Natalia Silva Prada

Pasquines, cartas y enemigos


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con un panorama inicial, que desde luego deberá completarse en el futuro, pero se trata de un paso adelante en una tarea necesaria, si se acepta que la monarquía hispánica fue una condición formadora del conjunto de lo que serán en el siglo XIX sociedades nacionales diferenciadas.

      En segundo lugar debe mencionarse como mérito indiscutible el hecho de que el trabajo vuelve a comprobar, aunque no sea este un énfasis que se mencione de manera repetida en estas páginas, la existencia de una innegable cultura euroamericana, en todos los planos de la vida social, sin que ello niegue las creaciones locales, las “apropiaciones singulares”, la existencia de una diversidad étnica y cultural que constituye un contenido preciso y masivo de las formas culturales de Hispanoamérica, aunque, claro, será deseable que en trabajos posteriores de esta investigadora o de otros historiadores las llamadas “repúblicas india y negra”, logren una presencia más significativa, dando extensión a una perspectiva de análisis que hace ya bastantes años ha puesto en marcha la etnohistoriadora Joanne Rappaport, y que se sintetiza en su idea de ir más allá de la ciudad letrada —en la acepción hoy superada de “ciudad letrada” que hizo en otra época circular en alguno de sus trabajos don Ángel Rama, y que pronto adquirió gran popularidad (cf. por ejemplo Joanne Rappaport y Tom Cummins, Más allá de la ciudad Letrada: letramientos indígenas en los Andes [2011]. Bogotá, 2016)—.

      A los anteriores méritos se agrega uno más, y es el énfasis de este trabajo en los siglos XVI y XVII, pues es un hecho conocido que la mayor parte de las investigaciones sobre el tema habían tenido como centro de análisis el siglo XVIII, y aun su segunda mitad, lo que podía dejar la impresión de que los pasquines y los libelos, las críticas escritas anónimas a las autoridades, fueran asunto solamente del periodo borbónico, siendo, en cambio, como este trabajo lo deja claro, una práctica de comunicación de uso relativamente generalizado, un uso de la cultura escrita que comprometía un abanico social amplio y “pluricultural”, por así decir, y una práctica que, como es fácil suponer, encontraba su suelo nutricio en las propias formas sociales de esas sociedades en proceso de constitución —la llamada experiencia americana—, una experiencia de vida que innovaba en todos los ámbitos, sociales e institucionales, y que tenía como repertorio de fondo un acervo de tradiciones europeas traídas por los colonizadores, acervo que constituirá el gran “libreto” a partir del cual los grupos sociales realizan sus propias construcciones in situ, dando lugar a la riqueza, variedad y originalidad que especifican una experiencia que no podía ser sino creativa y novedosa.

      Queda por precisar en el futuro, aun con mayores cuidados, lo que se puede caracterizar como los efectos sociales de esas escrituras formalmente anónimas, pero presentes en el espacio público y cuyos contenidos, a través del relevo de la palabra y la imagen, llega casi siempre a ser conocido de la mayoría, y que no podían dejar de afectar muchas veces el curso de los acontecimientos políticos de la sociedad, como en general afectaban la vida social colectiva —sobre todo la de las familias y otros grupos de interés, pero no menos las de miembros de instituciones básicas de la sociedad, como el clero y las comunidades religiosas en su vida de grupo e individual—, y que tocaba aspectos no solo del desempeño público, sino que avanzaban con completo desparpajo hacia elementos de honra, honor, moralidad y costumbres, en un intento de producir pérdidas de reputaciones y anulaciones de poder social, lo mismo que volver a alguien o a un grupo particular de la sociedad objeto de escarnio y de vergüenza pública, con las consecuencias sociales que son de suponer.

      Hay que desear que este trabajo, su objeto preciso y sus inspiraciones teóricas, encuentren continuidad en muchas otras investigaciones, y que finalmente se logre avanzar a cuadros de conjunto sobre las relaciones entre las culturas escritas, los usos del lenguaje y las diferentes formas de la rica cultura visual a que dio lugar la vida en el Nuevo Mundo, y el núcleo más determinante de la cultura social, es decir el sistema de relaciones sociales, y aún más de interacciones sociales cotidianas, que son la matriz formadora de toda la actividad de lenguaje que aquí se analiza.

