en la conciencia colectiva. Así pues, lentamente, a través de intereses, miradas y sensibilidades muy diferentes, siempre enmarcadas en un contexto histórico concreto, la historia de las Brontë, que empezó a extenderse a partir de 1857, se ha ido convirtiendo en la leyenda mágica y romántica contada y recreada por infinitas voces e interpretaciones iguales o parecidas a la del propio Raymond. Existen en The Life of Charlotte Brontë numerosos ejemplos de la habilidad de la escritora para introducir datos e información real que, antes o después, comenta y adapta a su propia visión e interpretación de los hechos.
Esta insistencia en el sufrimiento de la familia recubrió a Charlotte especialmente de una suerte de aura que la santificaría para siempre, el velo de lo que, en otras palabras, Lucasta Miller (2002: 26) denomina «la pobre señorita Brontë» y sirve de título al segundo capítulo de su trabajo. Tras la lectura de la biografía, la opinión acerca de la obra y persona de Charlotte de un crítico tan ácido como Charles Kingsley, por ejemplo, cambia por completo. Kingsley se excusa por haber cerrado la novela de Charlotte convencido de que a la escritora le gustaba la ordinariez, y agradece a Gaskell que haya ofrecido el retrato de una mujer valiente perfeccionada por el sufrimiento, pues desde esta nueva perspectiva es posible justificar y entender la creación de la escritora (cit. Miller: 26). Como en el caso de otros críticos victorianos y a pesar de su atracción por Jane Eyre, Gaskell debió de sentir que en la heroína de la novela había también egocentrismo, independencia y obstinación, atributos poco apropiados para una mujer de la época. Como señala Heather Glen (1997: 6), el mundo de Jane Eyre no es un mundo de juicios considerados, sino un mundo de identificación y repulsión, de oposiciones violentas, de lucha por la vida y la supervivencia, de prejuicios más que de argumentación razonada, un mundo de intenso partidismo más que de discriminación moral, muy diferente al sutil análisis moral de otras escritoras de la época como Jane Austen o George Eliot. De ahí el esfuerzo de Gaskell por suavizar para los demás las aristas de un carácter y una creación semejantes. Es evidente que, desde el principio, Gaskell siente mucho más interés por la persona de Charlotte que por su creación literaria. En opinión de Lucasta Miller (2002: 33), los comentarios epistolares que Gaskell cruzó con Lady Kay-Shuttleworth provienen indudablemente de su gusto por el chismorreo, de su interés por las vidas de los demás, aunque también reflejan la incomodidad que sentía ante la obra de Charlotte y ejemplifican su modo habitual de afrontarla: difuminando el peligro al centrarse en los sufrimientos de la autora antes que en su literatura.
No llama la atención, por tanto, que tras la aparición de las novelas de las Brontë, sobre todo Jane Eyre, Wuthering Heights y The Tenant of Wildfell Hall, esta última escrita por Anne en 1848, la biografía de Gaskell sirviera para satisfacer la voraz y morbosa curiosidad de muchos lectores victorianos, horrorizados por la lectura de historias que algunos críticos ingleses contemporáneos calificaron de desagradables, salvajes, improbables, extrañas o torpes; con personajes llenos de cualidades malignas, odio implacable, ingratitud, crueldad y egoísmo. Mientras que la crítica norteamericana fue bastante amable con Jane Eyre, la novela de Emily fue considerada una colección antinatural de horrores y depravación, una novela cuyos excesos de tosquedad y brutalidad no debían aparecer jamás en una obra de arte (cit. Allott, 1992: 39-49). Con el intento de justificación de su biografía, Gaskell debió de sentir que había lavado la memoria de su querida amiga Charlotte y, a través de ella, la de sus hermanas, ya que, según se deduce de sus palabras, la producción de un escritor no puede liberarse jamás de los factores ambientales en que dicha producción se realiza.
