día oscuro”.
Los periódicos de ese día relatan las circunstancias extrañas del evento, que ocurrió en los Estados del nordeste de Norteamérica. Un año más tarde, Noé Webster escribiría: “Jamás se dio una razón satisfactoria para explicar la causa de ese oscurecimiento”. Quienes describen la oscuridad de la noche de ese día, noche de luna llena, dijeron que “si cada cuerpo luminoso del universo hubiese sido eliminado de su existencia, ni aun así la oscuridad podría haber sido tan completa”. Un médico que visitaba a sus pacientes cuando ocurrió el fenómeno, dijo que no podía ver el pañuelo blanco colocado ante sus ojos. La oscuridad era tan densa que parecía poder palparse.
Este fenómeno tuvo un efecto solemne sobre los hombres, las mujeres y los niños. Las iglesias abrieron sus puertas para realizar reuniones de oración, ya que la gente creía que había llegado el día del Juicio final. Luego de la medianoche, la oscuridad desapareció, y apareció la luna llena con apariencia de sangre.
Jesús predijo, también, una gran caída de las estrellas. Esa fue otra de las señales en el reino atmosférico, o cielos, para que todos pudieran observarla. De acuerdo con lo que dice Juan en el Apocalipsis, las estrellas caerían del cielo en todas direcciones, “como la higuera deja caer sus higos” (Apoc. 6:13). Este suceso tuvo lugar el 13 de noviembre de 1833 (en el hemisferio occidental, y se repitió pocos días después, el 25 de noviembre, sobre Europa), apenas dos años después de que Guillermo Miller comenzara a predicar la inminencia de la segunda venida del Señor Jesús.
Estas lluvias de meteoritos, “cuya semejanza no encuentra parangón ni fue registrada en los anales de los relatos históricos”, también fueron consignadas por los diarios locales. La primera fue descrita como “torrentes de fuego que descendían del cielo”, y “caían tan espesamente como flecos de nieve en una tempestad de nieve”. La segunda fue reseñada “como lluvia de fuego.... tornando la noche tan clara que las personas pensaban que las casas cercanas estaban en llamas. Los caballos, asustados, corrían y se caían al suelo. Hubo escenas de histeria y mucho miedo”.
Estas tres espectaculares señales en el mundo natural, o fenómenos atmosféricos, ocurrieron por la voluntad divina, con el propósito de llamar la atención de hombres y mujeres a la verdad de la proximidad del fin del mundo. Estas señales dieron un gran empuje a la predicación de las doctrinas adventistas.
B. Tres ángeles singulares
Cuando el reloj de Dios señaló la hora de dar el último mensaje de advertencia a un mundo que perecía, se descubrió que ese hecho histórico estaba profetizado y simbolizado por tres ángeles poderosos. Dios podría haber enviado a la Tierra, para proclamar el mensaje desde las cimas de las montañas, a seres celestiales en persona, rodeados de un deslumbrante resplandor. Pero ese no era su plan. Esos ángeles son símbolo de hombres, de mensajeros. A los miembros de la iglesia de Dios en nuestros días se les ha confiado pregonar el mensaje de estos tres ángeles, y el Espíritu Santo les da el poder para proclamarlo al mundo.
Estos tres mensajes contienen, en sí mismos, muchas doctrinas, pero pueden resumirse de la siguiente manera:
1. El mensaje del primer ángel pide a los hombres que sean leales a Dios, el Creador de los cielos y de la Tierra; y los alerta, o previene, de que la hora del Juicio ha comenzado.
2. El mensaje del segundo ángel declara que la Babilonia espiritual ha caído.
3. El mensaje del tercer ángel advierte a los hombres y las mujeres, que viven en la época de la iglesia remanente, en contra del peligro de recibir la marca de la bestia.
Los libros proféticos de Daniel y Apocalipsis tienen un significado especial para el último período de la historia del mundo, y quienes viven hoy hacen bien en estudiarlos detenidamente. Los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 resumen algunas de las enseñanzas especiales de ambos libros. Esas enseñanzas, o doctrinas, deben ser proclamadas por los miembros de la iglesia remanente, para que quienes viven en estos últimos días puedan decidirse por la verdad, en vez de ser atrapados en las trampas de la tradición.
