Óscar Rodríguez Barreira

Miserias del poder


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especialistas. La decisión de presentarlo ante un público más amplio obligó a cambiar el estilo, reduciendo el contenido de las notas a pie de página, suprimiendo jerga historiográfica, eliminando citas literales, etc. Aun así, el texto conserva un tono académico. Lamentablemente, la pretensión de llegar a un público amplio choca abruptamente con el contexto en el que se elaboró y reescribió el trabajo. A pesar de no ser un trabajo divulgativo, invitamos a todos a que lean, critiquen y discutan lo expuesto aquí. La historia y las miserias del poder franquista son demasiado importantes como para dejarlas en manos de los historiadores.

      Notes

      1 Zygmunt Bauman (2007; ed. or. 1988), George Orwell (2003; ed. or. ¿1942? y 2006; ed. or. 1949).

      2 Tony Judt (2008: 15-16) y Fredric Jameson (1991).

      3 Paloma Aguilar en Julio Aróstegui y François Godicheau (eds.) (2006: 265). Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) Encuesta-estudio de diciembre de 1995, CIS. Encuesta-estudio 25 años después, diciembre del 2000, CIS. Encuesta-estudio Constitución e instituciones, 20 aniversario de la Constitución, diciembre de 1998. Paloma Aguilar (1996 y 2004), Paloma Aguilar en Santos Juliá (dir.) (2006), Santos Juliá (2003), Cristina Moreiras (2002) y Teresa Vilarós (1998). La Transición como matriz del tiempo presente en Julio Aróstegui (2004). El concepto de imaginario en Charles Taylor (2006). La pequeña maldad con respecto al toque real de Juan Carlos I es un guiño a un clásico de la historiografía. Marc Bloch (2006; ed. or. 1924).

      4 Enzo Traverso (2007: 69-79). Ejemplos de esta actitud pueden ser el uso neoliberal del concepto de totalitarismo o, en un plano distinto, el del pasado semita. Enzo Traverso (2002), Peter Novick (2007) y Norman Finkelstein (2002).

      5 Francisco Sevillano (2003a), Santos Juliá (1981), Julián Casanova (1994), Carsten Humlebaek (2004) y Aguilar en Juliá (dir.) (2006).

      6 Javier Ugarte en Carme Molinero (ed.) (2006: 187). Sobre los movimientos por la recuperación de la Memoria Histórica puede verse Xavier Domènech (2005), Sergio Gálvez (2005), el especial Memoria Histórica de Hispania Nova (n.° 6 y 7) (2006 y 2007) y Sergio Gálvez (2008). También resulta pertinente Emilio Silva y Santiago Macías (2003). Una lectura crítica de la publicística ultraconservadora de los últimos años en Javier Rodrigo (2004).

      7 Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez León (2006a: 38). Usos y memorias en célebres congresos Carlos Forcadell et al. (eds.) (2004), Juan José Carreras y Carlos Forcadell (eds.) (2003), Justo Beramendi y María Jesús Baz (2008) y Manuel Ortiz Heras (coord.) (2005). Lo de la guerra de palabras proviene de un artículo clásico de Paul Preston, aunque Pérez Ledesma ha señalado el fin del consenso historiográfico. El ejemplo más palmario de la reedición, aunque entre la izquierda, se pudo ver en el n.° 7 de la revista electrónica Hispania Nova (2007). Paul Preston (1984), Pérez Ledesma en Juliá (dir.) (2006) Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez León (2006b). Lo de las líneas de escisión de la memoria en Ronald Fraser (2001).

      8 Pablo Sánchez León en Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo (eds.) (2008: 143) y Tony Judt (2006: 1145). Boletín Oficial de las Cortes Generales (BOCG) 8-9-2006, Boletín Oficial del Estado (BOE) 26-12-2007. Puede observarse en el texto de la Ley la vigencia del mito del espíritu de la Transición: «El espíritu de la Transición da sentido al modelo constitucional de convivencia más fecundo que hayamos disfrutado nunca y explica las diversas medidas y derechos que se han ido reconociendo, desde el origen mismo de todo el periodo democrático, en favor de las personas que, durante los decenios anteriores a la Constitución, sufrieron las consecuencias de la guerra civil y del régimen dictatorial que la sucedió». Geoff Eley (1989) Alf Lüdtke (ed.) (1995), Paul Steege et al. (2008), Ranahit Guha (2002 y 2003) y Dipesh Chakrabarty (2000 y 2008).

      9 Geoff Eley (2008), Edward Palmer Thompson (1981), James Fentress y Chris Wickham (2003) y Maurice Halbwachs (2004 y 2003).

