Natalia Silva Prada

Pasquines, cartas y enemigos


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      Este trabajo se centra en el estudio del sentido de las palabras, así como de los gestos, imágenes y símbolos que mediaban los conflictos de la gente que vivió en Hispanoamérica en los siglos XVI y XVII. La reflexión sobre el lenguaje verbal y simbólico ubicado en su contexto nos permite “dar significado a las palabras [pero también símbolos, gestos e imágenes] oscuras de individuos” remotos, imaginando “lo que debieron de sentir, de pensar, aunque admitiendo a la vez la distancia infranqueable [que nos] separa de ellos y que hace imposible restituir el mundo pretérito”.37

      En 1987 Peter Burke llamó la atención a historiadores y lingüistas sobre la necesidad de construir una “historia social del lenguaje”. Casi dos décadas después, en el año 2005, él hacía constar la existencia de respuestas a ese llamado desde el campo de la lingüística y de la historia en el prefacio al libro editado por Rocío García Bourrellier y Jesús María Usunáriz, Aportaciones a la historia social del lenguaje.38 En fechas más recientes el impulso de este tipo de estudios se concretó en una obra centrada específicamente en el estudio del improperio en el Siglo de Oro español titulada Los poderes de la palabra39 y en un esfuerzo lexicográfico y documental llevado a cabo por Cristina Tabernero y Jesús María Usunáriz, quienes han dado a la luz un increíble Diccionario de injurias40 de los siglos xvi y xvii. Este diccionario se basa en mil quinientos procesos judiciales del Archivo General de Navarra, el cual contiene más de mil términos que con sus variantes de uso asciende a un total de ocho mil doscientos términos, los cuales dan a conocer los procesos de oralidad de los hablantes del pasado y la extensión del uso de las voces.

      La que Peter Burke llama historia cultural del lenguaje, “o cualquiera que sea el nombre que quiera dársele”,41 parece estar creciendo a un ritmo constante. Con este nombre se refiere en particular a una subdisciplina que estudia en su contexto histórico social el uso de las diversas lenguas. Desde la perspectiva histórica no se trata de un ejercicio de lingüística pura sino de aprehender las formas que el lenguaje asumía entre nobles, mercaderes, cortesanos y bandidos o entre otros grupos como los de las mujeres, los moriscos y los judíos. En 1987 Burke expresaba con mucha razón que el estudio del lenguaje no debía ser un campo exclusivo de los lingüistas, destacando la necesidad de estudiarlo como una institución social y como una parte de la cultura. Desde esta misma perspectiva, al lenguaje verbal —escrito u oral— debemos sumar el lenguaje simbólico y el lenguaje visual.

      En los años precedentes el debate acerca de la importancia del lenguaje y del discurso sobre la reconstrucción histórica y su posibilidad de ser en sí misma una ciencia ha tenido enormes repercusiones a nivel teórico, pero relativamente pocas a nivel práctico. José María Usunáriz nos recuerda cuáles han sido los diversos recorridos teóricos y los intensos debates que habrían contribuido a despertar entre los historiadores la conciencia de la necesidad de acercarnos al estudio del lenguaje. En ese ámbito, y siguiendo a Michel Foucault, se han desarrollado investigaciones centradas en torno a las relaciones entre el lenguaje y el poder, o siguiendo a Quentin Skinner han analizado las teorías y terminología de los politólogos del Siglo de Oro. La propuesta de Chartier, la de estudiar las formas culturales específicas del lenguaje de cada época, va avanzando en España y tiene todavía un gran terreno de cultivo en América Latina. Uno de los esfuerzos colectivos recientes más notables es la obra Palabras de injuria y expresiones de disenso coordinada por Claudia Carranza Vera y Rafael Castañeda García.42 Este libro es fruto de un proyecto dirigido a estudiar las diversas expresiones y manifestaciones del lenguaje licencioso o atrevido en el periodo colonial desde dos esquinas disciplinarias, la literatura y la historia. El libro está compuesto por dos decenas de ensayos que abordan el universo de la injuria en sus aspectos políticos,43 sociales, judiciales, religiosos y literarios. La injuria, el insulto o la infamia no son cuestiones que se reducen simplemente a denuestos lexicales, sino que podemos encontrarlas en las crónicas y cancioneros, en los tropos del lenguaje como la sátira,44 en las maldiciones, las fórmulas mágicas, los maleficios, las interjecciones, las canciones, la blasfemia,45 la herejía, la burla y los gestos.

