Ana Cabana Iglesia

La derrota de lo épico


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sobre la eficacia de la acción colectiva y es, junto con el agravio, en opinión de Klandermans, una de las claves de la construcción social de la protesta. Solo cuando los potenciales participantes en un movimiento social piensan que las estrategias y las acciones colectivas son instrumentales para cambiar la situación y reducir el malestar, existe un vínculo entre el descontento y la conducta de protesta.

      Este modelo interpretativo elaborado desde la Psicología Social hace hincapié en que la existencia de protesta pasa por la presencia de una identificación entre el individuo y su grupo (en este caso labrador-comunidad) que permita valorar una situación como indigna moralmente, y profundamente injusta, y que, al mismo tiempo, se entienda que los riesgos que se plantean al protestar son asumibles. El trinomio identidad, indignación moral y racionalidad debe confluir para que la opción de un sujeto o de un colectivo sea protestar. La inexistencia de uno de ellos lleva, consecuentemente, a una situación de adaptación que, evidentemente, puede soportar diferentes niveles de descontento, pero este no deriva en ninguna clase de acción.

      El tipo de protesta, ya sea de resistencia civil, ya de oposición, como hemos mencionado, depende de la fortaleza que demuestre el Estado contra el que aquella opere. Las formas de disenso aumentan y las de oposición disminuyen conforme se acrecienta la presión ejercida por el Estado. De este modo, como ya hemos mencionado anteriormente, la protesta campesina con respecto a las disposiciones agrarias del franquismo no guarda semejanza con la protesta organizada y abierta empleada ante las medidas políticas liberales. Los labradores gallegos pasan de oponerse a una acción política e institucional fácilmente contestada desde posturas abiertas, legales y organizadas, a verse ante las políticas agrarias de un Estado con vocación totalitaria a las que las comunidades rurales tienen mucho más problema para substraerse debido al contexto de desarticulación política, autoritarismo y represión existente. Lo que homogeniza a ambos periodos son las fórmulas de resistencia cotidiana, siempre presentes en los colectivos subordinados, aunque se hallen canales para organizar una oposición de cariz más abierto y planificado.

      Lo que resulta evidente es que nunca existe un grupo subalterno unitario, sino que aparecen divisiones internas en torno a líneas de fractura, como el grupo de edad, el género, el estatus, etc. Los sujetos ocupan diferentes posiciones y perspectivas, incluso opuestas con respecto a objetivos a primera vista análogos, en tanto que varían sus percepciones y el grado en el que se sienten involucrados y/o afectados. De ahí que también las alianzas entre los diferentes sectores socioeconómicos se trastoquen. Por lo tanto, sería una falacia hablar del «campesinado gallego» como un ente homogéneo que asumió una postura unívoca y conjunta ante el franquismo. Las diferencias internas, los contextos puntuales y las razones personales definieron la elección de una actitud ante el poder. Para comprender la amplitud de actitudes tomadas ante el franquismo se debe tener presente los condicionantes que la determinaron y que operaron en la elección de los individuos. Elementos como las políticas desplegadas y su incidencia son decisivos porque no afectan a todos por igual. Esto ha llevado a algún autor a hablar de una «lógica de adaptación social» (Burrin, 2004: 190). Esta concepción, pese a que no consigue reflejar las situaciones y las decisiones sociales en toda su complejidad, permite comprender cómo múltiples intereses, a menudo limitados y ocasionales, deciden las actuaciones de la mayor parte de los ciudadanos corrientes.

      Referentes en la elección de una actitud hacia el poder

      Como señalábamos, los actores sociales eligen racionalmente entre las diferentes opciones que se dan en cada escenario concreto, lo que obliga a realizar un estudio multidimensional de las causas que configuran dicha elección. Analizaremos, en este caso, las respuestas dadas a la situación económica y social de los años cuarenta y cincuenta, marcados por la represión de la disidencia política y/o social y por la miseria entendida en sentido amplio.

      Un aspecto que hay que tener en cuenta en la elección de la forma que va a tomar la protesta es el hecho de que un sistema político dictatorial no presenta el mismo grado de fortaleza durante toda su existencia. Su perduración en el tiempo modela la actitud contraria de la población, pues, ya sea por cuestiones internas, ya por la realidad geopolítica, el Estado no mantiene el mismo nivel de dominio. El nazismo, el fascismo italiano, el Estado Novo portugués o el franquismo presentan formas de gobierno comparables que hacen igualmente similares las maneras de resistencia social y son sus diferencias, como su opción para la conquista del poder y, sobre todo, su diferente duración, las que las especifican. Recordemos que el Tercer Reich se mantuvo durante doce años, el fascismo italiano, teniendo en cuenta la República de Saló, veintitrés, y el franquismo treinta y seis. La duración tiene buena parte de la respuesta de por qué la resistencia cambió su naturaleza, en cuanto a formas y protagonistas. Las alteraciones, como ha analizado N. Werth (1999), son mucho más evidentes en los regímenes más longevos porque los fenómenos represivos también variaron en mayor medida, lo que refleja las transformaciones del régimen en sí mismo y su grado de consolidación, así como las condiciones exteriores.

      Así pues, no se puede acometer el análisis del disenso en el mundo rural gallego sin tener en cuenta las alteraciones graduales en la calidad y en la apariencia del régimen franquista, ya que estas ocasionaron los correspondientes cambios en los modelos de protesta. El empleo de la violencia, caracterizada por diferentes niveles de intensidad en la incierta frontera entre lo legal y lo ilegal, y los modos de socialización fueron combinándose al socaire de dicha evolución en diferente grado. Establecer que la violencia, física y psicológica, es un elemento consustancial al régimen no exime de reconocer que esta experimentó modificaciones e intensidades distintas a medida que las circunstancias imponían cambios. Es lógico, por otro lado, que exista esa transformación paulatina del tipo de coerción, teniendo en cuenta que el régimen sobrevive a contextos muy diferentes. En el exterior la presión internacional, que lo veía como un resto de los Estados fascistas vencidos en la Segunda Guerra Mundial, provocó que el franquismo maquillara cuando menos su sistema de dominación, optando por vías menos sanguinarias. En el interior, la represión de los primeros momentos dio rápidamente frutos, por lo que la violencia física dejó su lugar predominante a encarcelamientos y detenciones arbitrarias que generaron un nuevo tipo de preso.

      En nuestra opinión, cabe diferenciar tres periodos en la evolución de los modos de oposición y de resistencia en lo que se refiere al rural gallego.

      1 En un primer momento, que corresponde a los años cuarenta y principios de los cincuenta, se hizo explícita una vía insurreccional en contra del régimen, representada por la oposición ejercida por la guerrilla y las organizaciones pasadas a la clandestinidad, que acompañó a toda una serie de formas de resistencia civil que responden a la legislación agraria inicial y a las disposiciones de primera hora de los sublevados.

      2 Un segundo momento, que cubre la segunda parte de la década de los cincuenta y sesenta, se caracteriza por la práctica ausencia de oposición y por el protagonismo de las formas de resistencia civil. Esta exclusividad es sintomática de un periodo de consolidación del franquismo y de declive de la oposición política, con la desaparición del movimiento guerrillero.

      3 En un tercer momento surgen nuevamente formas de oposición por parte de grupos organizados en la clandestinidad que coexisten con formas de resistencia civil que les sirven de sustrato. Esta