      10 Julián Sanz Hoya (2010), Óscar Rodríguez Barreira (2006) y María Encarna Nicolás (1999).

      11 Ismael Saz (2003b: 55) y Aguilar (1996).

      12 Saz (2003b), Carme Molinero (2003b) y Marcial Sánchez Mosquera (2008). Sobre la movilización ultraderechista durante la Guerra Civil, véanse Javier Ugarte (1998), José Antonio Parejo (2008a y 2008b), Inmaculada Blasco (2003) y Sofía Rodríguez López (2008). Para el debate sobre los apoyos del franquismo, Francesco Barbagallo (coord.) (1990), Francisco Sevillano (2000 y 2003b), Antonio Cazorla (2000, 2002a y 2002b), Carme Molinero (2005), Ismael Saz y José Alberto Gómez Roda (1999), Óscar Rodríguez Barreira (2007b) y Ana Cabana (2009).

      13 En otro lugar ya hablamos del florecimiento de la historia local y su vinculación con la apuesta por reconstruir el franquismo desde la diversidad: Rodríguez Barreira (2006). Esta pretensión también puede verse en Óscar J. Martín García (2008). Análisis de la historiografía del franquismo en Andalucía en Francisco Cobo et al. (2012) y Julio Ponce (coord.) (2008). Ejemplos de historias locales justificadas en su importancia en Luis Castro (2006) o Javier Cervera (1999). Lo de la periferia real es una respuesta a la tendencia a analizar la relación centro-periferia desde una dicotomía tipo que no da cuenta del conjunto del Estado: Madrid (centro-política-estancamiento), Cataluña y País Vasco (periferia-economía-modernización). Carme Molinero y Pere Ysàs (1999), Xavier Domènech (2008) y, sobre todo, Antonio Canales (2006a).

      14 Antonio Cazorla (2000: 14). Lo de las preguntas generales en Carlo Ginzburg (2004: 18).

      15 Historias desde abajo del franquismo en Conxita Mir (2000a y 2000b), Óscar Rodríguez Barreira (2008), Ana Cabana (2006 y 2007) y Juan Francisco Gómez Westermeyer (2006).

      VIVIR LA CRUZADA EN EL INFIERNO. LA QUINTA COLUMNA

      ¿Por qué duermen cuando Málaga está ardiendo? Preguntó María a los Brenan al alba del 19 de julio de 1936. Ese día marcó el fin de los más maravillosos días de verano. Según Gerald, el sofocante calor no invitaba a quemar iglesias, si bien no era esta una opinión muy extendida durante esos días. Aunque, durante la República, Málaga ya se había distinguido por el arraigo del anticlericalismo y sus manifestaciones violentas, nada sería comparable a lo que se viviría durante el tórrido verano del 36. Llamas, muertes..., y un giro total de todas las convenciones que articulaban y jerarquizaban las relaciones sociales. Ya no más Buenas noches señor o Vaya usted con Dios. En adelante imperaría el sobrio ¡Salud! Había llegado el momento de trocar el purgatorio en Edén. Para muchos, las llamas purificarían la tierra y transformarían la sociedad. No más rezos ni genuflexiones, ni trabajos de sol a sol para el cacique... Era el momento del pueblo.1

      En la parte delantera de un camión iba un joven anarquista que parecía un mascarón de proa. Llevaba contra su pecho la bandera roja y negra. Sus ojos habían dejado de ver las calles del pueblo, los coches que pasaban. Solo veía cerca, un poco más adelante, el mundo futuro. El hombre libre y feliz, el hombre justo y bueno, trabajo para todos, pan y amor para todos. En su sueño nos conducía al mundo futuro. La tierra prometida del hombre.2

      Si esas escenas causaron impresión en los liberales británicos, más fuerte sería el impacto que sufrieron otras personas de mentalidad más conservadora. Ese era el caso de María, la sirvienta de los Brenan, o del norteamericano Edward Norton. La principal avenida de la ciudad, aquella por la que paseaban su esplendor las clases adineradas, sería la primera en arder, después prenderían las iglesias, los talleres de los periódicos de derechas y los más suntuosos casinos: las masas eran dueñas de Málaga.3

      Altas lenguas de fuego salían de media docena de casas cerca de la playa [...] A través de la nube de humo se veía un barco de guerra dirigiéndose al puerto con la bandera roja ondeando [...] Pasaron más camiones por nuestra calle cuyos ocupantes –hombres, mujeres y niños– agitaban banderas rojas, banderas rojinegras (el estandarte de los anarquistas) y banderas con