En otro libro, Cruz agrega:
“La exaltación del sentimiento sobre la razón que se observa hoy en los ambientes seculares ha hecho también irrupción en las congregaciones, dando lugar a una fe emocional y antiintelectualista. Se trata de una fe que necesita el momento efervescente, el frenesí espiritual, el carisma del líder, la manifestación corporal, los gestos y la emocionalidad fraternal […]. De ahí que cada vez, en el culto, aumenten más los períodos dedicados a la llamada “alabanza” y se reduzca el tiempo de la predicación –como si esta, el estudio bíblico, la lectura de la Palabra, la conducta personal o el trabajo diario no fueran también maneras de alabar a Dios. Las antiguas letras de los himnos clásicos, que constituían un fiel reflejo del ambiente moderno del momento, pues eran meditadas, estructuradas y en general con profundo contenido bíblico, han sido sustituidas, en las nuevas melodías cúlticas, por frases sencillas, repetitivas, con poco mensaje pero que permiten una mayor utilización del ritmo y la percusión” (ibíd., p. 16).
En este contexto cultural cambiante, donde no existen verdades universales, la misión de la iglesia no ha cambiado; estamos llamados a predicar el evangelio eterno (Apoc. 14:6), que es en esencia el Señor Jesús, quien es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).
Capítulo 2
Jesús, el centro de la Escritura
La historia de la humanidad se divide en antes de Cristo y después de Cristo. El Señor Jesús es además el centro de la Escritura, de ambos testamentos. La diferencia fundamental entre el Antiguo Testamento y el Nuevo es un asunto de tiempo. El Antiguo Testamento mira casi exclusivamente hacia el futuro; todo apunta hacia la venida del Mesías. El Nuevo Testamento, por otro lado, se centra esencialmente en el pasado, confirmando que lo anunciado por los profetas ha encontrado su cumplimiento en Jesús de Nazaret. Al mismo tiempo indica que hay algo que aún debe completarse en el futuro, la segunda venida de Cristo. Pero existe una notable continuidad entre ambos testamentos.
El Evangelio de Mateo, en manera especial, se constituye como un puente que une los dos Testamentos: lo anunciado y su cumplimiento. Evidentemente, Mateo tuvo en mente una audiencia de mentalidad judía al escribir su evangelio. En el primer versículo menciona a David y a Abraham, el rey más querido de Israel y el padre de la nación judía. La expresión “para que se cumpliera lo que el Señor dijo por medio del profeta” aparece once veces en este Evangelio. Se pueden mencionar varios ejemplos específicos. Su nacimiento en Belén, su huida a Egipto, su rechazo por parte del pueblo, ninguno de sus huesos sería quebrado. Además, Mateo ve la vida de Jesús como una recapitulación de la experiencia del pueblo de Israel.
“Como el déspota Faraón oprimió a Israel en Egipto, también Jesús encontró refugio en Egipto de la mano del déspota Herodes. Así como Israel pasó por las aguas del mar Rojo, para luego pasar pruebas en el desierto por cuarenta años, también Jesús pasó por las aguas del bautismo de Juan en el río Jordán, a fin de ser probado en el desierto durante cuarenta días. Además, así como Moisés dio la Ley a Israel desde el Sinaí, también Jesús dio a sus seguidores la verdadera interpretación y ampliación de la Ley desde el monte de las Bienaventuranzas” (John Stott, The Incomparable Christ, p. 24).
Jesús subraya la relación entre las dos edades cuando dice: “Dichosos los ojos de ustedes, porque ven; y los oídos de ustedes, porque oyen. Porque de cierto les digo, que muchos profetas y hombres justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron” (Mat. 13: 16, 17). La realidad se había hecho presente. Juan el Bautista conecta el sacrificio de Cristo directamente con el sistema anticipatorio del Antiguo Testamento: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Los profetas del Antiguo Testamento vivieron en el período de la anticipación, del anuncio; los apóstoles vivieron en el tiempo del cumplimiento. En el Nuevo Testamento hay conciencia de que el gran acontecimiento escatológico anticipado en el Antiguo Testamento ya se ha cumplido, mientras al mismo tiempo anuncia que hay otro acontecimiento escatológico importante que está todavía en el futuro. Todo se centra en Cristo, sus dos venidas: la primera y la segunda.
