La Deidad es un misterio, pero la Biblia sí dice que, en la encarnación, “Dios fue manifestado en carne”. En otro lugar afirma que “en él [Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Todo esto pareciera paradójico, contradictorio, hasta que leemos más cuidadosamente el Antiguo Testamento.
La Deidad en el Antiguo Testamento
Algo que llama la atención es el hecho de que en el Antiguo Testamento la Deidad es presentada a veces en forma plural. En el relato de la Creación, se lee: “Dijo Dios: ‘¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!’ ” (Gén. 1:26). Luego del pecado de Adán y Eva, Dios dijo: “Ahora el hombre es como uno de nosotros” (3:22). En ocasión de la construcción de la torre de Babel, el Señor dijo: “Descendamos allá y confundamos su lengua” (11:7). Mucho más adelante en la historia, cuando Isaías recibió un llamamiento divino, Dios hizo la pregunta: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” (Isa. 6:8).
El uso del plural, especialmente en Génesis 1:26, “hagamos”, ha sido interpretado de diversas maneras. Pero evidentemente la que mejor corresponde con el resto de la Escritura es que se trata de un plural de plenitud, lo que sugiere una complejidad en la Deidad. Aunque no está dicho en forma específica, el plural sugiere o insinúa la idea de una pluralidad en la Deidad. “Este plural presupone que existe dentro del Ser divino una distinción de personalidades, una pluralidad dentro de la Deidad” (Gerhard Hasel, “The Meaning of Let Us in Gn. 1:26”, en Andrews University Seminary Studies, vol. XIII, primavera de 1975, núm. 1). Se trata, entonces, de una unidad compuesta; Dios es uno, pero hay tres Personas que lo componen.
Es difícil para la mente humana captar un concepto que no admite comparación con algo conocido. Algunos, tratando de ayudar en la comprensión de este misterio, han sugerido la idea de un triángulo: aunque está compuesto por tres lados, es un solo triángulo. O la conocida fórmula H2O. El agua está compuesta por tres partículas: dos de hidrógeno y una de oxígeno, pero es agua.
Hay quienes creen ver en el Antiguo Testamento, también en forma insinuada, una idea de pluralidad en el Ser divino en el uso repetido tres veces de la palabra “santo”. En el texto ya mencionado, en la visión de Isaías, se lee: “¡Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!” (Isa. 6:3).
Es posible también ver insinuada la doctrina de la Trinidad en el evento del Éxodo, en la experiencia del pueblo de Israel al ser liberados de la esclavitud en Egipto. Aunque no es posible ni tampoco prudente tratar de determinar precisamente la función de cada una de las personas de la Deidad, se puede notar lo siguiente: cuando Dios oyó el clamor de los hijos de Israel, se acordó de su pacto y llamó a Moisés para encargarle la misión libertadora. Cuando Moisés le preguntó a Dios en nombre de quién debía presentarse en Egipto, Dios le dijo que les dijera a sus hermanos: “A los hijos de Israel tú les dirás: ‘YO SOY me ha enviado a ustedes’ ” (Éxo. 3:14). Esto sugiere la presencia del Padre, del Dios del pacto, de la primera persona de la Trinidad. La segunda, el Hijo, se identifica claramente con el cordero que fue seleccionado con cuidado y anticipación, que fue inmolado, y su sangre sirvió de amparo y protección para los primogénitos que estaban condenados a muerte. Finalmente, en la columna de nube y de fuego que apareció para guiar a los redimidos de la esclavitud en su viaje a la Tierra Prometida, puede verse representada la obra del Espíritu Santo. Dice al respecto la Escritura: “Durante el día, la columna de nube no se apartó de ellos para guiarlos en su camino; durante la noche, tampoco se apartó de ellos la columna de fuego para alumbrarles el camino que debían seguir. Les enviaste tu buen espíritu para instruirles” (Neh. 9:19). En este contexto, son notables las palabras de Jesús: “El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14:26).
Uno podría preguntarse: ¿por qué esta doctrina, tan básica en el cristianismo, está apenas insinuada en el Antiguo Testamento, cuando en el Nuevo se presenta con mucha más claridad? No debemos olvidar que el Antiguo Testamento, con la excepción del libro de Génesis, tiene que ver directamente con el pueblo de Israel, su esclavitud, liberación y vida posterior. Los israelitas vivieron por varios siglos en Egipto, sin duda el pueblo más politeísta de la antigüedad. Los eruditos calculan que los egipcios tenían aproximadamente ochenta dioses. El rey mismo era considerado un dios. El título “faraón”, que significa “casa grande”, se usaba originalmente para describir la casa del faraón, pero eventualmente fue aplicado al rey mismo.
Los egipcios consideraban sagrados los siguientes animales: el león, el buey, el macho cabrío, el lobo, el perro, el gato, el ibis, el halcón, el hipopótamo, el cocodrilo, la cobra, el delfín, diferentes variedades de peces, animales pequeños incluyendo la rana, el escarabajo, la langosta y otros insectos (ver John J. Davis, Moses and the Gods of Egypt, p. 87). Dios tuvo que tener esto en cuenta al relacionarse con los ex esclavos; ellos tenían que sacar de sus mentes la idea de una multitud de dioses como los que habían conocido en Egipto. Las plagas en sí mismas fueron un juicio contra los dioses de Egipto: “Esa noche yo, el Señor, pasaré por la tierra de Egipto y heriré de muerte a todo primogénito egipcio, tanto de sus hombres como de sus animales, y también dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto” (Éxo. 12:12).
La Trinidad en el Nuevo Testamento
Si bien, como ya mencioné, en el Antiguo Testamento no se encuentra evidencia clara en cuanto a una trinidad en la Deidad, sí hay evidencia que insinúa una pluralidad, una unidad compuesta especialmente expresada en el uso del plural para referirse a Dios, un plural de plenitud.
En cambio, al llegar al Nuevo Testamento, la evidencia es mucho más específica y abundante, como puede notarse en lo que ocurrió en torno al bautismo del Señor Jesús. Dice el Evangelio:
“Después de ser bautizado, Jesús salió del agua. Entonces los cielos se abrieron y él vio al Espíritu de Dios, que descendía como paloma y se posaba sobre él. Desde los cielos se oyó entonces una voz, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’ ” (Mat. 3:16, 17).
Jesús, en quien habita toda la plenitud de la Deidad, estaba siendo bautizado en el Jordán; el Espíritu descendió sobre él al tiempo que se oyó una voz del cielo que habló de Jesús como su Hijo amado. El apóstol Pedro introduce su primera carta con una mención de las tres Personas de la Deidad:
“Pedro, apóstol de Jesucristo, saludo a los que se hallan expatriados y dispersos en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, y que fueron elegidos, según el propósito de Dios Padre y mediante la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser limpiados con su sangre (1 Ped. 1:1, 2).
El apóstol Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una mención similar: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13:14). Se pueden mencionar, además, las palabras de Jesús al entregar la Gran Comisión a sus discípulos en momentos de su partida: “Vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19). Es notable que, al mencionar a las tres Personas de la Deidad, no dice que el bautismo debe ser en “los nombres”, sino en el nombre, singular. Dios es uno en tres Personas.
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