C. Embajadores adventistas en América del Norte
1. Guillermo Miller (1782-1849)
Fue el predicador más destacado de la doctrina de la segunda venida de Cristo durante la primera mitad del siglo XIX. Debido a que era el mayor de 16 hermanos, no pudo recibir una buena educación académica; pero su deseo por adquirir conocimiento lo llevó a estudiar por sí mismo y convertirse en un autodidacta. Con el tiempo, y debido a su relación con incrédulos en los círculos políticos, llegó a ser deísta, aunque no estaba totalmente persuadido de esa posición y todavía tenía cierta fe en la Biblia. Luego, de forma casi milagrosa, pasó del deísmo a una fe total en Dios y en la Biblia, lo que hizo que sus amigos deístas lo desafiaran en cuanto a su incuestionable fe en la Biblia. Con el fin de vindicar su nueva fe, se dedicó a estudiar cuidadosamente la Biblia durante varios años. En ese proceso, llegó a sentir la convicción de la cercanía del advenimiento del Señor.
Sus estudios se extendieron intensivamente desde 1816 hasta 1831, y cuanto más estudiaba, más se convencía de que debía compartir con los demás sus notables e importantes descubrimientos. A los cincuenta años, y sin preparación en el arte de hablar en público, resistía el impulso de contar a otros lo que había descubierto y aprendido. Sin embargo, y como una forma de aliviar su carga, prometió a Dios que predicaría si le ofrecían la oportunidad de hacerlo. Un sábado de mañana, en el mes de agosto de 1831, mientras estudiaba la Biblia en su finca situada cerca del límite entre Nueva York y Vermont, llegó su sobrino, Irving Guilford, con el mensaje de que el pastor bautista de su pueblo (Poultney, en Vermont) no estaría ese domingo, y que su padre lo enviaba para invitarlo a que fuera y predicase en el culto sobre el tema del Segundo Advenimiento.
Desde entonces, Guillermo Miller predicó ininterrumpidamente en las comarcas rurales cercanas a su casa. La gente iba a escucharlo desde todos los distritos, y le llovían invitaciones para predicar. Predicaba acerca de las señales de la Segunda Venida: mencionaba la señal, ya cumplida, del día oscuro del 19 de mayo de 1780, y su mensaje fue respaldado por la caída de estrellas del 13 de noviembre de 1833. Su amistad con Josué V. Himes, de Boston, hizo que le llegaran invitaciones para predicar también en las ciudades. Comenzó predicando en Nueva York, en 1840, y continuó en otras importantes ciudades, estimándose que unas cien mil personas aceptaron sus enseñanzas.
Miller había estudiado la profecía de los 2.300 días de los capítulos 8 y 9 de Daniel, y estaba convencido de que la purificación del Santuario era la purificación de la Tierra por medio del fuego, en ocasión de la segunda venida de Cristo. Aunque predicaba mucho acerca de la Segunda Venida, no aceptó fijar una fecha determinada hasta fines de 1844, aunque en enero de 1843 había dicho que Cristo vendría en algún momento entre marzo de 1843 y marzo de 1844.
Cuando Guillermo Miller y otros comenzaron a predicar el mensaje de las profecías, los dirigentes de las iglesias protestantes se disgustaron. A partir de la última parte de 1843 y durante 1844, muchos de aquellos que creyeron en el mensaje del pronto advenimiento del Señor en gloria y majestad fueron expulsados o borrados de las iglesias a las que pertenecían, amaban y querían ayudar. Entre quienes fueron desfraternizados, se encontraba Roberto Harmon (padre de la que luego sería Elena de White) y su familia. La oposición a los que aceptaban este mensaje se fue haciendo cada vez más fuerte, y en 1844 era ya evidente que las iglesias protestantes habían rechazado el mensaje del primer ángel, tal como había sido proclamado por los predicadores adventistas.
Aunque 1843 y 1844 pasaron y Jesús no vino, la fe de Guillermo Miller no se resintió. Continuó predicando la verdad de la Segunda Venida hasta finalizar su ministerio público en 1845, y falleció en 1849. Durante toda su vida, Miller fue un líder en la obra de Dios y un agudo estudiante de la Biblia; sin embargo, no alcanzó a vislumbrar la verdad de la santidad del sábado.
En diez años, Guillermo Miller predicó