El Nuevo Testamento afirma estos eventos trascendentales, pero no entra en ninguna discusión detallada de ellos. A la iglesia le tomó casi cuatrocientos años llegar a una comprensión más o menos completa de la persona de Cristo. Hubo numerosos intentos de explicar lo que el Nuevo Testamento no explica en detalle: su origen divino y su total humanidad, una persona en dos naturalezas y la relación entre ambas naturalezas.
Cristo no habría podido hacer lo que hizo si no hubiera sido lo que fue: divino y humano. El propósito central de la Biblia es, en primer lugar, cristológico: revelar a Cristo. El Señor mismo dijo: “Ustedes escudriñan las Escrituras, porque les parece que en ellas tienen la vida eterna; ¡y son ellas las que dan testimonio de mí!” (Juan 5:39). En segundo lugar, su propósito es soteriológico; tiene que ver con lo que Cristo hizo para salvar al hombre. El apóstol Pablo escribió a Timoteo: “Desde la niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:15).
La gran pregunta
El Señor Jesús había pasado varios días con sus discípulos junto al lago de Galilea. Mientras estaban allí, los fariseos y los saduceos fueron a tentarle exigiéndole que mostrara alguna señal para autenticar su pretensión de ser el Mesías. Jesús no hizo ninguna señal sino que les dijo que solo se les daría la señal del profeta Jonás. Este incidente afectó el ánimo de los discípulos. Ellos mismos tenían dificultad para poder entender ciertas palabras y actitudes de Jesús. ¿Por qué no hacer el milagro que los religiosos pedían, para satisfacer su curiosidad y, tal vez de esa manera ganar su respeto y apoyo? Pero, en vez de hacerlo, Jesús los llevó al otro lado del Jordán, y los amonestó para que se cuidaran de la levadura de los fariseos y los saduceos.
En su ofuscación, los discípulos no captaron lo que Jesús quiso decirles, por lo cual él los reprochó tiernamente diciéndoles que eran “hombres de poca fe”. Entonces, decidió alejarlos de aquella región de intrigas y sospechas, y llevarlos hacia el norte, a la región de Cesarea de Filipo. Los discípulos iban descorazonados. Notaban creciente hostilidad hacia Jesús de parte de los dirigentes religiosos. Muchos lo habían abandonado ya. Ellos mismos se sentían inseguros. Fue precisamente entonces, cuando estaban pasando por un momento de desánimo, cuando Jesús los confrontó con una pregunta de trascendencia sin igual, algo que ellos debían resolver antes de que otros asuntos pudieran ser resueltos:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mat. 16:13).La pregunta era aparentemente fácil de responder. Ellos escuchaban a diario las opiniones de la gente en cuanto a Jesús, por lo que contestaron: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que es Elías; y otros, que es Jeremías o alguno de los profetas” (Mat. 16:14). Es notable que los discípulos hayan sido cuidadosos en sus respuestas. Ellos oían también a la gente expresarse en forma muy negativa de Jesús; por ejemplo: que era glotón, bebedor de vino, amigo de los pecadores (Luc. 7:34), pero nada de eso dijeron o por lo menos, no le habían dado importancia.
Después de escuchar por un momento lo que ellos decían, Jesús les hizo otra pregunta, ya no tan fácil de contestar. Les hizo la pregunta de los siglos: “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” A lo que Pedro respondió: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” (Mat. 16:15, 16). Su respuesta fue sorprendente. Más a tono con su estado de ánimo hubiera sido: “No sabemos, no estamos seguros. ¿Por qué tú no nos lo dices claramente?”
Cuando Pedro articuló esas palabras memorables, Jesús comentó: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:17). Este incidente es muy significativo y quisiera detenerme en tres aspectos fundamentales que se desprenden de él, lo cual será la base de nuestra filosofía en este estudio. En primer lugar, no es suficiente y a la vez es inseguro depender de lo que otros dicen acerca de Jesús. La verdad acerca de quién es él no se encuentra en los