Iñaki Fernández Redondo

El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista


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Tras la ilegalización y el paso de sus actividades a la clandestinidad, el cerco policial se cerró aún más sobre los falangistas guipuzcoanos. Los registros y clausuras de locales así como las detenciones de los afiliados rebasaron el ámbito de la capital y alcanzaron a los grupos de la provincia.38 La difusión del periódico clandestino No Importa se convirtió en una de las principales ocupaciones y en una nueva fuente de detenciones.39 También la compra de armas pasó a tener una atención preferente, actividad en la que destacaron las Falanges de Eibar e Irún.40 Junto con todo esto, Falange comenzó a tomar parte activa en la conspiración para derribar el régimen republicano. Acudió desde el primer momento a las reuniones preparatorias del movimiento sedicioso junto al resto de las fuerzas provinciales de derecha: CT, RE, CEDA y PNV, aunque posteriormente este último se desvinculó de los planes golpistas. El representante de FE en estas reuniones fue Luis Prado. Asimismo, el enlace entre los cuarteles militares y la Falange donostiarra fue el militar falangista Miguel Leoz, teniente de artillería destinado en los cuarteles de Loyola.

      Una de las cuestiones centrales en la vida de la Falange vizcaína fueron sus relaciones con el monarquismo alfonsino y con la élite socioeconómica bilbaína, lo que necesariamente nos conduce a hablar del ya recurrente proceso de fascistización. El acercamiento más reciente a esta cuestión lo sitúa más allá de los límites politológicos de un partido, entendiéndolo más bien como una corriente o movimiento centrípeto, confundiéndose de esta manera el propio fascismo y el proceso de fascistización (Gallego, 2014: 34-54). Sin embargo, consideramos que es más útil no solo a nivel taxonómico sino también analítico la consideración diferenciada del proceso de radicalización, del proceso de fascistización y del propio fascismo a pesar de que en determinadas circunstancias se encontrasen íntimamente unidos (González Calleja, 2008: 115). José María de Areilza es un buen ejemplo para ello. Perteneciente a la élite bilbaína y una de las promesas con mayor proyección de la renovación generacional del monarquismo alfonsino, experimentó un intenso proceso de fascistización que más allá de la aceptación de elementos externos del fascismo le llevó a implicarse directamente en el desarrollo del movimiento fascista español, colaborando en la búsqueda de financiación, escribiendo en sus periódicos y revistas y ayudando en su difusión, facilitando la articulación de un entendimiento entre Ledesma Ramos y Primo de Rivera para la consecución de una fusión entre sus respectivas organizaciones… Y a pesar de esta intensa fascistización siempre manifestó su negativa a integrarse en el fascismo, continuando fiel al monarquismo en el que dio sus primeros pasos políticos (Ledesma Ramos, 1968: 126). Es decir, siempre mantuvo vigente un proyecto político autónomo y diferenciado del fascista. También hay que tener en cuenta que esta sugestión fascista fue especialmente intensa entre los miembros más jóvenes del monarquismo y la élite bilbaínas, pero que su capacidad de influencia entre las generaciones anteriores fue mucho más limitada. Por comparación con el caso de Areilza podemos poner el de José Félix de Lequerica, que también colaboró en la financiación del fascismo español pero no se dejó seducir por el mismo. También se podría esgrimir el ejemplo de Gabriel María Ybarra, fundador de El Pueblo Vasco y uno de los ejes articuladores del monarquismo vizcaíno, que escandalizado por el ingreso de sus hijos en Falange procuró conseguir su alejamiento del partido fascista por diversos medios (Plata Parga, 1991: 85-86).

      La imputación de todo esto a un proceso de fascistización que en última instancia podría asimilarse al propio fascismo no resulta satisfactoria. Se produjo efectivamente un proceso de fascistización que alcanzó distintas cotas de intensidad en función de las características de los sujetos que lo experimentaron, pero ello no significó directamente el tránsito al fascismo, ni organizativa ni ideológicamente. La asimilación de la fascistización al fascismo le concede una importancia desmedida a este último, le atribuye el proceso de radicalización de la derecha, cuando en buena medida, y como veremos en la institucionalización del franquismo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario: el clima de radicalización y fascistización posibilitaron y favorecieron la fagocitación del fascismo dentro de la coalición contrarrevolucionaria