No obstante, y de acuerdo con la opinión de Juliet Barker, creo que los detalles biográficos de un autor deben servir simplemente para arrojar una luz más diáfana y brillante sobre la comprensión y el análisis de la obra, no para su justificación. Barker considera que en Jane Eyre, por ejemplo, el capítulo en el que la pequeña Jane describe los horrores de su vida en la escuela Lowood no debe tomarse como una copia exacta de la realidad. La historia está escrita con tanta pasión y rabia que es imposible no identificarse con la niña frente a sus perseguidores, ya que es indudable que esta parte de la novela se basa en las experiencias de la pequeña Charlotte en la escuela de Cowan Bridge. Es fácil, por tanto, caer en la trampa de creer que los personajes de ficción y el lugar son representaciones de la escuela real. Pero la historia de la pequeña Jane no debe entenderse como la verdadera historia de la niña Charlotte, pues Lowood es visto a través de los ojos de la niña que sufre, no a través de la distancia adulta (Barker, 1995: 120). Por otra parte, Barker comenta que rastrear la ficción de las Brontë en busca de la verdad de su biografía no es más que un ejercicio subjetivo y casi siempre inútil. La misma Charlotte, como comentó con Gaskell en más de una ocasión, era consciente de que estaba escribiendo una obra de ficción, no una realidad. Winnifrith y Chitham (1989: 1) consideran que a pesar de que las novelas se han relacionado constantemente con los sucesos acaecidos durante la vida de las escritoras y con el telón de fondo de Yorkshire, su éxito se debe a una cualidad intemporal que ha atraído a lectores de diferentes países y culturas.
La biografía de Gaskell presenta la vida y personalidad de una mujer fuerte e interesante, a pesar de la frágil constitución de su cuerpo. Esa misma fragilidad coloreó su carácter y personalidad adulta de un constante matiz hipocondríaco, fomentado a su vez por la enfermedad, el deterioro y la muerte de los hermanos, así como por la constante preocupación y sentido de la responsabilidad para con la salud y el bienestar de su padre. A pesar de ser consciente de que se encontraba inmersa en un entorno de dolor y tragedia del que difícilmente podía escapar, siempre tuvo la esperanza y resolución de encontrar un espacio propio en el que escribir e imaginar un mundo mejor y diferente para ella. Ni la contemplación cotidiana del cementerio frente a su ventana, ni la temprana muerte de todos sus hermanos, ni tampoco la terrible soledad de los últimos años de su vida, antes de su breve matrimonio con Arthur Nicholls, pudieron asfixiar su extraordinaria fantasía e imaginación.
Tampoco la creatividad de sus hermanas, Emily y Anne, dejó de florecer en medio de circunstancias cuyas brasas Gaskell reaviva a lo largo de su bio-grafía. El drama y la tragedia fueron indudablemente componentes muy reales del marco de la vida y el destino de las Brontë pero, como he dicho anteriormente, no comparto, sin embargo, la imperiosa necesidad de justificar la pro-ducción literaria a través de las biografías personales. Es evidente que la falta de convencionalismo de las hermanas Brontë que Gaskell quiso justificar o, quizá, sintió que debía justificar (porque tampoco ella se sintió libre en su momento histórico), no precisaría actualmente de ningún tipo de justificación. Emily Brontë pudo resultar una muchacha rara y poco femenina en su contexto histórico. Su reticencia verbal, su deseo de aislamiento y soledad junto con su afición a vagabundear por los páramos de Haworth no eran desde luego atributos que socialmente convenían a la hija de un clérigo de la época. Pero a pesar de la insistencia en estos aspectos de su carácter, creo que su creación literaria no proviene del aislamiento o la misantropía sino, sobre todo, de la dieta literaria con que los niños Brontë se alimentaron desde la infancia: el romanticismo y los artículos, críticas e historias góticas publicadas en Blackwood’s Magazine y, especialmente, del entorno físico del norte de Inglaterra en el que crecieron y tan bien había asimilado. La rareza e incomprendida personalidad de Emily ejercie-ron una gran atracción sobre biógrafos y críticos de momentos históricos posteriores que también contribuyeron a la expansión de la leyenda.
No obstante, resulta difícil evitar la duda de si Gaskell fue verdaderamente desinteresada e inocente en el tratamiento del material que pudo conseguir para su biografía, de si no hubo una manipulación consciente y sutil de la tragedia de los Brontë mediante la que consiguió llevar la realidad a su propio terreno: la creación literaria. Y es que, todavía ahora, es posible leer la biografía casi del mismo modo como si de una novela se tratara. The Life of Charlotte Brontë es, sin lugar a dudas, la primera e ineludible referencia de los Brontë a la que debe acudirse, tanto por la contemporaneidad del contexto histórico en el que los Brontë y su biógrafa vivieron como por la información de primera mano que ofrece. Pero la lectura de otras biografías en las que la voz narrativa del autor no se funde y confunde tan estrechamente con las voces de los personajes objeto de la biografía, puede servir para una aproximación más objetiva a la vida de esta interesante y, quizá todavía, a pesar de la especulación, desconocida familia.
THE