralización; en el sexto, se ahonda en los principios que fundamentaron el reclamo de los capitalinos por la autonomía local; en el séptimo, se estudian las elecciones para concejales bogotanos desde las postrimerías de la centuria decimonónica hasta la primera década del siglo XX, y en el octavo, se concluye la argumentación.11

      Notas

      1 La traducción del portugués es mía.

      2 Lepetit acuñó la noción de escala problemática para designar tanto los distintos niveles o desniveles de articulación que confluían en la ciudad, como las distintas y complementarias escalas de observación que se podían adoptar para analizar el espacio urbano.

      3 La traducción del portugués es mía.

      4 Para ampliar esta cuestión, véase Lefebvre (2013).

      5 El término grilla se utiliza en el sentido que lo hace la historiografía argentina; en concreto, se refiere “a la parrilla de manzanas que cuadriculan el territorio” de la ciudad (Gorelik, 2004, p. 19).

      6 Esta última frase debe entenderse en un doble sentido: en tanto no se entienda el municipio de Bogotá y en tanto no se entienda el municipio como pieza clave del ordenamiento territorial instaurado por el movimiento regenerador. En las fuentes de la época, las palabras Municipio, Provincia y Departamento usualmente van con mayúscula; sin embargo, en adelante solo se escribirán así cuando sean citas textuales.

      7 Al respecto, véase Gottdiener y Budd (2005). Estos postulados se enmarcan en la nueva sociología urbana, corriente emergida en la década de 1980 que aboga por “entrelazar explicaciones políticas y culturales junto con consideraciones económicas” (Gottdiener y Feagin, 1990, p. 227), mediante la introducción en el análisis de cuatro áreas de observación: a) el contexto global, b) los actores urbanos, c) el espacio, y d) el Estado. Sobre esta temática, véase también Gottdiener (1998).

      8 “La alusión mas antigua” que hasta el momento se conoce del término cerebro i corazón de la República “se remonta a 1874, año en el que Miguel Samper escribió un artículo en el Diario de Cundinamarca, en el que responsabilizaba al Estado cundinamarqués de la ‘mugre, oscuridad e inseguridad’ que el Municipio exhibía. La trascendencia de su disertación reside en que él denunciaba la injusticia que constituía que ‘el Estado tratara a la capital como no querría ser tratado por la Nacion’. La convicción que primaba en su razonamiento era que la localidad representaba la médula de la patria, circunstancia que además de otorgarle a Bogotá una posición hegemónica dentro del entorno nacional, la convertía en un claro reflejo” de lo que era Colombia pues, a su juicio, “las carencias urbanísticas” que exteriorizaba el damero citadino “eran la prueba fehaciente de las falencias” que tenía el país (Suárez Mayorga, 2015, p. 219).

      9 Sobre el Concejo bogotano para el período 1910-1950 véase Suárez Mayorga (2006). Municipalidad, Cabildo y Concejo o Consejo Municipal son sinónimos utilizados en la Regeneración para hacer referencia a la “corporación popular” creada por la Constitución de 1886 para “ordenar lo conveniente” a la localidad (República de Colombia, 1911, p. 59). Hay que anotar que el término Concejo se encuentra escrito con c y con s en las fuentes consultadas.Téngase en cuenta que en este libro la palabra localidad hace referencia a lo que en la mencionada carta magna se denominó, indistintamente, el municipio o el Distrito municipal. No debe confundirse, por lo tanto, con la organización en localidades que actualmente rige en Bogotá.

      10 Las palabras inscritas en los signos [] no pertenecen al texto original, pero se utilizan para darle coherencia a la redacción