José Abelardo Díaz Jaramillo

Descentrando el populismo


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entre populismo y socialismo, sosteniendo que este último se basa en una concepción pluralista de la hegemonía, la cual se diferencia de manera radical del proceso populista. En palabras de los autores, los populismos “realmente existentes” parten de una concepción organicista de la hegemonía (en oposición a la concepción de hegemonía pluralista del socialismo) y procesan las demandas nacional-populares desde lo nacional-estatal, con lo que generan una suerte de “fetichización del Estado”, por la cual “lo nacional-estatal” usurpa “lo nacional-popular” (Portantiero e Ípola 1988 [1981], 205). Esta crítica sería replicada recientemente por Modonesi (2012) y Svampa (2016), por ejemplo. Para estos autores, el populismo representaría una “revolución pasiva” que, pese a sus esfuerzos progresistas, no logra transformar radicalmente la sociedad. Como resulta evidente, el parámetro de comparación de estas posturas es una idea particular de revolución socialista, prisma desde el cual se desestiman experiencias políticas populistas tanto clásicas como —según estos autores también— contemporáneas.

      8Como The Oxford Handbook of Populism (Rovira et al. 2017). Esta extensa obra recoge tres abordajes teóricos sobre populismo, para luego plantear análisis empíricos que abarcan regiones, períodos y temáticas muy diversas alrededor del globo.

      9Es común colocar el origen del concepto a fines de siglo xix en Rusia, contexto en el cual emergió una corriente filosófica y política que proponía a los intelectuales “descender” hasta la base social: “ir hacia el pueblo” (Narodnichestvo). A la vez que se venía produciendo el llamado narodnik en Rusia, durante el siglo xix, en Estados Unidos, también se identificaba como populista al Partido del Pueblo (“People’s Party”), el cual contaba con una fuente de apoyo de sectores agrícolas del sur y medio oeste del país. En su libro más reciente, titulado Le Siècle du populisme, Pierre Rosanvallon (2020) añade, a la trayectoria anterior, el ingreso de Francia al debate sobre el populismo, hacia 1929, a través de la literatura, y advierte el carácter inconexo entre estos tres contextos de discusión (Rusia, Estados Unidos y Francia). Entre los estudios que han realizado contribuciones significativas desde la “nueva historia intelectual” y la historia conceptual se encuentran: el libro de Claudio Ingerflom (2017), centrado en el pensamiento leninista y en el papel que en él ocupa el concepto de populismo; el artículo de Nora Rabotnikof, “Populismo: conceptos, vocabularios y experiencias” (2018/2019), y algunos trabajos de Magrini (2018; 2019).

      10Posiblemente la mirada más sistemática de este enfoque se encuentra en los trabajos de Pierre Ostiguy (2009; 2014), quien autodenomina a su teoría del populismo como “relacional-cultural”.

      11Hacemos aquí alusión al libro compilado por Luciana Cadahia, Valeria Coronel y Franklin Ramírez (2018), titulado A contracorriente: materiales para una teoría renovada del populismo. Dicho trabajo propone tomar distancia de “los típicos abordajes sobre el populismo”, los cuales, por lo general —según sus autores—, “oscilan entre un historicismo o sociologicismo positivista demasiado apegado a los hechos y una teoría formal poco proclive a mancharse con los procesos políticos realmente existentes” (Cadahia, Coronel y Ramírez 2018, 14).

      12El debate en torno a la constante definición (o indefinición) del término “populismo” puede caracterizarse por tres personajes literarios o épicos: la Cenicienta, Penélope y Sísifo. Como lo sugirieron Mackinnon y Petrone (2011 [1998]) al retomar las reflexiones de Isaiah Berlin, el populismo adolece del “complejo de la Cenicienta”; en analogía al cuento de hadas, sus múltiples reenvíos conceptuales hacen del “populismo” un término que deambula, como el príncipe y su zapato de cristal, en búsqueda de una experiencia política pura con la cual “calzar”. Posteriormente, Gerardo Aboy Carlés (2004) ha descrito el dilema conceptual del populismo como uno semejante al de Penélope. En similitud a la tarea propia de ese personaje de la Odisea de hacer y deshacer un tejido como estrategia para prolongar un desenlace, para Aboy Carlés, en las usuales definiciones sobre el fenómeno se suele soslayar precisamente el “inestable juego entre el borramiento y la reinscripción de su propio origen”, lógica primigenia del populismo como tal (Aboy Carlés 2004, 121). Más modestamente aquí, por nuestra parte, sugerimos que el interminable dilema conceptual que enfrenta el populismo es muy parecido al eterno y abrumador castigo de Sísifo en la mitología griega: el de cargar por una pendiente cuesta arriba una pesada roca, que antes de llegar a la cima, vuelve a rodar hacia abajo.

