Ernesto Semán

Breve historia del antipopulismo


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desleales y a un ladrón con un fusilamiento sumario; a otro con cien azotes hasta que confiese lo que se ha llevado de una estancia. Cuando el reo admite, Quiroga explica cómo lo supo desde un principio: “Vea, patrón, cuando un gaucho al hablar está haciendo marcas con el pie, es señal que está mintiendo”. En El Tala, un Facundo demoníaco enarbola “una bandera que no es argentina, que es de su invención. Es un paño negro con una calavera y huesos cruzados en el centro”. Así se produce un Facundo “que no gobierna, porque el gobierno ya es un trabajo en beneficio ajeno” por lo que “se abandona a los instintos de una avaricia sin medidas, sin escrúpulos”.[15]

      Sarmiento es un creador a lo largo de todo el libro, tensionado entre sus frutos, entre una obra maestra literaria y una nueva nación. Y por más que se dedique a cruzar esas fronteras con una sordera (literal) ante los gritos de “deténgase”, ya no puede hacer como Cervantes y ser recibido desde la ironía y la gracia. Sarmiento apenas puede decidir cómo escribir, pero poco puede incidir en cómo será leído.

      Pero también por eso, sus disquisiciones sobre las aventuras del caudillo Facundo Quiroga son el telar en el que teje una geografía social, la de la pampa y el gaucho, que lo obsesiona. Así inaugura un mecanismo íntimo de la narrativa antipopulista:

       El desvelo por los líderes es siempre una preocupación por sus seguidores.

      El gaucho es la primera de una serie de caracterizaciones que acompañarán la transformación de la plebe en sujeto político hasta nuestros días. No es que a Sarmiento no le interesaran los caudillos, ni que fuera el primero en preocuparse por los hombres y el poder que tienen en sus manos. Nada nunca es nuevo, tampoco en la obra de Sarmiento. El grupo de sagas del siglo XIII reunidas en los Íslendingasögur, por ejemplo, describe la política local y los problemas que los lazos entre líderes y seguidores provocan en un contexto distinto como es Islandia en la era medieval temprana. Emotiva o interesada, la conexión entre aquellos que tienen poder y aquellos que tienen necesidades es una preocupación que precede incluso a la modernidad, a la Argentina, a todo.

      Esa misma naturaleza alimenta la teoría que ya tiene decidida: por qué están ahí, instalados como el principal obstáculo para el atraso. En su imaginario, ese atraso está asociado al mundo árabe. El caudillo es “un Mahoma”, “como en Asia [es] el jefe de la caravana” que encarna “el espíritu de la fuerza pastora, árabe, tártara, que va a destruir las ciudades”. A Sarmiento le preocupa que “el aspecto de la Palestina es parecido al de La Rioja”, introduciendo la cuestión del medio ambiente que da forma a la personalidad (que, a su vez, dará forma a la conducta política).

      La razón por la que la propiedad en la Argentina no tiene el efecto civilizatorio que Sarmiento espera es la mismísima pampa, la extensión infinita en la que los hombres viven aislados. Es una falencia que afecta a todas las clases sociales. A las clases altas porque no encuentran el interés común, ya que “no estando reunidos los estancieros, no tienen necesidades públicas que satisfacer”. “En una palabra –agrega– no hay res publica”. Al gaucho le moldea tanto su cuerpo como su predisposición política: “En estos largos viajes” por la llanura, escribe, “el proletario argentino adquiere el hábito de vivir lejos de la sociedad y de luchar individualmente contra la naturaleza”.

      Sarmiento es el escritor pop por excelencia, el que juega con collages, palabras, datos e inventos para crear una imagen poderosa del presente con la que se va a construir el futuro. Base y protagonista de un orden político tiránico, el seguidor de Rosas es para Sarmiento quien porta las enzimas del sujeto populista. No son buenos o malos. Sobre todo, no forman parte del rosismo como parte de un proyecto colectivo. Más bien, tienen sus intereses particulares muy por delante de cualquier proyecto colectivo, son hombres “para quienes el interés de la libertad, la civilización y la dignidad de la patria es posterior al de comer y dormir”. Exactamente un siglo antes del 17 de octubre de 1945, en la descripción del gaucho rosista, Sarmiento anticipa la interpretación del apoyo al líder carismático como el infeliz resultado de los beneficios inmediatos que obtienen los seguidores en una relación desigual. Aquellos que “pacen su pan bajo la férula de cualquier tirano” son, en su poderosa figura retórica, “los hombres materiales”.

      Moldeados por un orden social fundado a su vez en el medio ambiente compartido, gaucho y caudillo, líderes y seguidores, se funden en la matriz común de la barbarie. Pero de esa fundición emerge también una segunda verdad que perdurará en el tiempo para forjar el antipopulismo moderno:

       La forma defectuosa en la que adeptos desorientados acompañan a líderes despóticos