      El programa de trabajo será largo y difícil, aunque existen desde luego varios mojones importantes de investigación en esa dirección —este trabajo es un ejemplo de ellos—, y existe una pista mayor, que es mencionada y recordada varias veces en este trabajo, pista que permite salir de la generalidad sociológica que enuncia un vínculo entre “cultura y sociedad”. Me parece que ese vínculo de inteligibilidad está enunciado en las primeras páginas de esta investigación en las palabras que se citan de Carmen Bernand y Serge Gruzinski, palabras con las que estos autores caracterizan a manera de síntesis las nuevas formas del vínculo social en suelo americano, al que se refieren como “una arena pulverizada de facciones y clases, de alta turbulencia, y recorrida por redes móviles que se desgarraban a fuerza de escándalos, de dagas, de libelos infamantes y de denuncias a la Inquisición”. Es una pista mayor que asume este trabajo, y sobre la cual habrá que afinar las caracterizaciones y explorar aun con mayores cuidados su contenido, sus variaciones espaciales y sus modificaciones en el tiempo. Pero es una pista básica que nos acerca al núcleo de la historia social del asunto y nos ayuda en la búsqueda de una comprensión de conjunto de la cultura de una época, impidiendo la tentación de cualquier salida en fuga que aísle uno u otro elemento particular —por ejemplo el mundo de la ley y los contratos—, uno u otro sentimiento particular —por ejemplo el honor, considerado por fuera de una estructura particular de valores compartidos—, como los determinantes de una forma de acción social colectiva, que no puede tener sus raíces si no en formas de vida colectiva. El caso es que, de manera precisa en estos usos sociales de la palabra, la imagen y la cultura escrita, todo indica que nos encontramos frente a lo que los antropólogos, o por lo menos una parte de la tradición antropológica desde la época de Marcel Mauss, designan como un hecho social total, lo que quiere decir que su explicación general debe ser compleja y remitir a otros hechos sociales de la misma naturaleza.

      Pasquines, cartas y enemigos ha sido un proyecto que he concebido con la explícita intención de volver a estudiar de manera más cercana un espacio geográfico y un periodo histórico con los cuales me atan profundas raíces. En pocas palabras, una forma de volver a dedicar mi energía al estudio de la historia de mi país. Pero este libro no trata exclusivamente de la historia del Nuevo Reino de Granada. Aquí se dan cita otros territorios que como el nuestro formaron parte de la monarquía española en los siglos XVI y XVII. Esa pertenencia repercute en la manifestación de prácticas de comportamiento que hacían parte de una cultura euroamericana de la que surgieron comunes actitudes en el orden mental, político, social y económico. Los fundamentos y explicaciones de ese peculiar tipo de cultura común a todos los reinos americanos recorren las páginas de esta investigación y ayudan a dar testimonio de la importancia de estudiar las interconexiones de los diferentes espacios territoriales en la historia.

      El origen más remoto de la preocupación por el rastreo y significado de las expresiones de disenso —diversas a la rebelión—1 que caracterizaron a las sociedades hispanoamericanas de los siglos XVI al XVIII surgió de las revisiones bibliográficas que pude hacer en amplios repositorios como los de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en varias estancias desde el año 2004 y de los italianos en la Fondazioni Luigi Einaudi y en la Fondazioni Luigi Firpo de Turín en los años 2008, 2009 y 2011. El acceso a una vasta cantidad de materiales de la historiografía europea y americana me permitió ampliar mi visión de este tipo de problemáticas y apreciar las carencias de nuestras historiografías nacionales, en particular de la mexicana y de la colombiana con las que siempre he mantenido un estrecho contacto.

      Otro impulso lejano de este libro fue el proyecto presentado al Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) en el año 2007 titulado “Representaciones políticas en los pasquines neogranadinos de los siglos XVI y XVII”, el cual fue premiado con una beca de historia colonial que finalmente no pude utilizar y al que renuncié debido a las complicaciones burocráticas y financieras que implicaba ponerlo en marcha desde México, en donde vivía en esa época. Pero, de cualquier manera, ese proyecto fue una punta de lanza de mis futuras investigaciones al cual le estoy muy reconocida.

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