      13La idea de “hecho maldito” asociado al peronismo ha tenido una potencia simbólica significativa no solo en el discurso político, sino también en el académico. John William Cooke, activista político e intelectual de la denominada “tradición nacional y popular argentina”, sostuvo que el peronismo había sido “el hecho maldito de la política argentina” (2010 [1972], 103). En un magistral estudio historiográfico sobre peronismo, Acha y Quiroga argumentaron que “[l]a frase [de Cooke] ya no tiene referencia, ya que ha abandonado su momento de enunciación para ganarse un lugar en los manuales peronistas, posee […] una impronta que puede introducirse en las melodías académicas” (Acha y Quiroga 2012, 12). Recientemente, Alejandro Grimson (2019) ha proporcionado lúcidas interpretaciones sobre la actual vigencia de esta idea en Argentina. Parafraseamos aquí la famosa frase para visibilizar que el populismo —en su acepción generalizada— ha servido como vehículo conceptual y explicativo de esa suerte de maldición asociada a la experiencia peronista. Sobre este punto, véase también Acosta Olaya y Magrini (2017).

      14En alusión al 9 de abril como mito fundacional de la Violencia. El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, producido el 9 de abril de 1948, ocasionó un gran levantamiento popular, en el que se produjeron disturbios, saqueos, destrozos e incendios, principalmente en Bogotá, aunque también en el resto del país. Luego los enfrentamientos entre liberales y conservadores se radicalizaron y adoptaron nuevas dinámicas. De allí que la Violencia (en mayúscula inicial) remite a un período histórico y a un proceso bastante específico en Colombia. Sobre el debate por la nominación del acontecimiento como “Bogotazo” o “9 de abril” y los sucesos desarrollados en el interior del país, remitimos al conocido trabajo de Gonzalo Sánchez, Los días de la revolución. Gaitanismo y 9 de abril en provincia (1983). Otras referencias sobre el tema se encuentran en los capítulos 1 y 8 de esta obra.

      15Las operaciones de lectura intentan, así, sortear comparaciones vis a vis entre presencia y ausencia de variables frecuentemente referenciadas en el ámbito de las ciencias sociales sobre cada experiencia histórica. Los argumentos generalmente esgrimidos por investigadores y académicos para marcar las distancias y a veces el carácter incomparable entre cada comunidad son: 1) la mayor diversificación cultural y fragmentación territorial que presenta Colombia; 2) la temprana formación de un Ejército nacional en Argentina y la temprana inclusión del Estado en el ideario moderno; 3) la presencia de movimientos migratorios masivos de origen europeo en Argentina, en especial hacia la segunda mitad del siglo xix; 4) la temprana formación del sistema bipartidista en Colombia; 5) la mayor presencia e injerencia política de las Fuerzas Armadas en Argentina; 6) la escasa presencia de golpes de Estado en Colombia; 7) la relativa integración de demandas sociales de sectores populares en el seno del Estado argentino a mediados del siglo xx, la emergencia del populismo y sus consecuencias venideras, y 8) el carácter fallido o inconcluso del populismo en Colombia y la herencia de esta frustración en el conflicto armado interno. Remitimos a algunas de las principales referencias bibliográficas a partir de las que construimos esta breve sistematización. Entre los estudios históricos sobre Colombia, se encuentran: Bushnell (2004), Kalmanovitz (1985), Palacios (2003), Palacios y Safford (2002) y Pécaut (2001). Sobre Argentina, valen mencionar los trabajos de Devoto (2002), Oszlak (1999), Torre y Pastoriza (2002), y la investigación comparada de López-Alves (2003), en cuanto allí se realiza un análisis del proceso de formación del Estado en Argentina, Colombia, Paraguay, Uruguay y Venezuela, a través del método de la analogía profunda y el de las mayores diferencias.

      16En alusión al llamado “peronismo histórico” o al período que comprende los dos primeros gobiernos de Perón (1946-1955), aunque en ocasiones la expresión abarca también a algunas transformaciones sociales producidas durante el proceso