      Debemos mencionar los importantes esfuerzos que algunas profesoras chilenas han emprendido en la revista Historia y justicia en la que se han publicado investigaciones relacionadas con el tema de la injuria de palabra en el ámbito judicial. María Eugenia Albornoz Velásquez, una de las pioneras de este proyecto, ha publicado numerosos artículos relativos a esta materia desde la presentación de su tesis de maestría “Violencias, género y representaciones: la injuria de palabra en Santiago de Chile. (1672-1822)”.46 Parte de estos esfuerzos se pueden consultar en varios artículos publicados en la revista Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, en la que la injuria de palabra se asume como un delito del lenguaje.47

      Otro síntoma del interés que está despertando el estudio del lenguaje en una esfera especializada de estudiosos es el reciente coloquio realizado en México sobre los “lenguajes inquisitoriales”48 que fue abordado tanto desde el ámbito institucional como desde las apropiaciones de él por sectores ajenos al tribunal de la fe. Se exploraron diferentes vocabularios usados por el tribunal a ambos lados del Atlántico, así como símbolos y prácticas.

      La historia cultural del lenguaje que proponía Peter Burke era ambiciosa y esperaba él que tomara impulso en el siglo XXI. El lenguaje como “parte de la cultura y de la vida cotidiana”49 debe ser estudiado históricamente en todos sus aspectos. Esta forma de apreciación del lenguaje resulta ser “un componente más de la historia de la cultura”50 y es a la vez “un reflejo de la sociedad”.51 Los historiadores debemos enfrentar la necesidad todavía imperante de dar a conocer “la relación entre el lenguaje y la cultura o la sociedad en la que se habla”.52

      ¿Con qué tipo de fuentes podemos contar para esta empresa? Los procesos judiciales pueden ser una puerta de entrada. A pesar de que estas fuentes están impregnadas de un lenguaje institucional y mediatizado, es posible extraer de ellas, y a partir de las declaraciones de los testigos y reos, rastros del lenguaje oral no reelaborado.53

      Las cartas que son parte de procesos judiciales pueden resultar también textos útiles para el conocimiento de los lenguajes profesionales, para aproximarnos a manifestaciones del lenguaje coloquial, para conocer las diferencias entre niveles sociales y políticos y para comprender mejor las relaciones sociales.54 Este libro parte de este tipo de fuentes con la finalidad de profundizar cada vez más en el lenguaje de denuncia55 y en el tipo de vínculos que establecían los vasallos con sus representantes terrenos y divinos o entre ellos mismos en la esfera cotidiana.

      Al lenguaje hablado y escrito podemos sumar los lenguajes simbólicos y de representación.56 Félix Segura nos recuerda que en los últimos años los historiadores han analizado las representaciones mentales de la sociedad que se plasman en imágenes y en símbolos como una forma de ampliar la comprensión de determinadas facetas de su cultura. James Epstein ha hecho estudios pioneros en ese campo, preocupado por estudiar la importancia de los significados de los rituales políticos y simbólicos, menos que por entender las ideologías formalmente articuladas, llegando a hablar de la necesidad de comprender la complejidad de la “etimología visual” a la que haremos referencia en particular en los capítulos 7 y 8.57

      Con respecto al insulto como parte del lenguaje verbal y simbólico, Peter Burke había advertido que este no pretendía tanto describir a una persona como “atacarla para destruirla socialmente con las repercusiones que ello tenía en la modificación de las conductas interpersonales”.58 Félix Segura añade que la “palabra deshonesta, escueta y volátil”59 es un arma de fácil manejo que golpea plenamente “la posición inalterable que ocupa el individuo con relación a su grupo”.60 La violencia verbal, pero también simbólica, afectaba los códigos del honor61 forjados y legados en el tiempo y en niveles que dependían de la posición en ese grupo social. De la misma manera, o aun con más fuerza, los insultos simbólicos tenían un fuerte efecto negativo