y Colombia”, financiado por el FONCYT de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Investigadora responsable: Ana Lucía Magrini.
18Aarón Attias Basso, Cristian Acosta Olaya, David Santos Gómez, Juan Ignacio González y María Virginia Quiroga.
María Virginia Quiroga
Ana Lucía Magrini
Introducción
En América Latina asistimos a un uso cada vez más frecuente de la categoría de “identidad” y a la presencia de sentidos un tanto ambiguos para definirla. Identidad de los trabajadores, de las mujeres, de los pueblos originarios; identidades de clase, étnicas, biológicas, culturales, políticas; modos identificatorios; identidades colectivas, disidentes, subalternas, son algunas de las tantas expresiones que solemos encontrar en el vocabulario académico sobre el tema.
En general, es posible advertir el predominio de enfoques sustancialistas en los estudios identitarios, los cuales buscan dar cuenta de la esencia-fundamento sobre la que se define o construye una identidad determinada. Estas interpretaciones exhiben algunos presupuestos básicos, entre los que resultan recurrentes: 1) que las identidades constituyen un punto de llegada homogéneo y muchas veces estático; 2) que las mismas se encuentran sustentadas por una serie de principios que las autodefinen; ejemplo de ello es el caso de las identidades nacionales, que suelen delimitarse desde atributos tradicionales como la historia común, la música, la lengua, el territorio, entre otros; y 3) generalmente no se establece un análisis capaz de dar cuenta de las dimensiones conflictivas y simbólicas de los procesos de constitución y reconstitución identitarios, esto es, de la lucha por la definición de las identidades en sí mismas.1
Frente a ello, numerosas perspectivas contemporáneas (desde el campo del psicoanálisis, las teorías políticas posfundacionalistas,2 la sociología posestructuralista, los estudios culturales, entre muchos otros) han advertido la necesidad de comprender las identidades desde abordajes no sustancialistas, a partir de reconocer su carácter conflictivo, relacional e incompleto. Nos centramos aquí en uno de estos enfoques, la teoría política del discurso, de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe,3 precisamente porque, en ella, la construcción identitaria remite a procesos no esenciales y eminentemente disputados. Al mismo tiempo, dicha perspectiva postula una especial e interesante vinculación entre el abordaje de las identidades políticas y populares, y el análisis del populismo como lógica de articulación política.
La preocupación central de este capítulo gira, entonces, en torno a dos asuntos o interrogantes clave: ¿de qué modo podría relacionarse una noción no sustancialista de las identidades políticas con una conceptualización no esencialista ni peyorativa del populismo? Y ¿qué aportes puede proporcionar este enfoque para el estudio de dos experiencias latinoamericanas concretas, el peronismo en Argentina y el gaitanismo en Colombia?
Dichas preguntas ofician de guía para los apartados que componen este capítulo. La primera parte está centrada en recoger y sistematizar los aportes de la teoría política del discurso para la compresión de la mutua imbricación entre la cuestión identitaria y la cuestión populista. La segunda proporciona algunos elementos que permiten profundizar el abordaje de las identidades, las identificaciones populares y las articulaciones populistas. En tercer lugar, se ensayan algunos ejercicios analíticos sobre las dinámicas específicas del peronismo en Argentina y el gaitanismo en Colombia, a partir de las disquisiciones teóricas introducidas en los apartados previos. Por último, incorporamos una breve conclusión, que retoma los aspectos destacados del escrito y abre posibles sendas de indagación en torno a las identidades y los populismos en general.
En definitiva, las líneas que se despliegan a continuación procuran trazar una suerte de mapa de problemas y operaciones analíticas en torno a la constitución y la redefinición de las identidades peronista y gaitanista, que luego se desarrollan con mayor especificidad a lo largo del libro. Con ello se pretende contribuir a los estudios identitarios en el campo de las ciencias sociales, subrayando una idea central: que la constitución y la redefinición de las identidades remiten a procesos eminentemente políticos, relacionales, históricos y contingentes. Es desde ese entendimiento que se hace posible emprender el análisis de experiencias políticas concretas, resguardando su complejidad, heterogeneidad y dinamismo.
Aproximaciones teóricas para un abordaje no esencialista de las identidades políticas y los populismos
Conforme con los aportes de Laclau y Mouffe, un grupo social o político particular no “adquiere” una identidad única a partir de la presencia de rasgos universalmente compartidos como el género, la clase, la edad o la etnia. Por el contrario, las identidades se construyen a partir de procesos de disputa por los sentidos que esos rasgos (biológicos, sociológicos, demográficos, etc.) asumen. Ello supone que las identidades no se conforman de manera autónoma, sino que siempre están configurándose en interacción con otras; son procesos constitutivamente relacionales y políticos. En esa línea, Laclau (2000) se refiere a las “identidades políticas” como la fijación parcial de una configuración discursiva resultante de una práctica articulatoria que implicará la construcción de lazos de solidaridad y pertenencia común, como también el establecimiento de vínculos de oposición y antagonismo (operaciones que, en el lenguaje teórico laclausiano, se denominan como “cadenas de equivalencia” y “de diferencia”).
Estas premisas en torno a la cuestión identitaria y su carácter político son de suma importancia para la comprensión de los populismos desde un abordaje no esencialista ni peyorativo; es decir, tomando distancia del hiato entre nociones “apocalípticas e integradas”.4 Mientras que los primeros enfoques entienden el populismo como sinónimo de demagogia, de clientelismo político o como desvío de la democracia, los segundos reivindican el fenómeno como un proceso per se capaz de expandir los canales de participación. A contravía de estas caracterizaciones, que suponen axiomas previos al análisis de las experiencias concretas, la teoría política del discurso resalta la imposibilidad de definir de modo preestablecido el contenido de un proceso político. Habrá que indagar, para poder comenzar a analizarlas, cómo las experiencias políticas se constituyeron, qué condiciones las hicieron posibles, cuáles las limitaron, qué transformaciones, virajes, sedimentaciones, innovaciones y desplazamientos (entre otras posibilidades) se produjeron.
En esa senda, las primeras enunciaciones que Laclau desarrolló en su ensayo seminal, publicado en 1977,5 procuraron analizar el populismo dejando de lado el reconocimiento de características sustanciales establecidas de antemano. Para Laclau, el populismo designaba un tipo de discurso, caracterizado por construir
[…] a los individuos como sujetos desde formas de interpelación bajo las cuales los sectores dominados no se identifican a sí mismos en tanto clase social, sino como “lo otro”, “lo opuesto” al bloque de poder dominante, como los de abajo. (1980 [1977]: 220)
Desde la publicación de aquel polémico texto, la definición propuesta por Laclau fue variando. Básicamente, la conceptualización anterior había sido pensada para el análisis de experiencias políticas concretas, con énfasis en las dimensiones ónticas de los fenómenos populistas; mientras que en el abordaje del populismo propuesto por el último Laclau (el de 2005, con la obra La razón populista), el término remite a una forma o lógica de lo político, esto es, a una ontología política específica, basada en la construcción de un pueblo. En consecuencia, el populismo carece de especificidad histórica (no refiere a un