Iñaki Fernández Redondo

El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista


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la visita que José Antonio Primo de Rivera realizó a San Sebastián en enero de 1935 con motivo de la inauguración de los locales de la Falange donostiarra.59 Puente dedicó un esfuerzo considerable a la expansión de la CONS, a pesar de lo cual su penetración entre la clase obrera guipuzcoana debió de ser más bien testimonial. Pese a su escasa capacidad de penetración entre el proletariado guipuzcoano, su presencia no fue bien recibida por las organizaciones obreras de izquierda, que amenazaron la vida de Puente así como la de varios de sus afiliados. La labor de la CONS guipuzcoana parece que se concentró principalmente en el proselitismo entre la clase obrera, la protección de patronos, la búsqueda de empleo a trabajadores desempleados afines al nacionalsindicalismo y el sabotaje de huelgas mediante la introducción de trabajadores foráneos en las empresas que sufrían conflictos laborales.60 En el caso de Vizcaya el arranque de una actividad estable de la CONS no se produjo hasta el año de 1935 (Plata Parga, 1991: 86-87). Aunque desconocemos el número exacto de afiliados que llegó a tener, no debió de ser muy elevado, como apuntan los datos del conjunto de la militancia, sobre lo que nos detendremos más adelante. Su actuación no debió de ser muy diferente a la de su homóloga guipuzcoana, dedicada a la protección sociolaboral de patronos y a la colocación de obreros nacionalsindicalistas en empresas de simpatizantes y colaboradores.61

      Para acabar la visión de conjunto sobre el fascismo vasco vamos a detenernos en la militancia de su principal manifestación orgánica, FE de las JONS. Hasta este momento se ha venido caracterizando las provincias vascas como algunas en las que menor volumen numérico alcanzó Falange. Estudios previos han señalado que en Álava hubo en torno a una treintena de afiliados, en Guipúzcoa 120 y en Vizcaya 200, cifras que, si bien de manera ajustada, han tendido a ser estimadas a la baja (Rivera y Pablo, 2014: 370; Calvo Vicente, 1994: 66; Payne, 1985: 100-101). Por nuestra parte, en Álava podemos constatar la existencia de 42 falangistas en vísperas de la sublevación militar, 150-175 en Guipúzcoa y en Vizcaya 175-200. Con estas cifras, las Falanges guipuzcoana y vizcaína se encontraban lejos de las provincias con mayor presencia falangista como Madrid, Santander o Sevilla, pero se encontraban por encima de otros territorios donde la presencia de Falange fue anecdótica con anterioridad a la Guerra Civil, como Córdoba o Ciudad Real, encontrándose más bien entre las provincias con una implantación media como Orense o Asturias.

      En lo que hace a los tempos de afiliación podemos aventurar algunos rasgos pese a lo limitado de la información. Sabemos que entre las elecciones de febrero y el golpe de Estado se afiliaron al partido joseantoniano al menos 23 guipuzcoanos, 65 vizcaínos y 13 alaveses. Estos números nos hablan de un ritmo de crecimiento de la militancia bastante intenso, especialmente en Vizcaya, donde en cinco meses se afilió el 37 % de la militancia total. Sin embargo, estas cifras están bastante lejos de la verdadera avalancha de militantes que Falange experimentó en otros puntos de España, donde, ante lo que se experimentó como el definitivo fracaso de la vía posibilista encarnada en la CEDA, cientos de jóvenes cada vez más radicalizados por el endurecimiento de los discursos y el auge de la violencia política en el espacio público pasaron a engrosar las filas de Falange (Suárez Cortina, 1981: 185-187; Palomares Ibáñez, 2001: 81-82; Sanz Hoya, 2006: 249). A tenor de estos datos, el aluvión de militantes de última hora requiere ser matizado en el País Vasco, donde se retrasaría hasta después del estallido de la Guerra Civil. ¿A qué se debió esta diferencia en el ritmo de crecimiento? Aunque la respuesta no es sencilla e influyeron múltiples y variados factores, en nuestra opinión se debió principalmente a dos. En primer lugar a que el trasvase de militantes desde las JAP a Falange no tuvo lugar en el País Vasco, amén de que la insignificancia numérica de las juventudes cedistas vascas tampoco hubiese conducido a un crecimiento desorbitado. La razón por la que este trasvase de militantes no se produjo está en relación directa con el segundo motivo: la existencia de otro partido insurreccional que además era un partido de masas con un sólido arraigo en territorio vasco, el carlismo. Su mayor implantación geográfica y social, de manera muy aguda en el ámbito rural, así como el desarrollo que había adquirido su rama paramilitar, el requeté, y el acendrado catolicismo que defendía, lo convertían en una opción más atractiva que Falange para todos aquellos ciudadanos vascos que habían llegado a la conclusión de que la caída del régimen republicano había de producirse por la fuerza de las armas.

      En el caso vasco, hubo tres sectores profesionales que conformaron la columna vertebral del movimiento fascista. Antes que ningún otro destacaron los estudiantes. De crucial importancia en Álava, su peso relativo decrecía en las organizaciones guipuzcoana y vizcaína fruto de la progresiva diversificación que alcanzó Falange en las provincias vascas más industrializadas y más afectadas por el proceso de modernización, gozando de una mayor capacidad de penetración en diferentes capas sociales y extendiéndose desde el que fue uno de los primeros ámbitos en que arraigó el partido, el estudiantil. Los otros grupos fundamentales en el seno de las Falanges vascas fueron los empleados y las profesiones liberales, que con la excepción de Álava agrupaban a prácticamente la quinta parte de la militancia cada uno. Estas tres categorías profesionales constituían en las tres provincias más de la mitad de los militantes, revelando su condición de partido mesocrático asentado en aquellos sectores más receptivos a los mensajes alarmistas sobre la posibilidad de una inminente revolución obrera. En este sentido, también resulta revelador comprobar que los esfuerzos que las CONS guipuzcoanas y vizcaínas realizaron para integrar a los trabajadores en sus filas se saldaron con un fracaso, apenas superando el 10 % del total. Otro fenómeno que llama poderosamente la atención es la práctica ausencia de militantes relacionados con actividades agrarias, siendo inexistentes tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya.