Atilio René Dupertuis

Jesucristo, divino y humano


Скачать книгу

un esquema de salvación. Preocupaciones soteriológicas dominan los textos e informan todos los aspectos mayores de la controversia. En el corazón de la soteriología arriana había un redentor, obediente a la voluntad de su creador, cuya vida virtuosa constituyó el modelo perfecto de lo que es una criatura y así señaló el camino de la salvación para todos los cristianos.

      […] Elegido y adoptado como hijo, esta criatura que avanzó en excelencia moral para con Dios, ejemplificó ese caminar en santidad y justicia que trae bendición a todos los hijos de Dios que hacen lo mismo. En este sentido, y con esta idea de salvación en mente, los arrianos predicaban acerca de su Cristo, y su predicación misma era un llamado a los creyentes a esperar y luchar para lograr igualdad con él” (pp. 10, 65; énfasis añadido).

      5. Apolinario

      Otro desafío a la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo surgió en el siglo IV, en la persona de Apolinario, obispo de Laodicea. La preocupación de este obispo era explicar cómo las dos naturalezas, divina y humana, podían haberse unido en Cristo. Si dos entidades perfectas se unen, habría como resultado dos, no una. Influenciado por la filosofía griega, basaba su teoría en una interpretación limitada de Juan 1:1 y 14, y entonces partía de una antropología tricótoma. Usaba 1 Tesalonicenses 5:23, donde el apóstol Pablo menciona “todo su ser, espíritu, alma y cuerpo”, como su texto base. En su interpretación, el cuerpo era la parte física; la mente [alma] era el principio vital, impersonal; y el Espíritu era el asiento de las facultades racionales, de la personalidad. Aplicando su filosofía a Cristo, concluyó que en Cristo el cuerpo y el alma eran humanos, pero que el logos tomó el lugar del espíritu. Como consecuencia, la humanidad de Cristo, en la cristología de Apolinario, era parcial y mutilada, era dos terceras partes humano, no era verdaderamente hombre. Naturalmente, la iglesia condenó esta posición en el año 381.

      6. Nestorio

      Patriarca de Alejandría, a principios del siglo V, trató de mantener completa la naturaleza humana de Cristo. Sostenía que en Cristo había dos sustancias distintivas, divinidad y humanidad, con características diferentes, completas en cada caso, aunque unidas en Cristo. En esencia, esta posición implicaba que Jesús tenía una doble personalidad; que era, en realidad, dos personas. Pronto la iglesia rechazó este concepto, y mantuvo firme la creencia de que en Cristo había una persona con dos naturalezas. Nestorio también rechazó el uso del término theotokos, que significa “madre de Dios”, atribuido a María, porque según él ninguna mujer puede ser la madre de Dios, que es eterno.

      7. Eutiques

      Este monje de Constantinopla, también del siglo V, fue el originador de lo que se conoce como monophysitismo (mono=uno, physis=naturaleza); es decir, que Jesús tenía solo una naturaleza. La iglesia estaba tratando de entender la relación entre las dos naturalezas en Jesús. Eutiques afirmó que después de la encarnación la naturaleza de Cristo era solamente divina, no humana. Abogaba por un tipo de fusión de las dos naturalezas, en la cual la humana era absorbida por la divina. La iglesia también rechazó este intento de explicar la encarnación. La resolución final en lo que tiene que ver con cristología fue lograda en el año 451 en el concilio de Calcedonia. En un lenguaje bastante filosófico, el Credo de Calcedonia reza así:

      “Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; consustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la deidad, y consustancial con nosotros de acuerdo a la humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María, de acuerdo a la humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, incambiables, indivisibles, inseparables; por ningún medio la distinción de naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de cada naturaleza, y concurrentes en una Persona y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo; como los profetas desde el principio lo han declarado con respecto a él, y como el Señor Jesucristo mismo nos lo ha enseñado, y el Credo de los Santos Padres que nos ha sido dado. AMÉN”.

      La resolución adoptada en este concilio ha sido considerada desde entonces como la ortodoxia en el cristianismo bíblico.

      Capítulo 4

      La encarnación

      El estudio de la encarnación del Hijo de Dios va más allá de la comprensión humana, y no admite una explicación lógica. Es un misterio, como lo expresara el apóstol Pablo: “Indiscutiblemente, el misterio de la piedad es grande. Dios fue manifestado en carne” (1 Tim. 3:16, énfasis añadido). Es el milagro de los milagros. Nadie lo puede explicar. Lo creemos en virtud de la autoridad de la Escritura, porque está revelado. Cuando Pedro confesó su fe en Jesús como el Hijo de Dios, Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:17). Por eso, a pesar de que nunca podremos obtener una comprensión completa de este misterio, eso no nos limita para tratar de entender todo lo que está revelado.

      La palabra encarnación no se encuentra en la Biblia pero se usa para señalar una verdad claramente contenida en la Escritura: que Dios se hizo hombre en la persona de su Hijo; que Emanuel, el niño que nació de la virgen María, era en realidad “Dios con nosotros” (Mat. 1:23). El discípulo amado comienza su Evangelio estableciendo la procedencia divina del Hijo de Dios: “En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra. […] Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1, 14).

      Esta doctrina no fue puesta en duda en la iglesia cristiana sino hasta mediados del siglo XVIII cuando el racionalismo comenzó a ocupar el centro del escenario teológico y como consecuencia la teología se tornó liberal. El siglo XIX es conocido como el siglo del liberalismo protestante, cuando la razón continuó ejerciendo su predominio. La diferencia fundamental entre “conservador” y “liberal” tiene que ver precisamente con la postura que se tome en cuanto a la Biblia: ¿es la Biblia la Palabra de Dios o es la palabra acerca de Dios? ¿Es inspirada por Dios o contiene en gran medida las reflexiones de los autores acerca de Dios?

      Alta crítica

      Fue en ese tiempo cuando se desarrolló lo que se conoce como la alta crítica: una metodología inspirada por el racionalismo de los siglos anteriores que niega la dimensión vertical de las Escrituras y tiene como una de sus presuposiciones principales que los milagros no corresponden a la historia humana. Pretende estudiar la Escritura con el mismo enfoque con el que se estudia cualquier otro libro, donde la razón tiene la última palabra. Algunos postulados básicos de esta metodología son:

      Correlación. Ningún evento puede ser entendido a menos que sea visto en su contexto histórico. Existe un continuo no interrumpido de causa y efecto. No se puede aceptar una causa divina para un evento. Un milagro sería un evento cuya causa no está dentro de la historia. Es un principio que no admite lo sobrenatural.

      Analogía. El presente y el pasado son análogos. El presente es la clave para entender el pasado. Nada ocurrió en el pasado que no ocurra en el presente. Este principio excluye todo lo que es único y particular, como, por ejemplo, la encarnación y la resurrección del Señor Jesús.

      Crítica. Por medio de este principio se trata de descubrir lo que quiso decir el autor bíblico, pero además, si es posible, justificar su creencia. Los escritores bíblicos vivieron en un mundo precientífico, por lo que no tenían los elementos de juicio con que cuentan los eruditos de hoy. Sus escritos, por lo tanto, no deben ser aceptados sin una cuidadosa evaluación.

      No hay que confundir la alta crítica con lo que se conoce como la baja crítica, o crítica textual. La baja crítica trata básicamente sobre asuntos lingüísticos, textuales,